Capitulo 4

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El cabello rubio de la modelo caía en cascada por su espalda desnuda. Se encontraba sentada en una caja de madera, con varias flores rodeándole y mirando de reojo, con un toque de seducción, al hombre tras el lienzo que no le prestaba atención alguna. Sus manos manchadas de pintura pasaban una y otra vez por la tela, sin ser consciente de nada a su alrededor. Estos eran los momentos que más amaba, esos en los que solo existían él y su obra.

—Terminamos— dijo dando una última pincelada. Metió los pinceles en un bol con agua y dio la vuelta al lienzo, para que la modelo la observara. Ella sonrió al mirarlo, sin embargo, su cara de felicidad no tardo en deformarse a una de absoluta confusión.

—Muy bueno pero, si querías que cerrara los ojos, ¿Por qué no me lo pediste?

Adrián frunció el ceño mirando el cuadro, igual de confundido. Ella tenía razón, pese a que su figura estaba detallada a la perfección y su cabello rubio pintado con esmero, tenía los ojos cerrados, adornados con unas largas pestañas. Si era más específico, los ojos cerrados y las largas pestañas que llevaban atormentándolo una semana entera.

—Eh... no quería que te sintieras incómoda, tantas horas en esa posición con los ojos cerrados iba a ser horrible—mintió de manera descarada. La chica no se quejó y solo asintió a sus palabras —.Terminamos, puedes vestirte.

Ignoró la evidente sorpresa de la mujer, saliendo del taller. De seguro a ella le extrañaba no encontrarse de cara con una proposición sexual como era costumbre en Adrián Saavedra. De hecho, el mismo se encontraba extrañado de su comportamiento, desde el día de la inauguración, no paraba de ver a esa muchacha en su cabeza y de plasmarla forma inconsciente.

Entro al salón donde guardaba las obras terminadas. Habían cuatro cuadros que serían expuestos dentro de unos meses, chicas en diferentes poses, todas, con los ojos cerrados. Maldijo en su interior porque ninguno de ellos fue apropósito. Su cabeza se perdía entre la pintura, dando aquel resultado una y otra vez.

Por primera vez en su vida, su talento lo traicionaba. Desde que se fundó la escuela de su madre, había buscado muchísimos métodos para sacar a la maestra de música de su cabeza sin éxito alguno. Varias veces al día, se sorprendía a si mismo pensándola.

Estaba empezando a considerar la idea de Ximena de pintarla, pese a que seguía pareciéndole inadecuado. Pero, ¿qué más podía hacer? Si continuaba de esa manera, iba a terminar convirtiendo su exposición en algo distinto a lo que quería en realidad. Salió de nuevo al taller, encontrándose con que la mujer ya no estaba, pero si su número de teléfono escrito con cuidado en un papel. Frunció el ceño, tirándolo a la basura luego limpio todo el taller, guardando el cuadro en la sala anterior. Lavo sus manos y salió hacia la recepción, saludando al hombre de piel oscura que abría la puerta del estudio con una sonrisa.

— ¡Adrián, hermano, es bueno verte! ¿Cómo van los trabajos para la exposición? — estrechó su mano con fuerza, él sonrió. Juan Vázquez era su manager, un hombre de treinta años con una gran visión sobre el arte. Le estaba muy agradecido, ya que sin su ayuda seguiría vendiendo sus cuadros en la carretera.

—Tengo varios terminados, si quieres puedes pasar a verlos— el hombre asintió y Adrián lo guio hasta la sala donde estaban todos sus cuadros terminados. Juan sonrió al verlos, sin embargo, no tardo en poner la misma cara de confusión que había puesto la modelo

—Todos están muy bien, pero... ¿Por qué todas tienen los ojos cerrados, acaso trabajas un nuevo concepto o algo así?

—Uh... si, ya sabes, el amor es ciego y esas cosas—sacudió la mano, tratando de restarle importancia. Juan lo miro ceñudo.

Píntame la miradaWhere stories live. Discover now