Capítulo 18.

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Rebeca se sentó para no perder el equilibrio, abrió el sobre y sacó una hoja blanca escrita de principio a fin, temerosa comenzó a darle lectura.
"Mi querida Rebeca.

Si estás leyendo ésto es porque probablemente me encuentro en una situación deplorable. Me detectaron el cáncer a los ochenta años, y éste mismo día supe que mis días estaban contados, y éste mismo día escribí ésta carta para ti.
En éstos años sin ti, supe que todo es como un ciclo infinito; lo que sube baja, lo que se enciende se apaga, lo que nace muere, lo que florece marchita. Lo único que es inmortal es aquello que no se olvida. Yo jamás logré olvidarte, y te amé en cada primer rayo del sol por la mañana, en cada luna en el cielo lleno de estrellas que nunca logró igualar tu belleza, en cada ocaso y en todo momento. Me fui, pero mi felicidad se quedó contigo. Me casé, pero mi corazón únicamente llevó grabado tu nombre. Si jamás te busqué fue porque debía aclimatarme a mi vida con una mujer a la que le juré frente al altar amarla hasta que la muerte nos separara y que sin embargo la vida se encargó de separarnos sentimentalmente porque nunca logré amarla.
Ahora debo pedirte un favor, estoy seguro de que el día que ésto llegue a tus manos yo ya tendré los segundos contados. Te suplico que vengas a verme, no seré quizás ni la sombra de el hombre que fui a los treinta; pero quiero morir rozagante por haber visto por última vez al amor de mi vida. Dame la dicha de que seas mi último aliento de felicidad. Después de eso podrás volver a tu vida, y yo moriré feliz porque he cumplido mi promesa de amarte hasta que los cielos dejaran de llover.

Tuyo por la eternidad, Mariano Sandoval."

Seguido de ésto sacó una hoja más pequeña que también venía en el sobre con una dirección escrita: era la dirección de el hospital.
Rebeca llena de zozobra se dirigió a su teléfono y marcó el número de su esposo; Luis Antonio Rentería.
—Rebeca, ¿qué sucede?
—Necesito que vuelvas.
—¿Está todo bien? Tenía pensado volver pasado mañana...
—Vuelve hoy —interrumpió—. Necesito que me lleves a una parte.
—¿A dónde?
—A Monterrey, debo ver a un hombre que fue primordial en mi vida y está muriendo.
Dicho ésto colgó y se soltó en llanto, tomó el portafolio de sus cartas y lo abrazó con melancolía.
A las nueve de la noche llegó Luis, y Rebeca ya lo esperaba con el portafolio en mano lista para irse.
—Ten —le tendió la mano con el papel en donde estaba escrita la dirección—. Aquí debemos ir ahora mismo.
Rebeca atravesó la puerta sin mirar atrás y Luis desconcertado fue trás ella. Ambos subieron al Volkswagen 1992 negro de Luis y condujo en silencio durante algunos minutos hasta que la duda se apoderó de él al ver que Rebeca lloraba en silencio.
—¿Quién es?
Rebeca giró la cabeza para verlo.
—Mi primer amor.
—¿Y me lo dices así de fácil, y hasta ahora?
—Luis, te amo...
—¿De qué estás hablando? —interrumpió.
—Y te amaré hasta mi último día de vida. Pero a él lo amé primero... y debo estar con él hasta que sus ojos se cierren para siempre.
—¿Al menos podré saber quién es?
Rebeca suspiró y asintió, y en las horas restantes del viaje le contó todo a cerca de Mariano a Luis.
Luis se sorprendió al conocer ese episodio de la vida de su esposa que jamás conoció, sopesó las cosas y al final las asimiló y le brindó su apoyo. Así mismo Mariano le contó todo sobre Rebeca a su esposa Isabela cuando le preguntó para quién era la carta que envió, ella tardó más en asimilar las cosas, sin embargo también lo apoyó.
Mariano pidió a Isabela que se fuera a casa, ya que estaba casi seguro que Rebeca sí asistiría su llamado. Así mismo Rebeca pidió a Luis que se hospedara en algún hotel, ya que quería llegar sola a su reencuentro con Mariano.
Luis e Isabela aceptaron a las peticiones de sus parejas.

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