Capítulo 13.

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Los días siguientes al trágico e inesperado fallecimiento de Sara Rentería, las cosas entre Mariano y Rebeca tomaron un ritmo apacible. Extrañamente siguieron conviviendo como si nada hubiera ocurrido; incluso Rebeca volvía a contarle sus problemas familiares y personales, y Mariano siempre fue su apoyo, su pañuelo de lágrimas y su consejero. Incluso en ocasiones Rebeca lo llamó a altas horas de la noche llorando por algún descontento con sus padres o con sus amistades y Mariano la escuchaba y aconsejaba de la mejor manera. Durante casi un mes se volvían cada vez más inseparables; predicaron juntos, salían de vez en cuando en compañía de otros jóvenes, Rebeca le contaba cada logro, tristesa, meta, y suceso y a Mariano se le había vuelto un hábito hablar y hablar con ella. Seguían sintiendo un remolino de cosas el uno por el otro, pero sabían que por más que se quisieran, no tenían un futuro. Rebeca sabía que Mariano comenzaba a tener demasiado contacto con Isabela Sarabia; y por más que luchara por que ésto no tuviera influencia en ella, en el fondo tenía celos y sabía que era inminente que algo surgiera entre ellos. Rebeca no conocía a Isabela en persona, pero de vez en cuando entraba a sus redes sociales para ver sus fotografías. Isabela era alta y un tanto corpulenta, su cabello era negro con apariencia de seda fina y acostumbraba a usar jeans ajustados de colores llamativos con blusas que dejaban ver la piel morena de sus hombros y zapatillas de apariencia costosa y lo que más le llamaba la atención a Rebeca era que Isabela tenía rasgos de su rostro muy similares a los de ella. Tenía veintinueve años y conoció a Mariano desde los trece años. Y al saber que por fin lo volvería a ver se sintió más que feliz.
Durante ese mes el vínculo entre Mariano y Rebeca se volvió mucho más fuerte, pero ésto ellos no lo sabían, ellos afirmaban que simplemente se estaban adaptando a una especie de amistad intima, pero en realidad se estaba fomentando el cariño que había entre ellos. Rebeca por las noches se ponía a recordar lo que ocurría entre ellos, como aquella vez en que Mariano acarició su cabello, o cuando la abrazó y le dijo que la extrañaba, o cuando predicaron juntos y al final dio unas palabras enternecedoras de agradecimiento a ella. Mariano hacía lo mismo. Pero ellos aseguraban que solo era un vínculo amistoso.
Hasta que un día en que Mariano se puso a recordar los besos de Rebeca, la muerte de Sara, las palabras de los padres de Rebeca y la posibilidad de que la enviaran lejos si seguía queriendolo lo desalentaron de toda posibilidad de rehacer lo que aquella noche le juró con el alma a Rebeca. Inerte y sin pensar demasiado tomó una maleta, empacó, dejó una carta de despedida para su madre, esperó al anocheser y se marchó.
En el camino llamó a Isabela para que lo encontrara a cierto punto del viaje y dejó de escuchar lo que el corazón le decía.

A la semana siguiente de que Mariano se marchó, Rebeca comezó a notar su ausencia, quizo llamarlo pero su celular estaba fuera de servicio, quizo contactarlo por mensaje de texto pero hacía días que no se conectaba, le mandó una carta, pero jamás obtuvo respuesta. Simplemente se había ido.
Tres semanas después, Mariano hizo pública su reciente relación amorosa con Isabela Sarabia por medio de redes sociales, lo cuál destrozó a Rebeca.
Durante todo el mes de diciembre, Rebeca cayó en depresión. No comía, no dormía porque cada noche de ese mes le lloraba a su amado, miraba a la luna y lloraba hasta que quedaba seca y las lágrimas ya no le fluían. Ya no se arreglaba, no se maquillaba y todo el tiempo peleaba con sus padres. Se destruía con cada fotografía de Mariano besando a Isabela, o leyendo los poemas que se escribían. Se volvió introvertida y ermitaña, para ella todos los días eran cada vez más infaustos, lóbregos y flébiles. Y entre toda esa melancolía escribía más y más cartas que prometía entregar a Mariano cuando lo volviera a ver, eran cartas desde las palabras más románticas hasta los sentimientos más lúgubres.
Mariano por su parte hacía lo que él consideraba egoísta, como Isabela era parecida a Rebeca, en ocasiones fantaseaba que era Rebeca a quien besaba, a quien abrazaba, a quien llevaba a pasear y a quien mimaba. Sin embargo con el paso del tiempo Isabela lograba que Mariano la fuera queriendo cada vez más, tanto que en el mes de febrero le pidió matrimonio.
Rebeca supo de ésto por medio de una fotografía que Isabela publicó. Era una fotografía a blanco y negro que enfocaba únicamente la mano de Isabela con un anillo de compromiso con la descripción "dije que sí".
Rebeca decayó aún peor. Durante toda una semana lloró y solo comía dos o tres bocados, estaba en cama todo el día y sollozaba con pesar. Escribía más y más cartas de sufrimiento y frustración hasta que el dolor de los dedos le impedía seguir.
Hasta que un día, estando ya totalmente sola en la iglesia, se dirigió al salón donde vio por primera vez a Mariano, se paró en el lugar donde se dieron su primer beso y se desmoronó llorando. Se dejó caer de rodillas y sentía como las lágrimas le fluían hasta que mojaron por completo su rostro. De pronto, un chico casi aparecido como un ángel se acercó hacia ella y se puso en cuclillas poniendo su mano con delicadeza sobre la espalda de Rebeca.
—Ninguna causa merece tanto dolor. —dijo el chico con voz varonil e impostada.
Rebeca sintió una sensación electrizante y se giró para ver quién era el causante de las repentinas mariposas en su estómago. Vio a aquel chico de tez pálida, complexión delgada pero atletica y rasgos finos pero fuertes que juraba que había visto en alguna parte, pero no recordaba dónde.
—¿Quién eres? —dijo poniéndose de pie y limpiándose las lágrimas.
—Me llamo Luis, y tú debes ser la chica que necesita un abrazo. —se acercó a ella y la abrazó.
Rebeca sintió consuelo y una sensación inefable. Él sintió lo mismo.
—Gracias, lo necesitaba. —decía Rebeca con tono desconcertado.
—Debo irme, mi motocicleta está fuera... ¿te llevo?
Rebeca sabía que estaba por emprender una nueva aventura. Así que sonrió y asintió.
Luis la llevó a su casa, y ella agradeció.
—No sé quién eres, pero en menos de un día me consolaste, me trajiste a casa y me hiciste sentir mejor.
—Quizás soy tu ángel —rió—. Quiero que me conozcas, pero primero quiero que me conozcan por mí mismo.
Rebeca se desconcertó, y cuando quizo preguntarle qué quería decir, Luis se puso el casco y se fue.

A partir de ese día, Rebeca y él solo se miraban, se sonreían y de vez en cuando se saludaban. El chico era todo un misterio, y la nueva atracción de el grupo juveníl. Las chicas le coqueteaban, pero específicamente una chica de intenciones seductoras; Nailea Cortéz Echeverría. La cual malmiraba a Rebeca e hipócritamente se juntaba con ella. La envidia de Nailea por Rebeca incrementaba al notar la manera en que el misterioso Luis la miraba y le sonreía.
Luis causaba demasiado interés en Rebeca. Ella indagaba día trás día tratando de averiguar algo sobre él. De alguna manera ella sí consideraba a Luis su ángel, ya que sin que él lo supiera la ayudó a salir de el esplín mundo de su depresión. El apetito le había vuelto, se volvió a poner sus mejores ropas y a maquillarse para gustarle a Luis, el rojo regresó a sus mejillas y el resplandor de su escencia también. Incluso le contaba con entusiasmo a su madre cada cosa que le ocurría con él y Arantza también se contagiaba de alegría al oír la algarabía y el brillo en los ojos de Rebeca al hablar de Luis.
—Ahora es mi turno de ser feliz sin ti. —dijo Rebeca una noche mirando una fotografía de Mariano.
Lo que no sabía era que Mariano no era feliz, él se hacía creer eso cada día que abría los ojos y lo primero que veía era a Isabela. Era todo un espejismo, su felicidad seguía perteneciendo a aquella chica que ya lo estaba olvidando.

Hipodérmico.Where stories live. Discover now