11. Viaje a Azkaban

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Personajes creados por J.K Rowling, aunque por supuesto yo los he adaptado a mi imaginación...


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<< La indiferencia deja la misma huella que la insensibilidad...>>


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11/08/84

Severus, Remus y Harry abandonaron La Hilandera la noche después de la luna llena. Iban equipados con mochilas, ampliadas mágicamente, donde llevaban todo tipo de provisiones, además de cientos de librados copiados de la biblioteca del pocionista.

El pelinegro había depositado todas sus pertenencias en su bóveda de Gringgots, por si algo salía mal y tenían que desaparecer rápidamente.

Azkaban estaba situada en una isla del Mar del Norte, por eso tendrían que viajar a través de las aguas saladas.

Severus y Remus, con Harry dormido en sus brazos, subieron a una pequeña barca, una que el pocionista había sacado de su mochila y agrandado.
Tras unos pequeños ajustes mágicos, la barca se deslizó suavemente por el mar.

El profesor de Pociones siempre había tenido afinidad con el elemento agua, y junto al hombre lobo, había estado practicando algunos hechizos para dominar el agua.
Gracias a eso, las aguas normalmente revueltas, se abrían ante ellos, invitándolos mansamente a pasar.

El viaje duraría dos horas, ya que tenían que entrar a la isla por la parte de atrás de la prisión para no ser vistos.
Los adultos se mantuvieron en silencio, demasiado nerviosos para mantener una conversación. Mientras, el pequeño ojiverde, dormía plácidamente en el regazo del licántropo.

Cuando por fin pudieron divisar la prisión, Remus no pudo evitar pensar en las palabras que una vez había escuchado decir al viejo Ojoloco Moody sobre ésta.

«No se necesitan muros y agua para mantener a los prisioneros adentro, no cuando están atrapados dentro de sus propias mentes, incapaces de tener un único pensamiento feliz. La mayoría se vuelve loco en semanas.»

¿Y si Sirius se había vuelto loco? ¿Y si no lo reconocía? ¿Habría entonces alguna manera de curarlo, de devolverle su cordura?

Severus notó el estado meditativo del licántropo, y adivinó en lo qué podría estar pensando, o más bien temiendo.

— Deja de preocuparte, estará bien — intentó tranquilizarlo, mientras recolocaba la manta que envolvía a Harry.

— ¿Y si...? — susurró el castaño, acariciando distraídamente los alborotados rizos del niño.

— Lo ayudaremos — lo interrumpió el pelinegro, abriendo su túnica y mostrándole algunas de las pociones que llevaba consigo.

Una vez en tierra, se encaminaron con un hechizo de no me notes a la fortaleza en medio de la pequeña isla.

Las heridas de la guerraWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu