Capítulo 12.

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Mariano y su madre, Clarisa Ferríz Robles estaban en la sala de espera. Así mismo Martina y José, los padres de Sara no paraban de rezar por el bienestar de su hija.
Mariano estaba preocupado por Sara, pero no dejaba de recordar esos momentos en que vio llorar a Rebeca por su culpa, en las palabras de Ernesto, en su futuro y en el de ella. Preso de la intriga optó por alejarse, irse un tiempo a respirar nuevos aires. Tenía una vieja amiga en Monterrey, llamada Isabela Sarabia Faour, con quien hacía unos meses que no hablaba, pero sabía que podía contar con su apoyo para encontrar un lugar en donde establecerse.
—Madre... —dijo Mariano a Clarisa—. Me iré a Monterrey, ¿estarías de acuerdo?
—¿Estás seguro? ¿qué hay de Sara?
—Sara y yo terminamos. —suspiró—. Es complicado, solo quiero irme para despejar mi mente.
—¿Has pensado en encontrarte con Isabela?
Clarisa estimaba demasiado a Isabela, incluso alentaba a Mariano y a ella cuando eran adolescentes para que tuvieran algo más que una amistad, Mariano se negaba siempre e Isabela solo se sonrojaba. A Clarisa le entusiasmó saber que cabía la posibilidad de un reencuentro.
—Le mandaré textos en éstos días, después le pediré que me ayude a encontrar un apartamento.
—No suenas entusiasmado... ¿qué pasa, hijo?
Mariano evadió la pregunta levantandose por un café. Mandó un texto a Adolfo para informarle lo sucedido con Sara y salió a tomar aire fresco.

Al día siguiente, Adolfo reunió al grupo juveníl en la iglesia para informarles lo sucedido y pedir que apoyaran con una oración.
—Iré al hospital, quien guste ir conmigo los veo afuera. —dijo Adolfo.
Norma, Daniel y Rebeca fueron con Adolfo al hospital a las 7:00 de la tarde.
Al llegar, Rebeca y Mariano se vieron y ambos sintieron ganas de llorar, sin embargo físicamente se ignoraron y se evadieron lo más posible.

Sara Rentería murió a las 3:25 de la madrugada, sus padres no podían encontrar consuelo. Estaban sumergidos en el infausto mar de agonía. Mariano consternado corrió fuera del hospital presionando su cabeza con sus manos, Rebeca con algunas lágrimas fue detrás de él. Él estaba apoyado en un árbol que estaba fuera del hospital.
—Mariano, como lo siento. —dijo Rebeca llorando.
—Fue mi culpa.
—Ni en broma.
—No lo entiendes, terminé con ella y ella tuvo un accidente automovilistico.
Rebeca se asombró.
—¿Porqué terminaste con ella?
—Por ti. Porque no merezco nada bueno en mi vida. Y Sara era buena, siempre me quiso y nunca la correspondí porque te amo, Rebeca Ortega, te amo más que a mi maldita vida.
Rebeca rompió en llanto y sintió de nuevo la explosión en su pecho. Quería decir mil cosas, pero no podía, simplemente las palabras no le fluían.
—Mariano... ¿tú me amas? —cuestionó con asombro, frunció la ceja y continuó llorando.
—Pero amarte resulta ser mortal, mira lo que causé por amarte, ¡una vida! Por eso me voy.
—¿Qué? —preguntó desconcertada.
—Me voy a Monterrey, porque si te tengo cerca me matará a mí también. Me voy con una mujer, ¿escuchaste eso? Quizás también la llegue a amar.
—¿Porqué me haces esto? —sollozaba Rebeca con voz átona—. Si me amas, ¿porqué me destruyes?
Mariano se acercó a ella y la besó con fuerza.
—¡Basta! —exclamó Rebeca empujandolo—. No me lastimes más, no me beses, no me abraces, no me vuelvas a tocar. Si me amas no me lastimarías. Primero me dices que me quieres fuera de tu vida y ahora esto.
—Ese fue nuestro último beso, te amaré hasta que los polos se derritan, pero mi vida continuará... —limpió las lágrimas de su rostro—. Sin ti.

Al día siguiente, en el velorio los familiares de Sara llegaban dando condolencias y dejandole flores.
Mariano estaba ahí y Rebeca también. Rebeca salió y Mariano fue detrás de ella. Ambos estaban en el estacionamiento de la funeraria.
—Mañana me voy. —dijo Mariano caminando hacia donde estaba ella.
—Buen viaje.
—Sé feliz, Rebeca. Mataré a quién te haga infeliz.
—Entonces ya puedes suicidarte.
—Con el tiempo verás que lo hago por tu bien.
Rebeca sin expresiones, se dio media vuelta y camino unos pasos.
—Rebeca, espera.
Rebeca se detuvo y se dio media vuelta, cuando se giró, Mariano ya estaba a centímetros de ella.
Mariano la besó con fuerza, Rebeca hizo lo mismo y se dieron un beso con pasión, rapidez, agilidad y amor desesperado. Mariano recargó a Rebeca en uno de los autos y ambos unían cada vez más sus cuerpos. Hasta que por fin decidieron detenerse, ambos se sentían más que extasiados.
—Adiós, Rebeca.
—Hasta nunca, Mariano. —dijo con voz gélida.
Y ambos siguieron sus caminos aparentando que nada había sucedido.

Hipodérmico.Where stories live. Discover now