Capitulo 26

4.7K 429 3
                                    

Manos, muchas manos se cernían sobre ella manoseándola, tocando su cuerpo con perversión. Risas resonaban y ella intentaba moverse, intentaba gritar desesperadamente, tratando de liberarse pero nada servía, estaba atrapada. « ¡Eres una maldita puta, una maldita puta...!»

—No... ¡No! — se incorporó de golpe, temblando y sollozando. Sintió a alguien moverse a su lado para tratar de tocarla — ¡No, no te acerques, no me toques! — chillo apartándose con brusquedad.

— ¡Isabela, tranquilízate, soy yo! ¡Soy yo! — negó desesperadamente cuando tomaron sus manos intentando que se quedara quieta, empezando a patalear.

— ¡Cálmate, soy yo! ¡Toca! — el desconocido llevo sus manos a su rostro. Empezó a tranquilizarse cuando reconoció sus rasgos.

— ¿A-adrián? — murmuró con las lágrimas aun cayendo por su rostro. El muchacho suspiro aliviado de que lo reconociera finalmente.

— Sí, soy yo... estabas teniendo una pesadilla.

Sin pensarlo demasiado, se lanzó a sus brazos, aferrándose a él. Adrián la abrazo con fuerza de inmediato, susurrando palabras dulces para intentar calmarla, era doloroso verla así. Pero no era un dolor conocido en él, era como si cada lágrima que cae por su rostro fuera una daga que se le clavara derechito en el corazón.

Quería detenerlo.

— Solo fue una pesadilla cariño, no es real... ya no es real— susurró causándole un estremecimiento a la muchacha, que se separó de él con lentitud, su expresión de agonía lo rompía por dentro. ¿Eso causaba el amor?

Las personas solían decir que se haría cualquier cosa por la persona amada y tenía que darles la razón. Haría cualquier cosa porque ella dejara de sufrir, de borrar el daño que le hicieron. Quería verla sonreír y decirle que era un pasado de moda, no esto.

— Adrián... necesito que seas sincero conmigo— su tono de voz lúgubre le causo un escalofrió

—Por supuesto— contesto un poco inseguro. La muchacha inhalo y exhalo varias veces con nerviosismo, parecía que estaba tratando de mentalizarse.

— ¿Qué tanto escuchaste en el club? — su pregunta le cayó como un balde de agua fría. Trago en seco, nervioso por sacar ese tema a la luz

— Lo escuche todo — murmuró con culpa, viendo las lágrimas sobresalir de nuevo por sus hermosos y vacíos ojos.

— ¿Por qué no me has echado de tu vida? — No pudo disimular su desconcierto ante aquel cuestionamiento

— ¿Por qué debería echarte de mi vida? — inquirió en respuesta, causando que ella apretara la mandíbula.

— Doy asco...— Frunció el ceño ante su afirmación, maldijo internamente. Ella no daba asco, asco daban los que le hicieron esto. Los que destrozaron esta hermosa melodía para hacerle creer que no valía nada.

Se acercó a la muchacha llorosa, agarrando su rostro con ambas manos y acercándolo al suyo bruscamente

— Escúchame bien porque no lo repetiré de nuevo — sus temblores fueron remplazados de inmediato por una exhalación nerviosa. —. No me importa tu pasado, me importas ahora y créeme cuando te digo que veo a una chica maravillosa, la más maravillosa que he conocido en toda mi vida.

— La única que me ha robado el corazón con solo escucharla cantar, la que adora los niños, la que a pesar de sus discapacidades intenta ser independiente— siguió hablando al notar que se quedaba callada y sonrió enternecido ante su expresión de desconcierto, era hora de que empezara a verse ella misma como lo que en realidad era y no como le hicieron creer los demás.

Limpio una lagrima que cayo silenciosa por su mejilla con uno de sus pulgares, aun sonriendo. — Si tan solo te vieras a ti misma como yo lo hago, lograrías ver más allá de lo que cualquier par de ojos sanos pueden hacerlo — susurró, antes de unir sus labios. Isabela correspondió, dejando que el amor llenara su corazón y disipara esporádicamente los fantasmas del pasado.

¿Lograría dejarlos atrás o la atormentarían para siempre? 

Píntame la miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora