Capítulo 4.

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La boda de dos miebros activos del templo llamados Pilar y Octavio estaba a unos días de llevarse a cabo. Rebeca y su familia estaban cordialmente invitados. Rebeca accedió sin pensar dos veces, debido a que sabía que ahí estaría el imposible Mariano. Así mismo Mariano accedió a ir ya que sabía que habían demasiadas posibilidades de volver a ver a la intocable Rebeca. Era algo gracioso, dos corazones ansiosos a muerte de volver a estar cerca, dos mentes nefelibatas forcejeando por despertar y darse cuenta que lo suyo era prohibido e imposible, y a la vista de la sociedad eran solo dos personas que parecían caerse bien.
Rebeca se puso un atuendo que según ella la haría verse madura. Se puso un par de medias, unas bailarinas negras y un vestido hasta las rodillas holgado con estampado de flores elegantes pero llamativas. Peinó su larga cabellera roja en una coleta alta y se perfumó.
Mariano se puso un smocking negro y trató de lucir lo mejor posible para la imposible Rebeca.
Rebeca quería lucir al alcance de su Mariano, y Mariano creía con fervor y pesar que su Rebeca era inalcanzable.
Mariano no sabía de que manera acercarse a Rebeca sin parecer un desesperado, no podía invitarla a salir porque creía que sería mal visto, no podía abrazarla, tenerla todo el tiempo cerca porque creía que Rebeca se atosigaría de él.
Invadido de cobardía se decidió por sacarla de su vida aunque ésto le costara la suya. Por lo cuál invitó a Sara Rentería Vázquez a ser su compañía.
Así mismo Rebeca temerosa de que se sospechara su atracción por Mariano, invitó a Christopher Treviño a hacerle compañía en la boda. Sara y Christopher accedieron a ser los acompañantes de sus respectivas parejas.
Sara era esbelta, tez pálida y su cabello era negro y rizado hasta la cintura, además era una mujer altanera, sarcástica y apática. Sin embargo era toda dulzura cuando estaba con Mariano.
Mariano y Sara llegaron primero que Rebeca, Sara llevaba un vestido entallado rojo que resaltaba sus atributos y zapatillas color plata. Sara era perfecta según varios hombres, sin embargo Mariano no podía verla con ojos de amor. Mariano sabía cuán hermosa era Sara, pero no podía fijarse en ella porque su corazón seguía a aquella dulce chica que venía entrando del brazo de Christopher Treviño.
La tarde pasó; Mariano y Rebeca no hicieron más que mirarse uno al otro. No se miraban como se miran unos platónicos, se miraban hablandose con los ojos, su lenguaje era mirarse como dos locos.
Finalmente al caer el anocheser, Rebeca se despidió cordial de todos, Christopher se ofreció a llevarla a casa a lo que Rebeca se negó, ya que quería caminar bajo la luz de la luna para meditar los embriagantes razgos de su amor imposible. Mariano vio a Rebeca salir, y en seguida fue tras ella, la alcanzó a unos metros del salón.
—Te vas sin despedirte. —dijo Mariano tomando a Rebeca del brazo. Rebeca sintió que la sangre le hervía, que su corazón latía acelerado y que su piel se erizaba con el contacto de la mano de Mariano. Él sintió lo mismo.
Rebeca se giró.
—Creí que estabas ocupado.
—Para ti jamás.
—Me alegra saberlo. —sonrió tímida.
—¿Necesitas compañía?
—Si la compañía no tiene cosas que hacer...
—En absoluto.
Mariano le ofreció su brazo a Rebeca y juntos bajo la misteriosa noche caminaron sin decir una palabra, solo suspirando en silencio y disfrutando la compañía el uno del otro hasta que por fin llegaron a casa de Rebeca.
—Gracias por traerme.—dijo Rebeca con una tímida sonrisa y dio un paso adelante para estar más cerca de Mariano.
—Fue un placer. —dijo Mariano tomandola del hombro, mirandola a los ojos y dando un paso más adelante—. ¿Te dije que hoy te ves encantadora? —dio otro paso.
—¿Te dije que hoy te ves encantador? —ella también dio otro paso.
Ambos sintieron la calurosa y bella cercanía entre ambos y sintieron un fuego abrumante que les llenó la cabeza de el deseo de permanecer así hasta que vieran la puesta de sol salir. Mariano puso sus manos con delicadeza en los hombros de Rebeca, y pudo sentir como entre sus pieles había un imán que exigía que permanecieran así, juntos.
Rebeca dio un paso más, quedando así sus cuerpos sin un centímetro de distancia.
Rebeca alzó la cabeza para mirarlo a los ojos, ambos se miraron y supieron que ese era su lugar en el mundo, ellos se pertenecían. Hasta que el pensamiento racional inoportuno hizo presencia. Rebeca sintió miedo de pensar que Mariano se sintiera presionado por ella. Y Mariano tuvo miedo de presionar a Rebeca, que ironía la suya.
Mariano presionó sus ojos, tratando de despertar de aquel sueño. Se acercó al rostro de Rebeca y puso sus labios en su mejilla, Rebeca cerró los ojos gozando el momento en que sintió la textura de sus labios dando un beso en su mejilla. Así mismo Mariano disfrutó poder tener el privilegio de rozar con sus labios la fragilidad de la mejilla de Rebeca.
—Buenas noches, Rebeca.
—Buenas noches, Mariano.
Ambos se regalaron una sonrisa que sació sus ganas inquietantes de no solo besarse la mejilla.

Una vez más Mariano sintió que estaba haciendo lo incorrecto, Rebeca era casi una niña. —No debes quererla. —se repetía a cada momento. Sabía que no había poder humano que lograra sacar de su vida a Rebeca, y menos ahora que casi tenía la certeza de que la atracción era mutua al sentirla tan cerca de él. Así que tomó una decisión que le partiría el corazón. Tomó una hoja de cuaderno y una pluma, y comenzó a escribir un breve escrito para Sara Rentería.
"¿Aceptarías ir a una cita conmigo?"
Lo suficientemente breve para sentir el dolor de saber que eso era lo que deseaba decirle a Rebeca.
Mientras que Rebeca, soñadora, creía que a partir de ese momento las cosas mejorarían entre Mariano y ella. Rebeca, soñadora, creyó que su imposible amor estaba a punto de ser consumado.

Hipodérmico.Where stories live. Discover now