4. Sueños compartidos

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Personajes creados por J.K Rowling, aunque por supuesto yo los he adaptado a mi imaginación...


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<< Brindo por ti, por tu felicidad y por poder encontrarnos algún día >>


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11/07/1984

Remus había dedicado todo el día a una sola cosa: diseñar un plan para sacar a Sirius de Azkaban. Cuando el sol comenzó a ocultarse, tuvo que dejar sus planes para prepararse para una nueva noche de luna llena. Había notado muy inquieto a su lobo durante todo el día, peleando por salir, luchando con fuerza para obtener el control de su cuerpo.

A las diez de la noche bajó al sótano, éste estaba debidamente preparado para contener a su forma licántropa. Había reforzado las puertas y tapiado la única ventana, además de añadir unas enormes cadenas a las que el castaño se encadenaba cada noche de luna llena.

La transformación no tardó en llegar, y con ella vino también ese horrible dolor que se había convertido en parte de su miserable vida.

Poco a poco el licántropo se fue apaciguando, se recostó en el suelo y sus ojos se fueron cerrando hasta entrar en un profundo sueño.


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Remus, en su forma de lobo, se despertó en otro lugar. Ya no estaba en su sótano, ahora se encontraba en la linde de un bosque en el que jamás había estado. Todavía era de noche, la luna se encontraba suspendida en medio de un cielo negro. No sabía que hacía ahí, pero sus instintos lupinos le decían que estaba en el lugar correcto.

Se adentró en el espeso y oscuro bosque. Su lobo buscaba desesperadamente, olisqueaba cada árbol buscando un rastro. No tardó mucho en encontrarlo, y corriendo como si no hubiera un mañana se adentró aún más en la negra espesura hasta llegar a su objetivo.

Un pequeño niño se encontraba acurrucado al pie de un árbol, temblando por el frío de la noche. Y ese niño era su cachorro, su dulce y risueño cachorrito. Un trocito de James y Lily, el legado de sus amigos. Se acercó a él lentamente, no quería asustarlo y que el pequeño saliese corriendo.

En cuanto se acercó lo suficiente se dio cuenta que el niño dormía, y su sueño no parecía ser plácido en absoluto. Siguió aproximándose lentamente, esta vez para no despertarlo, pero cuando ya casi había llegado hasta él, el pequeño se despertó y lo miró con unos profundos y atormentados ojos verdes. El lobo se paralizó, esperando la reacción del niño. El ojiverde se levantó despacio y se acercó a él, mirándolo con fascinación.

Las heridas de la guerraWhere stories live. Discover now