Capítulo 4

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∽Narra Nikki∽

Las clases comenzaron al día siguiente. Patrice y yo no nos separamos en toda la 1° hora, porque nos tocaba clase juntas. Mientras caminabamos hacia la clase, percibí el destello de un cabello negro brillante. Me paré y mire a Patrice.

-Vete adelantándote. Ahora te alcanzo.-Dije con una gran sonrisa en la cara.

-De acuerdo. Hasta ahora.

Cuando Patrice terminó la frase yo ya había desaparecido. Alex iba en la dirección contraria a la que iba yo, pero no me importó llegar tarde a clase. Yo iba abriéndome camino entre la gente, que me lanzaban miradas de desprecio. Los ignoré y seguí avanzando.

-¡Alex!-Dije casi gritando.

Él pareció reaccionar a su nombre pero no se dio la vuelta. Fruncí el ceño y seguí abriéndome paso. Cuando por fin llegué a su lado le cogí del hombro para que se girase. Él pareció sorprendido de que fuese yo.

-Oh... Hola... Nikki...-Dijo mirando hacia todos lados, menos a mi. Parecía como si pretendiese que nadie nos viese juntos. Eso me hirió.-Te... Tengo que irme.

Se dio la vuelta y desapareció entre la multitud con las manos en los bolsillos, dejándome allí plantada. La gente que pasaba a mi alrededor soltaba pequeñas risitas, al verme así. Me dí la vuelta indignada y corrí al baño de chicas. En él intenté pensar en otra cosa para no echarme a llorar. Me rehice como pude y voví a clase corriendo. Por suerte no había llegado el profesor. Me senté en un pupitre al fondo de la clase y me crucé de brazos. Saqué los libros de la asignatura y me preparé hasta que llegase el profesor.

Después de la clase, me sentía como si me hubiesen pateado el estómago. Estaba muy triste. Patrice también lo notó. Intentó consolarme pintándome las uñas, de las manos y de los pies. Me dio unas "clases" sobre como arreglarme el pelo, para cualquier ocasión. Al final de ese día yo acabé echa polvo.

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Al día siguiente desperté con una sensación de cansancio. Había tenido una pesadilla pero no la recordaba. La luz del sol entraba por la ventana cerrada. Miré mi reloj de muñeca. Eran las 5 de la mañana. Intenté volver a dormirme, pero ya me había desvelado. Cogí un abrigo y un chandal. Me puse unas deportivas y me abroché el abrigo. Intenté salir de la habitación sin hacer ruido, pero Patrice dormía profundamente.

Cuando salí del internado supiré aliviada. Nadie me había visto salir. Desde pequeña iba a correr para desahogarme de la furia contenida o para matar el tiempo. Correr me relajaba y me permitía pensar con claridad. Y ahora que tenía un gran terreno podría hacerlo cuando quisiese. Aunque me saltaba la 6° regla, me pareció emocionante. Me até los cordones, que se habían desatado, y me puse en marcha. En cuanto empecé me sentí más libre, como si pudiese hacer lo que quisiera. Sentía la tierra bajo mis pies y sentía como si formase parte de aquel paraíso al que algunos tenían pavor. Se escuchaban muchos pájaros entonar sus cánticos, junto con algunos animalitos que corrían cuando pasaba junto a ellos. De vez en cuando encontraba algún tronco en mi camino y lo saltaba sin pararme.

Después de 1 hora y 6 minutos paré para recuperar el aliento. Apoyé las manos en los muslos y me encogí. Respiré profundamente y observé el entorno donde me encontraba. No se podía apreciar el internado, esperaba no haberme perdido. Dí unos cuantos pasos hacia delante y pisé algo que hizo un sonido espeluznante. Miré el suelo que estaba pisando. Eran unos huesos de un ciervos. En ellos se podían apreciar marcas de colmillos. Una palabra vino a mi mente. Lobos. Se me puso la piel de gallina y mi corazón se aceleró. No lo pensé dos veces y corrí con todas mis fuerzas hasta volver al internado.

Llegué al claro donde se encontraba el internado. Caí de rodillas al suelo. Estaba sudando, tanto por el esfuerzo como por el miedo. Respiré hondo y reflexioné sobre lo ocurrido. Ahora entendía la regla. ¿Por qué counstruirían un internado en medio de un bosque en el que había lobos? No era un lobo solitario, pues esos huesos eran demasiados para uno solo. Luego iría a hablar con la señora Bethany. En mi antiguo colegio había hecho un trabajo sobre los lobos y sabía de lo que podían ser capaces. Podían matar a varios humanos si se lo proponían. Me puse de pie y caminé a paso rápido hasta la puerta. Volvería a mi habitación y dormiría hasta las 8. Al fin y al cabo, estábamos a jueves.

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Otro insoportable día en la cárcel. Las asignaturas no estaban mal, pero los alumnos eran realmente pijos y despreciables. Alex no tenía problema en enfrentarse a ellos. Una vez.defendió a una chica de unos matones. Marcus y sus amigos habían estado burlándose de ella porque se le habían caído los libros. Entonces Alex apareció. Tenía una sonrisa de burla en la cara.

-Y tú de que te ríes.-Dijo Marcus con el tono más despreciable posible.

-De una ironía.-Dijo Alex, aún con la sonrisa en su cara.

-Que dices.-Dijo uno de los chicos que acompañaban a Marcus.

-De que vosotros os estabais riendo de ella justo antes de acabaseis de morros en el suelo.

No se como lo hizo. Solo se que dos segundos después todos estaban en el suelo. Yo estaba lejos y no me oyeron cuando me reí. Cuando Patrice volvió junto a mi me miró levantando una ceja. Yo le dije que no había pasado nada y me seguí riendo por dentro.

Todo el mundo odiaba a Álex. Marcus lo odiaba, Patrice lo odiaba, Countrey (una chica despreciable, amiga de Patrice) lo odiaba. Todos los pijos lo odiaban. Solo se llevaba bien con Vic, que era su compañero de habitación. Por mi bien también debería odiarlo pero... Algo me lo impedía... Algo llamado Amor...

MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora