Capítulo 7.

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Mariano sabía que estaba dejando ir a Rebeca. Y Rebeca sabía que Mariano no estaba haciendo nada por ella.
Pero de pronto a Mariano se le ocurrió una manera de demostrarle a Rebeca que le importaba; le pediría que cantara con él en la siguiente plática de el grupo juveníl.
No sabía exactamente de que manera se lo pediría, así que optó por mandarle un pequeño escrito:
"Mi querida Rebeca.

He llegado a la conclusión de que mi guitarra no es suficiente y mi voz se escucha vacía. Y creo que tú eres mi esperanza. ¿Me harías el honor de cantar conmigo el sábado?

Con cariño, Mariano."

Sabía que el "con cariño" era innecesario, sin embargo lo añadió para darle breves señales de su enorme cariño.
Rebeca recibió la carta de Mariano, y al ver su letra cursiva casi tan perfecta como su esencia, sintió que su espíritu se elevaba a la atmósfera. No pudo resistir más, y aventurandose a sus miedos llamó a Mariano.
—¿Rebeca? —respondió Mariano como si ansioso esperara la llamada.
—Recibí tu carta...
—Entenderé si no aceptas, en verdad.
—Acepto, Mariano. —dijo con firmeza, como si deseara decir "acepto" para todo en respecto a Mariano.
—¿De verdad? —preguntó Mariano con rozagante voz.
—No necesitabas siquiera preguntarlo, solo ponerme al tanto. —aseguró tímida.
—Te pasaré la lista de canciones que cantaremos, ¿te parece?
—Perfecto.
Ambos colgaron y sonrieron como dos niños. Mariano sonrió a su máxima capacidad y Rebeca reía con rozagancia al pensar que pudo haber escogido a Sara, o a cualquier otra chica y se decidió por ella.
En cuanto recibió la lista de canciones, comenzó a ensayarlas y a afinar su voz. Así mismo Mariano afinaba su guitarra lo mejor posible y trataba de que su voz sonara digna de ser acompañada por su Rebeca.
Por fin se llegó el tan esperado sábado, Rebeca y Mariano llegaron media hora antes que todos para poder ensayar un poco.
Mariano comenzó a tocar en su guitarra una melodía tranquila, él comenzó a cantar y Rebeca lo seguía y hacía algunos coros. Mariano se deleitó totalmente, se dejó llevar por su angelical voz y de pronto se levantó de la silla donde estaba sentado sin dejar de tocar. Se acercó a Rebeca que también estaba de pie y aún cantando. Rebeca alzó su cabeza para mirarlo y sintió esa placentera sensación electrizante al tener a su Mariano tan cerca de ella. Y Mariano la miraba con sus ojos llenos de ternura, como si Rebeca fuera su ángel.
Mariano detuvo sus dedos de la guitarra, pero ambos continuaron cantando y mirandose a los ojos. Se quitó la guitarra, la recargó en la silla y se acercó más a Rebeca y ella hizo lo mismo. No dejaban de cantar, ambos sentían que sus voces los hipnotizaban y reforzaban la conexión que había entre ellos.
Mariano tomó de las manos a Rebeca. Y Rebeca presionó las manos de él en señal de que no quería soltarlo jamás.
De pronto ambos se callaron. Y los invadió un silencio lleno de ataraxia y tensión a la vez, lo único que podían hacer era mirarse con desesperación.
—Mariano... —susurró Rebeca.
—Rebeca, yo te... —se interrumpió Mariano. Cerró sus ojos con presión, y cuando volvió a abrirlos se percató de que nuevamente estaba a centímetros de los labios de Rebeca y que ella también cerró sus ojos. Contempló la belleza de Rebeca, sintió que se perdía viendo su rostro y su despeinado cabello rojo, y deseo que el mundo no siguiera su curso, que se detuviera en ellos y no tuvieran que pensar en el mañana. Miró fijamente la blanca piel de porcelana de Rebeca, sus interminables y sobrepobladas pestañas y la perfecta forma de sus labios rojos, y fue a partir de ese momento en que se enamoró completamente de Rebeca Ortega.
Rebeca podía sentir la calurosa y acelerada respiración de Mariano y esperaba vehemente el momento en que aquel hombre que tantas veces le quitó e irrumpió su sueño por fin cellara su amor con un beso.
Ambos estaban dispuestos y a milímetros de unir sus labios, pero la frustración los invadió cuando escucharon voces aproximarse al salón donde ellos se encontraban. Abrieron los ojos y se miraron hiératicos, pero a la vez frustrados. Adolfo y Norma entraron juntos, y saludaron cordiales a Mariano y a Rebeca añadiendo una sorpresa; estaban en una relación. Adolfo y Norma compaginaban realmente bien.
Despues de ésto comenzaron a llegar el resto de jóvenes y tal como lo planearon; Mariano y Rebeca cantaron juntos.
Ambos se miraban entre sí como dos tontos y gozaban el poder mostrarse al mundo juntos por primera vez, aunque solo fuera como un dueto. Anhelaban tener la libertad de Adolfo y Norma para mostrarse al mundo como la pareja que ambos añoraban poder ser. Aunque los celos de Sara se hicieron presentes, Mariano ignoró todo, lo único que acaparaba su atención era Rebeca.
Rebeca volvió a casa, y al acostarse no podía hacer más que recordar y revivir con la imaginación ese momento tan bello entre ella y Mariano, se preguntaba qué hubiera sucedido si Adolfo y Norma no hubieran llegado.
Mariano hacía lo mismo, recordaba cada rasgo y cada centímetro de el rostro resplandeciente de Rebeca, de esas ganas tan inmensas como el mar azul de besarla cuidando cada detalle de sus delicados labios y se lamentaba el hecho de que ese momento fuera interrumpido.
Finalmente el sueño venció la batalla de los corazones embravecidos de amor de Mariano y Rebeca, pero ésto solo sirvió para que ambos se siguieran viendo dentro de sus sueños. Rebeca se soñaba entre sus brazos sintiendo su calor y su esencia, y Mariano se soñaba dandole a Rebeca un abrazo que la hiciera permanecer a su lado, así, sin problemas por la diferencia de edad, sin preocupaciones, sin importar que el mundo se cayera a pedazos, se tenían el uno al otro y nada más importaba. Pero por infortunio sabían que llegaría un momento en que despertarían. Aunque eso no era realmente un problema, ambos ya habían avanzado más al estar dispuestos a besarse, ambos necesitaban estar juntos tanto como el aire que respiraban.

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