Capítulo 5

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EL GIGOLÓ DE NUEVA YORK

"Un hombre que es un maestro en la paciencia es un maestro en todo lo demás". 

—George Savile.


JUNE

El apuesto primo japonés me ha evitado durante la última semana después de mi broma con el jefe gay.

Me siento mal, pero no por lo que hice, contemplar su desesperación en realidad fue magnífico, aunque al comienzo sí que dudé debido a que tenía miedo por la forma en la que reaccionaría, y al final no fue del todo mal. Haber perdido una gran oportunidad de trabajo es lo que en verdad me duele.

—Señorita O'Connor. —La mujer de cabello rubio atado en una cola y una falda negra entubada pronuncia mi apellido, guiándome hacia el despacho de una nueva oportunidad de trabajo. Me parece amable. Le pongo la edad de mi madre, cuarenta y cinco años.

El sitio no aparenta grandes lujos, es un edificio de ladrillos común y corriente. De hecho, estoy convencida que tiempo atrás fue alguna fábrica que quebró y actualmente fue remodelada por completo, me lo cuentan las tuberías que cruzan el techo y le dan cierto aire reconfortante al espacio.

Me gusta la decoración, tiene un estilo bastante hípster. El piso es de madera, las paredes son una mezcla de ladrillo, piedra artificial negra y algunos muros blancos que separan los escritorios de trabajo.

Desde que subí los escalones y crucé la puerta de entrada supe que debía trabajar en este lugar. No sólo porque me guste el ambiente, en realidad necesito el puesto con desesperación. El día de ayer descubrí que me había quedado sin opciones. Ya no quedan buenas plazas, a excepción de esta. Sé que está creciendo al contratar nuevos pintores al gestionar la venta de sus obras.

Es mi última oportunidad.

Gracias a mi desesperación juro que empezaba a plantearme trabajar en McDonald's, mi mayor pesadilla. Pero a última hora de esta mañana me vi agradeciendo a Violet por la recomendación. Además, según lo que pude encontrar en internet sobre el lugar, si consigo el puesto, tendré un jefe que en fotografías lucía como un hombre bastante agradable.

Confecciono la mejor sonrisa que puedo y entro a la oficina, pero en cuanto cierro la puerta de cristal a mis espaldas, mi gesto se deshace por completo.

En la silla encuentro a una mujer bastante joven para ser CEO, tiene el cabello negro extremadamente liso, ojos verdes que me dan la bienvenida junto a una sonrisa despampanante y mejillas carmesís. Creo que aparenta mi edad, y a su lado, arrimado al escritorio, una persona que conozco y resulta ser el motivo de su sonrojo.

Estoy segura que ambos me contemplan, pero mis ojos no abandonan el airoso perfil del muchacho que me dedica una sombra de sonrisa sagaz.

—¿Qué cojones haces aquí? —espeto, y tarde me doy cuenta que no es una gran presentación la que involuntariamente acabo de hacer.

—¡Pero qué increíble coincidencia! —interpreta Duncan con cierto grado de frenesí, y déjenme decirles, de actor se moriría de hambre.

—¿Se conocen? —pregunta quien, por el nombre situado en un gafete sobre su pecho, se llama Alexis. Entonces por fin razono... ¿No se supone que habría de tener un jefe, así, en masculino?

—Es alguien... cercano a mí —responde Duncan pausadamente mientras me mira con malicia, motivo que me lleva a contemplarlo con escrúpulo.

¿Qué diablos sucede aquí? ¿No debería estar en el hospital? No es su día libre. ¿Por qué diablos se tomó el día libre?

La inocencia prohibida ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora