Capítulo 6.

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Durante tres semanas Mariano hizo formal su relación con Sara. Pero así mismo formalizó la relación con su condena a la desdicha. Para otro hombre hubiera sido un regalo de la vida tener a Sara a su lado, Sara tenía aspecto de modelo, además era hija del ejemplar matrimonio de Martina Vázquez y José Rentería, eran una familia digna de ser aplaudida a pesar de que en ocasiones las actitudes de Sara les hacían quedar mal. Sara quería a Mariano y se lo demostraba, pero Mariano por más esfuerzo que hiciera por corresponderla solo lograba aborrecerla más. Él quería que fuera Rebeca quien hiciera lo que Sara hacía. Pero al pensarlo se sentía irrespetuoso debido a la edad de Rebeca.
Rebeca sufría en silencio. Fingía que las cosas marchaban con normalidad al acercarse a Mariano a saludarlo o a conversar un poco con él. Pero al encontrarse sola, sollozaba y se maldecía por haberse fijado en aquel hombre imposible. Entre el embravecido mar de lamentos en el que se encontraba forcejeando, tuvo una roca en la cual se pudo sostener, conoció a un chico en el templo llamado Daniel de la Cruz Rodríguez, con el cual surgió una grandiosa amistad. Sin que Daniel supiera, fue de gran ayuda a Rebeca, ya que cuando creía que no soportaría más ver a Mariano y a Sara juntos, solo tenía que estar con Daniel y hablar sobre cualquier vanal tema para regresar a la pesarosa normalidad. Mariano en ocasiones miraba a Rebeca y a Daniel con celos cuando estaban juntos, y su mirada furibunda al ver reír a Rebeca en ocasiones desconcertaba a Daniel. Mariano sabía cuán alto atractivo poseía Daniel, envidiaba la juventud de su piel albaricoque, su cuerpo atletico y su alborotado y negro cabello. Creía que Rebeca se cautivaría con su atractivo físico y su amplio sentido del humor. Y aunque Rebeca también era conciente de el alto atractivo de Daniel, para ella simplemente nadie se compararía con su Mariano.
Ahí se encontraban dos inertes corazones deseando la suerte de aquellos que les hacían compañía al otro. Pero ambos tan pusilánimes se acoplaron a la mediocridad de no luchar el uno por el otro.
A ambos les costaba trabajo mirarse, ya que al hacerlo ambos se perdían contemplandose uno al otro. Pero ambos sabían que por más que trataran de no mirarse, se sentían, y más cuando estaban juntos. Para variar, su amor se incrementaba más estando distanciados. Porque lo suyo era tan hipodérmico que calaba en sus huesos, que corría por sus venas y que simplemente no podían controlar.
Rebeca optó por desahuciar su amor por Mariano como él lo hizo, y decidió distraerse un poco proponiéndole a Daniel que salieran.
Habían acordado verse en un parque familiar y tal vez tomar un helado. Lo que Rebeca no sabía era que éste parque quedaba frente al Jardín de niños donde Sara trabajaba como maestra.

Por fin había llegado el día acordado entre Rebeca y Daniel. Ambos estaban pasando una tarde amena, Rebeca admiraba el atractivo en Daniel y se cuestionaba porqué no optó por fijarse en alguien como él. Daniel conocía a Rebeca, y sospechaba que algo no andaba bien con ella, la sentía distante y elocuente.
De pronto, a lo lejos Rebeca vio a Mariano dirigirse al Jardín de niños, en seguida Sara salió y lo recibió con un beso.
Mariano sintió una mirada a sus espaldas así que se giró, cuán grande sorpresa se llevó al ver a su Rebeca saliendo con Daniel. Discretamente Rebeca se percató de ésto, y presa de celos por ver que Sara lo enternecía con sus caricias. Se levantó del césped donde estaban sentados, tomó a Daniel de la mano y lo haló hacia ella para que así se pusiera de pie también. Daniel la miró con desconcierto.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó añadiendo una risa.
—Te explico luego. Y por favor perdoname, pero sé que comprenderás, eres mi mejor amigo, me ayudarás, lo sé.
Al terminar de hablar, Rebeca se aseguro de que Mariano aún los estuviera mirando, lo cuál así fue.
Rebeca tomó a Daniel de las mejillas, y se acercó a él hasta que unió sus labios con los de Daniel. Lo besó con suavidad y Daniel desconcertado siguió el ritmo de Rebeca. Poco a poco Rebeca puso sus brazos al rededor de el cuello de Daniel y Daniel pusó sus manos en la cintura de Rebeca y continuaron el beso. Segundos despues Rebeca y Daniel separaron sus labios. Cuando Rebeca giró discretamente su cabeza para asegurarse de que Mariano hubiera visto lo sucedido, confirmó su rostro furibundo. Rebeca saboreó la victoria, y Daniel en secreto saboreó el momento.
Rebeca inmediatamente se disculpó con Daniel y le dijo que un ex amor estaba cerca y por eso lo besó, por mucha confianza que le tuviera a Daniel no le diría el verdadero motivo. Daniel comprendió y siguieron su tarde como si nada hubiera pasado.
Pero Mariano sentía que la sangre le hervía. Al dejar a Sara en su casa, él se dirigió a la suya. Al llegar cerró azotando la puerta, comenzó a tirar cosas con furia, a golpear la pared con sus puños y a maldecir a Daniel.
—¡Tú no tienes el maldito privilegio de besar a un ángel como ella! —gritó como si tuviera a Daniel frente a él—. Ella merece el mundo a sus pies, ella es una santa. —decía con rabia en su voz y con lágrimas de coraje rodando sobre sus mejillas—. Yo debí estar en el lugar de Daniel, ¡yo, maldita sea! —alardeaba con furia mientras seguía lanzando cosas al suelo.
Cuando Rebeca llegó a su casa, inmediatamente se metió a la ducha.
Dejó que el agua helada rodara por su cuerpo así como rodaba la culpa.
—Debiste haber sido tú, Mariano, no Daniel. —dijo sollozando. Se recargó con pesar en los azulejos de la ducha y poco a poco se deslizó hasta quedar sentada en el suelo abrazando sus piernas y llorando con pesar.
Al salir de la ducha se dispuso a escribir una carta más.

"Querido Mariano.

Hoy mi paladar degustó el sabor amargo de no ser usted a quien mis labios postraban su amor.
Pero ¿sabe? Escuché por ahí que los mejores besos no se dan con la boca, sino con los ojos. Y me volví a alegrar porque entonces usted y yo nos hemos besado apasionadamente. Hoy no besé a Daniel ¿sabe? Hoy lo besé a usted. Mis labios, mis manos, mis brazos y mi corazón lo plasmaron solo a usted, Daniel únicamente me prestó su cuerpo para hacer mi fantasía más real.
¿Y usted Mariano? ¿usted también me plasma en sus besos con Sara? Si es así, no lo haga. No lo haga por favor. Porque usted tiene la libertad de venir y besarme, usted no necesitaría plasmarme en Sara, pero yo para usted no soy nada. No piensa en mí, mucho menos me plasmaría en un beso. Tonta de mí que yo sí lo hice. Y lo seguiría haciendo, porque es usted al que quiero besar hasta mi último aliento.

Suya, Rebeca".

*Actualidad*
La noche cayó, Rebeca suspiró y rió un poco al recordar la fechoría de su juventud. Dobló la carta y llevó con ella el resto de cartas a su dormitorio. Se metió a su fría cama disfrutando el sonido de la lluvia caer, y sin intenciones de dormir abrió la siguiente carta.

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