Capítulo 1.

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Lluvia y un frío similar a la soledad corrompía la calma de Rebeca Ortega Sánchez, el frío le acalambraba los desgastados huesos y las cansadas articulaciones, calaba a pesar del caluroso suéter color vino que llevaba puesto. Al tomar un sorbo de su té de azaharez notó que virtió té sobre su falda larga de lino negra tan elegante y digna de una mujer como ella. Su esposo se encontraba fuera por cuestiones de trabajo, y regresaría algunos días después. Ésto ocasionó un problema para Rebeca, ya que ella solo tenía a la mano ropa veraniega, y no le era útil para el frío de aquella melancoholica tarde, ella guardaba su ropa de invierno en un nivel demasiado alto para ella del armario, y le llevaría demasiado desgaste subirse a la pequeña silla de su esposo para tomar una falda apta para el frío, sin embargo lo hizo.
Al lograr estar con ambos pies sobre la silla se dio cuenta de que setenta y cuatro años podían doler mucho más de lo que un adolescente dice con facilidad. Tomó una larga falda de terciopelo color verde oscuro y al tomarla notó que algo cayó al suelo. Bajó de la silla y con asombro que la heló vio que se trataba de su viejo portafolio de cartas, que más que simples cartas era el portal al más íntimo rincón de sus sentimientos.
Con sus marrones y grandes ojos ya asentados por la edad miró casi sin aliento aquel portafolio color morado en casi perfecto estado donde escribió una gran cantidad de cartas con tantos sentimientos que pudieron haber conmovido a cualquiera, pero asímismo pudieron haber hecho reír a los incredulos del amor.
Pronto sintió sudor en sus manos, temblor en cada rincón de su cuerpo y agua salir de sus misteriosos ojos. Al rodar la primera lágrima en su mejilla la limpió de inmediato y decidió abrir aquella puerta que hacía años atrás logró cerrar a base de un esfuerzo casi sobrehumano.
Cambió su falda y en seguida tomó el portafolio con celo y nostalgia entre sus brazos. Pronto se dirigió hacia su cómoda y rustica mesedora de madera, sirvió más té en su taza, se colocó sus anteojos de lectura y acarició con tacto y melancolía con las yemas de sus dedos la textura de aquel portafolio morado. Cerró los ojos por un momento, suspiró profundo, y lo abrió, sabiendo que estaba por abrir aquél amor tan fuerte y desgarrador, aquél estruendoso sentimiento que siempre cambió su vida. Sin embargo decidió no hacer caso a sus abrumadores pensamientos, sonrió, sacó la primera carta y comenzó a leer.
Ésto no fue todo, al comenzar a leer comenzó crear un escenario en su mente de cada suceso que había ocurrido a través de cada escrito, así comenzó una aventura de recuerdos que Rebeca había prometido borrar de su vida, pero olvidó que hay recuerdos que se vuelven hipodérmicos.

Hipodérmico.Where stories live. Discover now