Capítulo 8.

4 0 0
                                    

Al sacar la siguiente carta, Rebeca sonrió con nostalgia, ya que recordó el dulce sabor de boca que éste suceso le había dejado. Y con la lluvia ambientando su lectura, abrió la carta y comenzó a leer y a recordar.

Era miércoles por la mañana y Rebeca se dispuso a ir a la pequeña reunión que abría en la casa de Norma con motivo de su cumpleaños, Norma no era social y sin embargo tuvo el buen gesto de invitar a todo el grupo juveníl.
Rebeca se puso un vestido entallado con girasoles estampados que le llegaba unos centímetros arriba de las rodillas, unos botines de gamusa color café y se hizo una trenza que recargó en su hombro izquierdo. Ahí estaba su alma de niña buscando con ímpetu atraer la atención de Mariano.
Mariano también quiso lucír jóven y apto para Rebeca, lo que no sabía era que él se conservaba jóven. Se puso un elegante traje negro que lo hacía ver misterioso, profundo y realmente apuesto. Ésta vez incluso pasaba con cuidado el peine sobre su alborotado cabello para que luciera ordenado. Ésto para él era un acto simbólico, ya que para él su cabello siempre fue libre, peinarlo con delicadeza era solo para representar la ardua importancia de algo, ahora ese algo era Rebeca.
Mariano llegó primero que Rebeca, y al llegar comenzó a charlar con Adolfo, ya que Adolfo era un gran amigo para él con el cual se llevaba muy bien.
Rebeca llegó y lo primero que hizo fue felicitar a Norma y darle un pequeño obsequio. Mariano sintió ese escalofrío abrumante y encantador, giró su cabeza y vio en el umbral a Rebeca, tan intocable y tan esplendorosa que se sintió indigno de siquiera mirarla. Rebeca lo miró con la dulzura de sus ojos y se maravilló al ver cuán bien se veía Mariano.
En el transcurso de la fiesta, Rebeca reía, se desenvolvía, se movía con seguridad y simplesa y Mariano se preguntaba porqué no tenía a todos los hombres levitando de amor por ella, si ella era perfecta. Rebeca sabía que Mariano la observaba sigiloso, y ella se mostraba coqueta para atraer su atención.
Pero para bien o para mal, además de atraer la atención de Mariano también tenía la atención de Daniel de la Cruz, quién también la miraba y en secreto la admiraba. Pero Daniel no quería arruinar las cosas, así que permaneció en silencio para apaciguar sus ganas de volver a besarla.
Caía la noche, Rebeca debía volver a casa, así que se despidió de todos y una vez más Mariano la alcanzó unos metros fuera de la casa de Norma.
—¿Necesitas compañía? —preguntó Mariano tomando a Rebeca del hombro.
—Me acostumbraré a ésta compañía si sigues así. —dijo Rebeca añadiendo una risa—. Así que sí, acompañame a casa.
Juntos se fueron del brazo hasta la casa de Rebeca, ésta vez iban conversando sobre sus gustos, sus miedos, sus metas y sus intrigas. Y al hablar parecían dos locos, dos en uno.
Al llegar a la casa de Rebeca, estaban bajo el lampo del cielo nocturno, Mariano se acercó a Rebeca y le dio un cálido abrazo rodeando con sus brazos su cintura y ella pasó sus brazos rodeando su cuello. Mariano sumergió su rostro en el hombro de Rebeca tentado a dirigir sus labios a su rostro. Y Rebeca cerró sus ojos disfrutando el momento. Mariano se acercó al oído de Rebeca y le susurró con ternura las palabras que Rebeca jamás olvidó:
—Te quiero mucho. —dijo Mariano con firmeza.
—Yo... también te quiero. —dijo Rebeca con nervios.
Se separaron, se despidieron y ambos se marcharon con la sonrisa en alto.
Mariano no lo sabía, pero él fue la primera persona en decirle a Rebeca "te quiero mucho". A lo largo de la vida de Rebeca había recibido muestras y palabras de cariño de parte de sus familiares y amigos, pero jamás escuchó a un hombre decirle que la quería, Mariano fue el primero.
Rebeca repetía una y otra vez ese momento en que Mariano con su apacible y masculina voz que la quería hasta que por fin el sueño la venció. Y fue a partir de ese momento, que las cosas entre ellos se fortalecieron. Mariano admitió que la quería y Rebeca no le pudo responder de igual manera ya que de su boca no habían salido esas palabras antes, ella consideraba los "te quiero" como palabras fuertes que solo debían ser dichas si en verdad se sentían, y ella lo sentía, pero temía que al decirlo en voz alta estaría quebrando por completo la barrera de su corazón, y también tenía miedo de quererlo. Pero en el fondo sabía que su cariño por él se volvía cada vez más hipodérmico.

Hipodérmico.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora