Capitulo 20

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La calidez que emanaba de la chimenea rodeaba sus cuerpos que descansaban sobre la alfombra, cubiertos por una manta. La lluvia no cesaba y habían tenido que detener el proceso de la obra.

Caricias suaves y besos esporádicos eran repartidos por su cabello, ella se limitaba a abrazarlo, sin decir nada. No le había dicho nada más desde que salieron de la habitación hace unas horas, sentía que si decía algo más iba a arruinarlo todo. Sabía que aquello estaba mal, quizás era lo peor que estaba haciendo. Pero una parte suya seguía siendo la niña mimada y caprichosa que fue hace años, esa que quería vivir una bonita historia de amor a pesar de que no iba a durar demasiado.

Estaba consciente de que Adrián iba a terminar por dejarla, sabía que la mierda iba a terminar por salir a flote de una forma u otra, por eso iba a disfrutar cada momento con él a pesar de que eso iba a costarle un corazón roto.

Aún le costaba entender como habían acabado de esa forma, un simple indicio de amistad deformado a sentimientos supremamente fuertes, por su cabeza jamás había pasado la idea de que quizás una amistad no era lo que deseaban ninguno de los dos en un principio. Después de todo, Adrián no parecía muy experto en relaciones.

— ¿Cómo está quedando el cuadro? — preguntó con voz queda.

—Precioso, como tú— respondió él de inmediato. Preciosa, cuanto tiempo tenía sin escuchar esa palabra para referirse a ella. Sinceramente, no era una de las favoritas de su vocabulario, aunque la forma de decirla de Adrián era completamente distinta a como la decía Xavier.

Xavier, la sola idea de pensar en su nombre le provocaba náuseas, era tan joven e ingenua cuando le conoció. Él era el típico chico malo que todas deseaban en la secundaria, atractivo y cruel. El día en el que se fijó en ella, su mundo cambio para siempre de la peor forma.

Su relación había empezado como el típico romance adolescente, tenían diecisiete años. Él la esperaba fuera del aula de clases, la llevaba en su moto y se daban besos apasionados en los pasillos. Nada fuera de lo normal... hasta que el último año de secundaria acabo. La entrada a la universidad deformo a Xavier en un simple chico malo a alguien sin escrúpulos.

Se metía en peleas, bebía casi todos los días, fumaba cosas extrañas y su trato con ella había cambiado del cielo a la tierra. Paso de ser su chica a un simple estorbo. «Sigo contigo porque eres la única que me funciona en la cama, preciosa...»

— ¿Isabela? ¿Estás bien? — La voz de Adrián la hizo reaccionar, se dio cuenta como se removió un poco para seguramente mirarla a la cara —. Estas temblando— maldita sea, debía aprender a controlar sus pensamientos y no dejar que fueran por cauces oscuros. Solo iba a lograr preocuparlo continuaba de esa forma.

—Perdona, tengo un poco de frio— Adrián la miro fijamente, su expresión torturada le decía otra cosa totalmente distinta.

— ¿Sabes que puedes hablar conmigo, no? Estar juntos también implica confianza...— quiso reír, estar juntos sonaba tan bonito. « Por eso no puedo decirte la verdad, porque si te la digo, vas a irte lejos... y no quiero»

—Hablo en serio, solo tengo frio— lo escucho suspirar antes de cubrirla un poco más con la manta. Se había molestado y lo entendía. Alzo una de sus manos para llevarla a su rostro, sintió de inmediato como se ponía un poco tenso ante su tacto —No te enojes conmigo...— suplico en voz baja, acariciando su mejilla rasposa por la incipiente barba.

— No estoy enojado, entiendo que todo entre nosotros ha sido demasiado apresurado y quizás aún no me tengas la confianza necesaria... pero no voy a negar que es un poco extraño sentir que se poco de ti. — ¿Cómo decirle que sabía poco de ella porque solamente se había encargado de contar la parte buena? —. Sé que el hecho de que me contaras lo del accidente fue mucho, no te voy a pedir que me cuentes todo de golpe... pero quizás poco a poco estaría bien para empezar.

— Poco a poco— repitió, ahora acariciando lentamente sus parpados. No iba a prometer nada, no era fácil lidiar con el dolor, la angustia y la culpa acumulada por años. Todo el daño que había hecho aún la perseguía, los gritos de dolor de su hermana martilleaban su cabeza todas las noches y los lamentos de su madre por la partida de su padre aun la atormentaban

Su padre... aún se estremecía al pensar en él. Luis Montalvo no la apreciaba precisamente, no era para nada un padre como Alexander Saavedra, no era nada cariñoso, no era nada atento y ni siquiera le hablaba, muchas veces creyó que se debía al hecho de que él quería que su primogénito fuera un varón, aunque al ver que se comportaba igual con Manuel, descarto esa idea.

Tampoco era muy cariñoso con su madre, de hecho, parecía despreciarla con frecuencia. Cualquier persona pensaría que ella se sentiría aliviada al separarse de él, pero fue todo lo contrario. Su llanto era frecuente y sus lamentos resonaban por toda la casa como un eco.

María tampoco fue la mejor madre del mundo durante mucho tiempo, aunque tenía el crédito de que al menos intentaba estar pendiente de ellos, a pesar de que la mayoría del tiempo prefería atender a su marido que a sus hijos, cosa que por supuesto, cambio tras su ceguera y la invalidez de Anita. Para su desgracia ellas ya no podían quedarse solas, ya no podían fingir que no existían, obviamente para Luis fue más fácil asumirlo.

Por eso le irritaba un poco su comportamiento sobreprotector. No decía nada por obvias razones... pero a veces no dudaba en decirle que ella aún recordaba muchas cosas que sus hermanos no. Envidiaba de cierta forma a la familia de Adrián, ellos parecían tan unidos, todos irradiaban tan buena vibra que era casi imposible no sentirse bien en su compañía. No le sorprendía ver esa buena vibra y alegría contagiosa plasmada en su hijo, se preguntaba que había visto en ella, tan oscura y melancólica.

Al parecer, los opuestos si se atraen.     

Píntame la miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora