Capitulo 24

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Ximena miro confundida a la mujer de rasgos asiáticos que tenía su mirada clavada en la castaña. Llevaba tacones altos y un vestido negro demasiado escotado incluso para su gusto. La mujer dio varias vueltas alrededor de ella haciendo que por instinto, se colocara a su lado. Tenía la sensación de que era un cuervo rodeando un cadáver putrefacto y eso no le gustaba para nada.

—Creí que la única ciega era yo, Jennifer— contesto con sorna, una carcajada de la mujer la hizo jadear de miedo.

—Vaya... con que era cierto, estas más patética que nunca— Isabela apretó el bastón con fuerza, esto no podía estar pasándole. ¿Por qué ahora que todo estaba bien y trataba de olvidar el pasado? Maldita sea su suerte.

— ¿Patética yo? Habla la que se arrastra a los hombres para poder vivir — intento sonar firme, no podía dejarse dominar nuevamente.

— ¿Y qué? Es mejor que ser una mojigata profesora de música, me pago todo lo que quiero y no soy una asquerosa muerta de hambre como tú— esperen ¿pero qué demonios? ¿Cómo sabia ella que era maestra de música? No puede ser...

— ¡¿Cómo rayos sabes de que trabajo si tengo desde esa maldita noche que no sé nada de ti?! — no pudo evitar el pánico, no podía ser posible, esto tenía que ser una jodida broma. La risa de Jennifer la ponía de los nervios y se preguntó cómo demonios pudo ser amiga de una víbora de tal estilo.

— ¿Hablas de la noche donde corriste como una perrita asustada? Te lo dije, Isabela, hay rumores... muchos.

Apretó la mandíbula, odiaba su pasado, odiaba a Jennifer... se odiaba a ella. Por ser débil, por dejarse dominar por todos por miedo a la soledad, a no encajar.

— ¿Cómo querías que no huyera...?— sintió como tomaban su brazo cuando dio un paso hacia adelante, Ximena. No recordaba que estaba ahí y sinceramente le importaba poco, no con tanta rabia acumulada dentro —. ¡¿Si tú y el imbécil de mi ex me drogaron y llevaron a sus estúpidos amigos para que me violaran?! ¡¿Cómo no querías que huyera?! — los gritos hicieron eco en aquel baño y las tres saltaron en su sitio cuando la puerta se abrió de golpe, dejando ver una figura masculina. Ximena empalideció al verlo con su cara roja de furia.

Adrián.

Extrañamente, la mujer no se asustó al verlo. Al contrario, sonrió seductoramente.

—Adrián Saavedra... no esperaba verte por aquí— Isabela se quedó estática al escucharla pronunciar su nombre, ¿Por qué ella le hablaba como si lo conociera? ¿Por qué él no decía nada? Escucho como se acercaba a ella, llegando a olfatear su aroma que normalmente era tranquilizador, pero en este exacto momento la estaba poniendo más nerviosa.

Di algo, maldita sea, di algo.

— ¿Qué...? ¿No vas a saludarme? ¿Ni siquiera después de que me pintaras y pasáramos aquella buena noche...? — sintió como colocaba las manos en su cintura, acercándola a él. « ¡No me toques! » intento forcejear para soltarse de su agarre pero él era mucho más fuerte, demasiado, diría ella.

— ¿Por qué tendría que saludar a una zorra como tú? No me mezclo con la basura. — su voz era gélida, el desprecio salía a borbotones por su garganta. Escucho un chasquido de lengua de parte de la mujer.

— Eso no decías la noche que...

—Esa noche fue un jodido error y créeme que quemare ese maldito cuadro en cuanto vuelva a casa— la interrumpió de inmediato, soltando la cintura de Isabela para acercarse a Jennifer de manera amenazante, Ximena vio como ella tragaba duro y empalidecía. —. Créeme que eso es lo mejor que te puede pasar, porque si te vuelves a acercar a Isabela... juro que voy a destruir tu carrera y dejarte en la maldita calle, donde la ratas como tú merecen estar.

Ximena suspiro de alivio al verla salir, al contrario de Isabela que de inmediato se derrumbó en el suelo, llorando desconsoladamente y abrazando sus piernas. Adrián hizo una mueca de disgusto, arrodillándose a su lado para rodearla con sus brazos.

— Por eso no quería dejarte sola...— murmuró dolido, acariciando su cabello. No sabía cómo sentirse en ese momento, quería gritar, golpear a esa asquerosa mujer. ¿Cómo fueron capaces de hacer semejante acto aberrante con ella? La sola idea lo hacía querer vomitar.

Recuerda encontrar a Jennifer Wang a través de una conocida agencia de modelos, cuando la conoció le había parecido guapa y no había dudado en invitarla a su taller para hacerle un cuadro. Por supuesto, todo eso había acabado como siempre solía hacerlo, con sexo salvaje en el suelo del maldito taller, el mismo donde ella había estado posando esta mañana. Sonaba estúpido, pero se sentía terriblemente mal por eso después de haber escuchado semejante confesión y sentir sus temblores. Además que sus sollozos no hacía más que empeorar ese sentimiento.

Beso su frente intentando calmarla.

— Sácame de aquí — suplico en voz bajita, apretando su camisa entre los finos dedos. Él no tardó en reaccionar.

— Avísale a Ismael que lo siento, pero nos tenemos que ir — aviso a la pelirroja que los miraba fijamente como si estuviera en un trance, ella asintió, dándose la vuelta y repasándolos una vez más antes de salir del lavabo, para seguido hacerlo ellos.

Acariciaba la espalda de ella con cariño, pero nada parecía calmarle, más bien parecía llorar con más fuerza. Se contuvo para no echarse a llorar él también, eso no iba a hacerle nada bien. Se asustó cuando salieron del club y empezó a empujarlo con fuerza.

— Cariño ¿Qué pasa? — Pregunto preocupado

— Suéltame, por favor. — Rogó desesperada, acatando de inmediato y entrando en pánico al ver como empezaba a correr lejos de él

— ¡Isabela espera! — gritó.

A diferencia de lo que pensaba que iba a hacer, ella se detuvo no muy lejos, apoyándose en una pared para vomitar estrepitosamente. —Cariño...— susurró afligido recogiendo su cabello para que no se manchara y acariciando su espalda hasta que las arcadas cesaron.

—Prométeme... — empezó a murmurar incorporándose y dándose la vuelta, tomándolo fuertemente por la camisa, se sobresaltó ante su repentino aplomo — ¡Prométeme que por ninguna razón vas a volver a acostarte con esa mujer Adrián! ¡Ni porque sea la última del mundo!— chilló sacudiéndolo con fuerza. No iba a tener problema en prometer eso y no iba a tardar en decirlo.

Y lo hubiera dicho, si en aquel exacto momento Isabela no se hubiese desplomado en el suelo, desmayada.

Píntame la miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora