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Mis queridos padres llamaron a primera hora de la mañana para saber si necesitaba ayuda para desempaquetar mis cosas.

Nos despertaron a mí y a Sky. Tras agradecerles su ayuda y prefiriendo mil veces desempaquetarlo todo yo sola a que vengan ellos, colgué. Tras desayunar unas simples tostadas con mantequilla y un zumo de piña, yo y Sky nos pusimos a colocar las cosas donde estaban.

No pude aguantarme una sonrisa cuando observé sus mejillas rojizas al abrir la caja que contenía mi ropa interior.

Limpiamos todas las habitaciones, las ventanas, las camas y cambiamos las sábanas. Nos sorprendió encontrar a un lado de la habitación de invitados un gramófono con varios discos de vinilo. Sky quiso encenderlos, pero yo le dije que era mejor no tocarlo.

A saber cuántas bacterias tenía. Pero en realidad no era eso. Temía que a Sky le diera otro momento de esos e empollón, en los que empezaba a dejar salir de la boca todo lo que había aprendido de niño en el colegio.

Claro que ahora, con su carrera de doctorado en proceso, dime tú de qué le sirve saber lo que era un vinilo.

Terminamos de colocar las cosas en la cocina tras limpiarla y nos turnamos los dos en que uno limpiaba y el otro colocaba las cosas en su sitio. Cuando la casa estuvo lista, estábamos en el vestíbulo, jadeando, pero sonriendo al ver lo preciosa que era por dentro una vez limpia.

Lo importante en este mundo no es saber dónde estás, sino adónde vas. Y yo sin duda, iba a un glorioso camino de paz y orgullo. Le di un beso en la mejilla a Sky.

-Me voy a duchar, cielo. ¿Sacas las cajas vacías entretanto?- le hice morritos y éste, sonriendo pícaro, asintió tras darme un beso en la frente.

Subí las escaleras tarareando la canción.

Paré cuando llegué a mi habitación. Sonreí sorprendida al ver lo que había tendido sobre la cama. Además de un simple junto de verano y de las sandalias, había un conjunto mío negro de lencería.

Elevé las cejas, sorprendida de que Sky se hubiera atrevido a sacarlos siquiera de la caja. Bueno, supungo que íbamos paso a paso.

Cogí la toalla y entré en la ducha, echando el cerrojo.

Mientras me enjabonaba la piel, sentí una ráfaga de aire correr junto a mí en la bañera y tras dar un respingo, miré alrededor. No había nada. Debía de asegurarme de que las ventanas se cerraran bien.

Unos golpes me hicieron dar un respingo mientras me enjabonaba el pelo.

-¿Cielo? Me acaba de llamar mi madre para que vaya a recogerla de la residencia. Me voy, pero ya te llamaré más tarde- la voz de Sky me llegó a través de la puerta.

Tuve que morderme la lengua y sonreírme a mí misma para creer mis siguientes palabras.

-Claro, cariño. Ve tranquilo, tu madre es más importante. ¡Te quiero!- dije con una voz más falsa que mi lencería de Victoria's Secret.

Tras irse, yo di una patada al suelo de la bañera para transmitir mi rabia.

Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras, pero es que su madre era un incordio de mujer. No la odiaba por ser la religiosa que transformó la mente de Sky... no, sino por el hecho de sus miradas juzgándome cada vez que nos veíamos.

Además del hecho de que hablaba de lo buenas que eran algunas chicas de Phoenix, y a mí me tocaba sonreír para no vomitarle en la cara. Pero bueno, el secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal cual es.

Pero no veas lo difícil que es hacerlo a veces...

Además, no podía abrir la boca para hacerle saber lo mal que me caía su madre, eso era demasiado infantil, incluso viniendo de la madura de Tessa.

Es mejor callarse la boca y parecer tonta, que abrirla y confirmalo. Cuano cerré el grifo y salí envuelta en una toalla, sonreí más animada al volver a ver el conjunto.

Como ahora Sky no estaba, podría andar en sujetador y bragas por mi hermosa casa. Era una manía que tenía al estar sola, pero que con Sky era algo imposible.

Según él, los obstáculos son esas cosas que uno ve cuando aparta sus ojos de la meta. En este caso, el obstáculo era yo, y la meta era llegar virgen hasta el matrimonio.

Tras guardar el vestido el armario y devolver las sandalias al cajón, me puse mi conjunto de lencería negro y andé por casa libremente, sintiéndome la reina de mi templo.

Me eché al sofá y miré el techo, suspirando. Debí de acordarme de traerme el mp3 de casa de mis padre. Entonces, cuando estaba por coger el teléfono y llamar al electricista, una melodía llegó hasta mis oídos.

Fruncí el ceño y me levanté para mirar a través de la ventana del salón, por si algún vecino tenía la musica alta, pero mi piel se puso de gallina al percatarme de que la música...

Venía de arriba.

Era una música relajante, con violín.

Me asomé al pasillo y miré dudosa las escaleras. No tenía ningún casete ni ninguna otra cosa que reprodujese música aquí... Entonces me acordé del gramófono.

Subí las escaleras de peldaño en peldaño, mientras la música se hacía más cercana. Caminé por el pasillo, tranquilamente, hasta que di con la fuente exacta de música.

La aguja del gramófono se movía delicadamente sobre el disco de vinilo. Miré alrededor de la habitación, sintiéndome de repente observada y mis mejillas se tornaron de color rosa al imaginarme a algún espíritu viéndome en ropa interior.

Me dirigí a la otra punta del pasillo rápidamente para poner el camisón blanco y volví sobre mis pasos para observar cómo la música seguía su curso. Me acerqué lentamente y quité la aguja que rotaba sobre el vinilo.

La música cesó y yo suspiré, dándome la vuelta para retomar sea lo que sea que estaba haciendo antes. Pero antes de atravesar la puerta, la música volvió a mis oídos.

Me paré en seco y me giré, de brazos cruzados, sonriendo a la habitación y dirigiéndome a nadie en particular, ya que sea quien sea aquel espíritu, le gustaba jugar.

-Con que esas tenemos- susurré, sentándome en la cama de colchón gordo que yacía junto al gramófono- Bueno, al menos podrías ponerme algo más alegre, ¿no?

Esperé con una ceja alzada.

De repente, observé de reojo cómo la aguja cambiaba de sentido y se posaba de nuevo sobre el vinilo. Una voz preciosa de un hombre empezó a fluir con un ritmo sensual y afrodisíaco.

Sonreí sin poder evatarlo y me tumbé, mirando el techo, y disfrutando de la música.

Hasta de los espíritus uno podía aprovecharse.

DIABLO✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora