Capítulo 14.

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Durante todo el mes de marzo la intensidad de las miradas y encuentros fugaces entre Luis y Rebeca se volvían casi adictivos a Rebeca. Luis era un reto para ella, le intrigaba saber quién era, porqué aquella vez le dijo que quería lo conocieran por él mismo, no sabía siquiera sus apellidos. Sin embargo Luis averiguó sobre ella lo necesario por medio de conversaciones y preguntas de artimañas con Norma Narváez. Pero a pesar de todos sus hallazgos, nunca lograba averiguar porqué lloraba con tanto desazón aquel día en que se conocieron, así que Rebeca también se convirtió en un misterio para él.
Rebeca estaba atrapada en su humor ligero pero sarcástico, en los hoyuelos de sus mejillas, en su varonil voz y su estilo moderno; sin embargo no se sentía amilanada por volver ese sentimiento en otro amor hipodérmico. De cierta manera sabía que el daño causado por cualquier otro hombre, jamás se igualaría al que Mariano le había causado.
Le fascinaba mirar a Luis distraído escuchando las prédicas, conversando con otras personas, verlo marcharse a toda velocidad en su motocicleta y verlo jugar con su cabello castaño. Ella aseguraba que Luis nunca se percataba de ésto, pero Luis solo le hacía creer eso; en realidad él notaba cada que Rebeca se perdía mirándolo, ya que él también disfrutaba mirarla y ésto le causaba mariposeo en su estómago.

El día del séptimo aniversario de la iglesia, todos iban con elegantes ropas ya que hubo una pequeña celebración.
Rebeca se puso un vestido color verde militar con olanes a partir de la cintura y unos botines negros de pequeño tacón, se recogió su cabello en una coleta alta e imperfecta, se puso unos llamativos pendientes y pintó sus curveados labios de rojo escarlata. Luis llevaba puestos unos jeans azul marino de mezclilla, zapatos de agujetas cafés, camisa azul cielo de vestir, corbata negra y un saco ligero y blanco. Ambos al verse se sintieron casi hipnotizados. Rebeca admiró el alto atractivo de Luis, y Luis admiró la belleza natural de ella.
Durante toda la celebración, se miraban con intensidad e incluso de pronto Luis le sonreía con picardía.
Al terminar, Rebeca vio que Luis se dirigió al salón donde se conocieron y con sigilo fue detrás de él.
Luis estaba de espaldas a la puerta y Rebeca entró y cerró la puerta sin que él lo notara. De uno de los bolsillos de sus jeans sacó una cajetilla de cigarros. Puso uno en su boca y cubrió una parte del cigarro para que el fuego de el encendedor no se apagara, dio el primer golpe y soltó el humo.
—¿Necesito sobornarte para mi silencio? —dijo Rebeca.
Luis se giró un tanto sorprendido.
—Creeme que de ti quiero todo, excepto tu silencio. —dijo con reticencia.
—Hagamos un trato.
—Hagamos lo que quieras —alzó las manos—. Estoy a tu disposición.
—Mi silencio a cambio de que tú rompas el tuyo.
—Genial. Y dime, ¿quieres que lo rompa gritando, cantando, —se acercó a ella—. Ó tienes una idea mejor?
Rebeca soltó una pequeña sonrisa.
—Aún mejor, solo tienes que decirme quién eres.
—Me hieres, Rebeca, creí que era tu ángel.
Rebeca tomó el cigarro de los dedos de Luis y lo puso entre sus labios rojos, dio el golpe y sacó el humo despacio.
—Te tengo una mejor propuesta.
—Yo te tengo millares. —insinuó Luis tomando su cigarro levemente manchado de labial rojo y poniéndolo entre sus seductores labios—. Pero bien, te escucho.
—Si te dijera la razón por la cuál me encontraste rota en llanto aquel día, ¿tú me dirías porqué me dijiste que debías darte a conocer por ti mismo?
Luis sonrió seductor.
—¿Qué ganaría yo con saberlo? Y más importante, ¿qué ganas tú con saber de mí? —dio otra fumada—. ¿será que tanto te intereso? —dijo hablando y exhalando el humo al mismo tiempo, y se acercó más a ella.
—¿Estás tratando de provocarme? —dijo Rebeca cruzando los brazos y alzando una ceja.
—Vaya que sí. —asintió repasándola con la mirada de arriba a abajo.
Rebeca le quitó suavemente el cigarro de los labios y se lo colocó en los de ella dando otro ligero golpe y se lo devolvió.
—No quiero provocaciones, quiero respuestas. —sonrió.
—¿Qué buscas, Rebeca? —tiró el cigarro restante al suelo y lo pisó—. Si ahora mismo te digo las respuestas a todas tus preguntas, ¿qué ocurrirá?, ¿qué perspectiva te daré ahora?
—Busco saber porqué me interesas tanto. —agachó la cabeza tímida por su confesión.
—Rebeca, tú también me interesas. Y quiero responder a tus preguntas, pero antes... dime, ¿qué piensas de mí ahora mismo?
—Luis, yo... no lo sé. Quiero saber qué quiero de ti. Quizás quiero demasiadas cosas —presionó sus labios—. Pero ni siquiera sé porqué me intrigas tanto.
—Sabrás de mí cuando me dejes saber de ti. —mintió, ya que sabía lo suficiente gracias a Norma.
—Soy un libro abierto.
—Y yo quiero escribir uno nuevo contigo.
Rebeca le sonrió con ternura y sintió como se sonrojaba.
—¿Y cuando sabré sobre su autor?
—¿Qué esperas para hablarme sobre ti?
Ambos se sentaron en el suelo en un rincón del salón, Luis preguntaba cosas desde importantes hasta vanales a Rebeca y ella respondía. La conexión entre ellos era notoria.
Finalmente se pusieron de pie, Luis sacó otro cigarro y lo encendió.
—Ahora que sabes sobre mí, ¿qué podré saber yo de ti? —preguntó Rebeca.
Luis sintió necesidad de ser honesto con ella.
—Mi nombre es Luis Antonio... —suspiró—. Rentería Vázquez.
Rebeca se quedó atónita.
—Oh Dios... tú eres hermano de Sara...
—E hijo de el ejemplar —simuló comillas con los dedos al decir "ejemplar"—. Matrimonio de Martina y José.
—Luis, lamento mucho lo de Sara.
—Yo también. Y si volví fue por ella, no por mis padres. Y otra respuesta a tus preguntas es que quería que me conocieran por mí mismo porque sabía que si se sabía que soy un Rentería todos me elogiarían solo por la fama de mis padres, y me tendrían lástima por la muerte de mi hermana Sara. —mordió su labio inferior—. Estoy harto de vivir bajo el yugo de mis padres, de ser querido solo porque ellos son queridos.
—Tus padres se han dado a querer, ¿qué es tan malo?
—¿Lo ves? —soltó una carcajada de ironía—. Incluso tú también me elogiarás y me hablarás con lástima por mi hermana, y la importancia verdadera que tenías en mí se habrá ido.
—Luis —negó con la cabeza—. Ahora que sé ésto...
—Sí, sí, acepto tus disculpas y comprenderé que necesitarás tiempo para aclarar tus ideas, vaya, qué novedad. —espetó y reía con sarcásmo.
—No me dejas terminar. —se acercó a él—. Ahora que sé ésto, me importas porque eres Luis. Porque yo estoy interesada en Luis, no en su familia. Luis, incluso si tus padres fueran los presidentes —puso su mano en su hombro—. Me seguirías importando por el simple hecho de ser Luis.
Dicho ésto se acercó más a él y le dio un beso suave en su mejilla.
Con lo que no contaba Rebeca, era que Mariano había vuelto. Y se encontraba trás la puerta escuchando todo.
—Ahora sí te perdí. —susurró Mariano dejando caer una lágrima.
Había vuelto solo de Monterrey a visitar a su madre Clarisa, ya que había tenido problemas de salud. Y en el camino se encontró con Adolfo, quien lo invitó a pasar a la celebración de la iglesia.
Y esa misma tarde se decidió por ir a casa de Rebeca, para bien o para mal; aguardó en el patio toda la tarde hasta que al caer el anocheser lanzó piedritas a la ventana donde veía la silueta de Rebeca moverse.
Rebeca escuchó las piedras en su ventana y se asomó. Al ver a Mariano sintió que le temblaban las piernas. Salió de casa con el pretexto de ir a comprar algunas cosas a una tiendita que estaba a unas cuadras. Al salir se acercó a Mariano y sin decir nada lo jaló del brazo a un lugar donde no pudieran verlos.
—¿Qué rayos haces aquí?
—Rebeca, no quiero que salgas con Luis.
—¿De verdad? —rió enervada—. ¿Entonces debería vivir en las sombras ausentándome del mundo mientras que tú te casas y vives una feliz vida?
—¿Lo amas?
—Vete, Mariano.
—Te amo, Rebeca.
—¡Lárgate, cínico! Tú no me amas.
—Yo no amo a Isabela.
—¡Basta!
Mariano se acercó a ella y la besó. Rebeca lo correspondió pero después lo empujó.
—Pídeme que la deje y lo hago.
—No. No lo hagas, cásate, ten hijos y vive tu vida.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que te vayas. —rompió en llanto—. Vuelve a Monterrey, solo hazlo. Nunca seré feliz viendote con ella... ni teniendote. No me arriesgaré a perder de nuevo la confianza de mis padres y a poner mi futuro en juego por un hombre que un día me ama y al otro día se casará con otra. Y si no es con Luis, será con Daniel, o con Christopher, o con cualquier otro, incluso con nadie, pero contigo ¡no, Mariano, no!
—¿Sabes qué, Rebeca? Me casaré con Isabela, y pasaré el resto de mi vida con ella, pero ten claro —limpió las lágrimas que le salían casi involuntariamente—. Que nunca te dejaré de amar, incluso si tengo hijos, nietos y toda una vida y tú también haces tu vida con otro ¡jamás te dejaré de amar! —dicho ésto sacó de el bolsillo de su chaqueta una gargantilla con una letra R. —Lo compré el día siguiente a nuestro primer beso. Solo conservala como un recuerdo.
Rebeca recibió la gargantilla y se la puso.
—Ahora vete.
Se dieron un último beso y se marcharon. Mariano tomó un autobus de vuelta a Monterrey y Rebeca volvió a casa.

Hipodérmico.Where stories live. Discover now