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Kyla cabalgaba de forma salvaje, o al menos eso era a lo que se había acostumbrado que le dijeran. Ella sabía que aquello no era muy normal, una dama no solía hacer aquellas cosas, pero ella no se consideraba una dama y nunca había estado interesada ni en eso ni en nada relacionado, por lo tanto, no le importaba. El pueblo estaba bastante cerca de donde ella vivía, pero aun así, tenia que cruzar un pequeño trozo de bosque, algo que al contrario que le sucedía a mucha gente, ella no temía, pues cuando cruzaba aquel trecho se sentía libre y podía cabalgar realmente como a ella le gustaba sin que nadie la mirara horrorizada. Así que cuando llegó, no lo dudó ni un segundo, clavó sus talones en su preciosa yegua y esta supo exactamente lo que debía hacer, por extraño que pareciera, tenían una relación muy estrecha, incluso había gente que la juzgaba por hablar de aquel animal como si se tratara de una persona, pero para Kyla, Blue era como su hermana y en muchas ocasiones su mayor confidente. 

La velocidad que alcanzó el animal, no sorprendió a Kyla, pues ella sabía de lo que era capaz su yegua, pero sí sorprendió a unos ojos claros que admiraban la escena desde unos arbustos. La noche anterior había llovido y la tierra se había convertido en barro, que desprendía un olor muy característico, hacía algo de viento, que unido a la velocidad a la que cabalgaba, movía su larga y castaña trenza. Se había dejado algunos mechones sueltos que se colocó tras sus orejas, pero dado que no dejaban de salirse, decidió dejarlos como estaban y centrarse en ir bajando la velocidad, ya que, se aproximaban a su destino. Antes de dejar atrás el bosque, miró tras ella para asegurarse de que nadie la veía y cuando se aseguró de ello, se colocó de lado y prosiguió su camino cabalgando muy delicadamente. Pero no se había dado cuenta de aquellos curiosos ojos que asombrados, continuaban observándola con una gran sonrisa. 

Cabalgó durante unos pocos minutos hasta que se encontró con Margaret en el camino, justo donde ella esperaba encontrarla. Ésta le dedicó una pequeña sonrisa, de la cual Kyla sospechó rápidamente, se conocían demasiado tiempo y sabía que algo no iba bien, así que, bastante preocupada, bajando de su yegua preguntó:

-¿Qué ocurre, Margaret? 

-Nada, milady. Ahora mismo me dirigía hacia su casa, me he retrasado bastante, lo siento.

Kyla, que no entendía nada, se rascó la nariz nerviosa. Margaret nunca la llamaba así, siempre se tuteaban. Por la cara de la mujer sabía que había algo que le ocultaba, pero el no saber lo que era ni el por qué de su comportamiento, la obligaron a preguntar:

-¿Hay algo de lo que deba preocuparme? -murmuró. Pensando en que la actitud de la mujer se debía a que alguien las escuchaba.

Margaret negó con la cabeza y se dio la vuelta para subir al caballo que llevaba con ella. Kyla lo reconoció en seguida, era el caballo que su padre le había regalado, él era bueno con todos y en una ocasión en la que Margaret lo necesitó, no dudó en regalárselo. Aquel gesto hizo tan feliz a la mujer que pasó casi un año entero agradeciéndoselo. 

Aun intrigada por la actitud de la mujer a la que después de tantos años ya consideraba su segunda madre, decidió entrar al lugar donde ella misma la había mandado. Se trataba de una pequeña  cabaña hecha de piedra con techo de paja, estaba en bastante malas condiciones, algo que ella supuso que sería a propósito para evitar a quien la buscaba. Estaba situada a las afueras del pueblo, y en ella vivía una vieja mujer muy conocida entre las mujeres, nadie sabía como llamarla, pues ella misma decía ser curandera, pero todo el que la conocía se quedaba tan asombrado con aquella mujer que muchos decían que se trataba de una bruja. A pesar de ser considerada por muchos una bruja, nadie le temía y cada vez era mas la gente que oía hablar de ella y de su "poder", tanto era lo que la gente hablaba de ella, que en ocasiones había llegado a oídos de quien no debía y se había visto obligada a marcharse a otro lugar. Podía observar diferentes tipos de tarros, hierbas y ungüentos. Kyla, que era muy curiosa comenzó a dar vueltas por la pequeña estancia observando todo lo que encontraba encima de las mesas, intentando no desordenar nada.

-¿Necesitas algo, querida? Acabo de ordenar esos tarros,lleva cuidado.-dijo una voz algo ronca desde detras de ella.

De un sobresalto, Kyla se dio la vuelta y pudo observar a la famosa dueña de aquella cabaña. Se trataba de una anciana algo desaliñada pero no fea, vestía con un vestido algo viejo y llevaba un delantal blanco. 

-Lo siento mucho, señora. Acabo de ver saliendo de aquí a Margaret. ¿Le ha pasado algo?

La mujer se acercó a ella lentamente y poniéndole las manos sobre la cara le dijo:

-¿Aileen Sutherland? 

-¿Perdone?

-¿No te acuerdas de mi? Han pasado algunos años, pero he de decir que te has cuidado bien.

-Lo siento, pero se equivoca de persona. Me llamo Kyla, Kyla Woods.

La mujer se apartó y comenzó a caminar nerviosa y algo incrédula.

-¡No puedo creerlo! Eres tu, eres Kyla.

Kyla empezo a asustarse y a pensar que aquella mujer si que iba a resultar estar loca al fin y al cabo.

-Mire, no tengo tiempo para esto. Si me puede ayudar bien, pero si no me tengo que marchar.

-Perdoname, pero es que no puedo creer lo que ven mis ojos y escuchan mis oídos. ¿De verdad no conoces a Aileen Sutherland?

-¿Y por qué iba yo a conocerla?

-Porque es tu madre, querida.

CON UNA CONDICIÓNWhere stories live. Discover now