Capitulo 7: Tragos amargos

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No me queda nada, respiro, observo, siento todo tan distinto. Cada cosa, por más pequeña que sea me parece maravillosa. Ahora que sé que mis días tienen caducidad, veo lo maravilloso de la vida. Al médico le extrañó que no saliera a gritos y negándome a la realidad. No porque acepte de alguna manera esta realidad no significa que no me duela. Me duele y mucho, ¿Como decirle a mamá? No quiero causarle ese dolor. No sé qué hacer con lo que me queda de vida, no sé si llorar, si resignarme o simplemente esperar en una cama entre lágrimas a que un día deje de respirar. Salgo del hospital trastocada, bajo dos escalones cuando de repente comienza a llover, cae un torrente, mi ropa comienza a ganar peso con el agua y sentir las gotas caer sobre mi rostro, el olor a tierra mojada, la humedad cosas tan simples como el color grisáceo de las nubes me parece maravilloso. Mi vida cambio hace unos minutos, no veo las cosas de igual manera. Creo que en vez de echarme a llorar, el destino me ha permitido saber cuando voy a morir, me ha regalado ciento ochenta  días para vivir la vida al máximo antes de dejar este mundo. Camino por las calles de la cuidad mirando todo con maravilla. Derramo un par de lágrimas que rápidamente seco intentando no dejarme derrumbar. Me detengo frente al escaparate de una librería. Veo un libro que me llama la atención y no dudo en entrar a la librería. Miro la portada algo ida y alguien me comenta por la espalda.

— "Las cosas que nunca podré decirte" es un libro que llega al alma. —Me volteo y una señora me mira como si supiera de alguna manera que llevo un pesar muy grande en mi interior. No digo nada, solo me quedo callada y ella añade. — La muerte no debe ser motivo de miedo ni de tristeza, es como el principio de algo mejor.

— ¿Por qué lo dice?

— Es lo que da a entender el final del libro. Lleva una lección de vida que pocos podrían comprender. Que tengas lindo día.

La mujer sale de la librería dejándome con una sensación extraña. Sin darme cuenta, termino comprando el libro aún sin poder comprender porque lo he hecho. Sigo caminando por las calles sin un rumbo fijo. Solo sé que cada minuto qué pasa deseo disfrutarlo al máximo. Me detengo en un parque de niños y me siento a observarlos. Derramo una lágrima sonriendo resignada. No sentiré ni experimentaré lo que es ser mamá, no veré crecer a ningún hijo, mucho menos podré ver cómo mi vida pasa junto al hombre que ame. No sabré lo que es madurar con los años, ser feliz con las cosas sencillas de la vida. Saber que moriré en ciento ochenta días me ha hecho pensar en las tantas cosas que deseo hacer antes de irme y una de ellas es ver a mamá feliz. Regreso a la casa, limpio mis lágrimas poniendo por delante una gran sonrisa. Nadie sabrá, nadie sufrirá conmigo. No tienen porque padecer esto que ya me está consumiendo de a poco. Al entrar veo a Adam, me quedo sorprendida. Ha cumplido el venir a ver a mamá y ella aunque lo intente rechazar el amor que le tiene se le sale por los ojos.

— Gardenia, ¿me puedes decir porque coño le has dicho a este hombre que me buscara?

— Con gusto mamá, le dije que te buscara porque quiero verte feliz. Ya me canse de ver que vives para que yo viva. Tú también tienes una vida, eres madre pero también mujer. Anda, deja de hacerte de rogar y habla con el. Yo iré a dormir.

— ¿Te sientes bien?

Asiento con la cabeza

— Solo me duele algo la cabeza, nos vemos mañana.

Subo a mi habitación tirando la bandolera al suelo. Me siento en la cama y agarro una hoja de papel en blanco. Escribo en la parte superior "ciento ochenta días" tengo ciento ochenta días para vivir, seis meses para descubrir los placeres de la vida, para ser libre, ciento ochenta días para conocer el amor, ciento ochenta días para para vivir intensamente, ciento ochenta días para lograr que Nathan Bouchard me sonría genuinamente. Me recuesto en la cama mirando hacia la ventana sin poder evitar preguntarme, ¿Por qué a mi?

180 días para soñar (PAUSADA TEMPORALMENTE)Where stories live. Discover now