Capitulo 18

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Hoy era el día

Se removió nerviosa en el sofá de su casa, por suerte su madre y hermanos habían salido al parque a dar un paseo por lo que podía lidiar con sus nervios en soledad. En estas ocasiones, llamaba a Carmen, que siempre tenía los consejos más sabios para lograr calmarla. ¿Pero cómo le decía que era su hijo el que la hacía sentir de esa forma?

Se levantó al escuchar el claxon del auto, tanteo su bolsillo asegurándose de que llevaba todo y salió a la calle. —Hola— murmuro él en voz baja al nada más abrir la puerta de su hogar, su tono de voz era un poco tembloroso ¿estaba nervioso también? Se extrañó un poco, se supone que él debería estar acostumbrado a ello, vivía de eso.

Ella era la que tenía todo para estar nerviosa, era la primera vez que iba a ser retratada y lo que más le aterrorizaba de aquella idea era que sabía la preferencia de Adrián por pintar mujeres desnudas. Y la sola idea de ser vista de esa manera nuevamente era aterradora, pero ya había aceptado. No había marcha atrás.

El trayecto hacia el sitio fue bastante silencioso, Adrián se limitó a poner música para aminorar el ambiente, ella respiro profundo varias veces, intentando inútilmente concentrarse en la voz de Bon Jovi y no en el hombre que tenía a su lado, hombre que por cierto, estaba empezando a atraerla de una forma casi fatalista.

No sabía a qué se debía esa atracción, pero de igual forma estaba negada a ilusionarse. Él había especificado anteriormente que quería ser su amigo y era amable por ese motivo, nada más. Aunque fuera decepcionante, debía conformarse con eso.

Después de todo ¿Qué más podía querer un hombre así con ella? Una muchacha tan rota y usada que aún intentaba recoger sus trozos esparcidos para intentar salir adelante. Además, con contar el accidente había sido demasiado... todo lo demás quería guardarlo en un oscuro rincón de su mente para no dejarlo salir jamás.

Finalmente el automóvil se detuvo, la música ceso y escucho la puerta del piloto abrirse para seguido la puerta a su lado lo hiciera. Normalmente no necesitaba ayuda para entrar y salir de los autos, pero ese gesto amable de Adrián era tan adorable que se negaba a decirle nada. Además, de que le encantaba la sensación de su mano arropando la suya con delicadeza.

Un olor fuerte a pino la golpeo al entrar a la casa. ¿Una cabaña rustica? Tenía mucho tiempo sin pisar alguna, pero no le dio tiempo de disfrutarlo ya que de inmediato, se encontraba siendo prácticamente arrastrada a lo que supuso era una habitación.

Adrián coloco una bolsa en sus manos —Ponte esto, mientras yo voy a preparar todo ¿vale? — un alivio la recorrió de pies a cabeza al saber que al menos iba a tener algo que ponerse, saco la prenda de la bolsa, tanteando para encontrarse con un vestido tan suave como simple. Espero a escuchar sus pasos saliendo y no tardo en desprenderse de sus prendas para ponérselo.

Maldijo en voz baja el hecho de no ser capaz de verse, se sentía como la niña que fue hace unos años que adoraba ponerse vestidos bonitos. Desde el accidente, se había olvidado de sí misma, y a pesar de ser mejor de esa forma, de vez en cuando se sentía bien. Sin embargo recordó donde estaba cuando escucho la puerta abrirse de nuevo, seguida de un silencio sepulcral.

Era hermosa.

Tan hermosa que no pudo contener su sonrisa de idiota enamorado al verla, Alejandra tenía razón. El vestido era la perfección absoluta e iba a darle el toque para que aquello fuera absolutamente mágico. Se acercó a ella lentamente, sintiendo como se encogía en su lugar, mujeres y sus complejos. Bella e incapaz de darse cuenta.

— Date la vuelta, por favor— pidió suavemente, a lo que ella asintió antes de hacer caso a su petición.

Colocó el collar en su cuello, el zafiro brillando a causa de la claridad, sonrió con cierta ternura al verla pasar sus dedos de manera cuidadosa por la piedra. Esta vez, él la rodeo para quedar frente a frente, analizando cuidadosamente su expresión tensa y el leve rubor en sus mejillas. Tomó la diadema, colocándola en su cabello con cuidado, acomodo las hebras castañas. Se alejó unos pasos admirando embelesado el resultado.

— ¿Podrías hacer algo por mí? — ella asintió, un poco temblorosa. —. Abre los ojos, por favor— trago en seco antes de hacerlo, lentamente fue dejando a la vista aquellos hermosos y vacíos pozos azules, un poco cristalizados.

— No llores por favor...— suplico al ver caer una lagrima por su mejilla, la limpio con su pulgar suavemente. —. Eres preciosa, por favor, no te avergüences de ti misma.

¿Cómo no hacerlo? No merecía ese trato para nada. No era preciosa para nada, estaba mal. —Eso no es cierto— sollozó antes de romper a llorar definitivamente.

No tardó en ser acunada por sus fuertes brazos y ser llenada de palabras dulces. ¿Por qué hacía esto? Nunca había sido tratada con tal ternura, era desconcertante, extraño... equivocado, pero aquello de alguna u otra forma la llenaba de una calidez que no sentía hace mucho tiempo, una calidez a la que quería aferrarse

— ¿Qué tengo que decirte para que me creas? — murmuró él con suavidad, su voz cargada de emociones contenidas —. ¿Cómo te demuestro la belleza que veo en ti y la intensidad de mis sentimientos?

Alzó su rostro con delicadeza, sintiendo su frente apoyada contra la suya, sus respiraciones mezclándose debido a la cercanía. —Puedes hacer una cosa— sus labios ahora estaban a apenas milímetros, rozando cada vez que hablaba —. Píntame la mirada... la más bonita que puedas hacer.

Lo sintió sonreír, antes de finalmente romper aquella minúscula distancia para tomar sus labios en un intenso beso.

Un beso que los marcaría por el resto de sus vidas.

Píntame la miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora