Capítulo 10.

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Durante la semana las cosas volvieron a la normalidad entre Daniel y Rebeca, volvieron a salir y a llevarse como acostumbraban. Daniel sentía algo más allá que la amistad, pero no quería perderla. Y si callar su sentir con amistad era la ruta, entonces tomaría ese camino.
Mariano estaba dispuesto a terminar de romper la cuerda floja de la que dependía su relación con Sara Rentería. Sabía que Rebeca podía tener a su disposición a quién quisiera, cuando quisiera. Y si ese alguien quería ser él, debía actuar. Cada que recordaba a Daniel y a Rebeca besandose se sentía flebil, impotente y tonto. Una vez más se creía impudoroso al saber que estaba enamorado de una chica de diécisiete años, pero a la vez estaba cansado de sufrir en agonía al verla en brazos de otro. Por lo contrario; para Rebeca no era ningún impedimento la diferencia de edad, ella creía infaliblemente que cuando se ama, solo eso importaba. La superficialidad era un término con el que ella tenía una guerra constante. Pero así mismo estaba un poco asustada ya que sabía que la atracción mental era mucho más fuerte que la atracción física, la belleza física es solo prestada, de la atracción mental no te libras ni con un millar de barreras.

Llegado el viernes, ambos con nervios de saber que estarían completamente solos, se acataron a lo que la suerte les dictara y sin pensar demasiado, ambos se pusieron sus mejores ropas. Rebeca se puso un vestido entallado color rojo que dejaba ver sus clavículas, se hizo una coleta de lado que dejaba ver unos pendientes con perlas blancas de sus aretes y unas bailarinas negras. Mariano se puso jeans entubados, mocasines negros, una camisa blanca ajustada con las mangas dobladas y el mejor de sus perfumes. A los ojos de otras personas; ellos iban a una reunión formal, rodeada de gente que exige apariencia elegante. Pero en realidad solo iban a encontrarse dos personas enamoradas tocando una guitarra y levantando sus voces.
Rebeca llegó a la iglesia donde no se encontraba absolutamente nadie. Al llegar al cuarto donde ensayarían nuevamente se detuvo en el umbral, donde vio por primera vez a Mariano. Allí estaba Mariano, como la primera vez ensayando los acordes de la guitarra. Se miraron aún más intenso que aquella primera vez y sin dudar dos veces Rebeca caminó con una sonrisa en alto hacia él, Mariano se quitó la guitarra y caminó a zancadas dejando el rastro de su perfume a su paso y también sus suspiros en el aire al ver a Rebeca como toda una mujer. No dijeron una sola palabra para saber que lo estaban sintiendo, su lenguaje era mirarse.
Ya estando totalmente juntos, Mariano tomó con ambas manos sus mejillas, sonrió con pasión y sus ojos destellaban el algarabía al ver la ternura con la que Rebeca lo miraba. Olvidandose del mundo, Mariano besó a Rebeca.
Pasaba con tanta suavidad y tacto sus labios sobre los de ella, como si los labios de Rebeca fueran dos frágiles diamantes los cuales temía romper pero que sin embargo quería tener con él por el resto de su vida. Rebeca jadeó perpleja pero extasiada por el fuego ardiente que latía en su pecho y en su estómago. Se besaban lento y pasional, cada movimiento que hacían provocaba en ambos un hormigueo en cada parte de sus cuerpos que ambos disfrutaban. Ambos se separaron lentamente solo porque sus respiraciones comenzaban a ser casi nulas. Una lágrima de conmoción rodó por la rojiza mejilla de Rebeca.
—¿Tan mal estuvo? —dijo Mariano riendo de emoción.
—Anhelé tanto ésto que me temo despertar en mi habitación y que todo esto sea solo un sueño.
—Si ésto es un sueño, maldito sea el que nos despierte.
Rebeca sintió que le temblaban las piernas y abrazó con fuerza a Mariano.
—¿Deberíamos ensayar ya?
—No lo creo. —dijo Mariano entre risas.
Dicho ésto la besó nuevamente con la misma suavidad pero con un grado más de intensidad. Rebeca pasó sus manos por su cuello y Mariano por su cintura y ambos cerraron los ojos dejandose llevar por aquel beso.
—Prometeme que ésto es para siempre. —dijo Rebeca con la respiración agitada.
—Lo juro con el alma. —respondió Mariano—. Hablale a tu familia sobre mí y hagamos esto formal. Yo haré lo mismo.
Rebeca asintió.
—¿Y Sara? —preguntó Rebeca.
—Entenderá.
—Debería irme ya para ir preparando a mis padres.
—Yo también prepararé a mi madre. Aunque será una tarea difícil. Pero si logré que una diosa se fijara en mí, lograré lo que sea.
—¿Tu madre es difícil?
—Complicada, está enferma y... tú sabes. ¿Tus padres me aceptarán?
—Tendrán que hacerlo. Ahora, debo irme.
Rebeca plantó otro beso en los labios de Mariano. Y camino hacia la salida.
—¿Necesitas compañía?
—Toda la vida.
Ambos caminaron hasta la casa de Rebeca riendo y haciendo bromas. Así mismo se repetían a cada momento lo mucho que se querían mientras se daban fugaces besos bajo el cielo nocturno repleto de estrellas.
Al llegar a la puerta de Rebeca, se besaron una vez más y acordaron hablar con sus familias y aunque éstas tuvieran una reacción negativa, prometieron seguirse queriendo por el resto de sus vidas.
Rebeca llegó rozagante a su habitación y tomó papel y lápiz. Pero al momento de querer redactarle otra carta a Mariano; se dio cuenta de que no habían palabras que lograran expresar el centenar de sentimientos que Mariano había despertado en ella. Así que se limitó a escribir lo que era un hecho.
"Querido Mariano.

Logró que mi amor por usted se volviera un amor hipodérmico. Para bien ó para mal, pero lo logró.

Suya, Rebeca."

Hipodérmico.Where stories live. Discover now