Capítulo 9

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UN ERROR

"Crees que sabes todas tus posibilidades. Entonces, otras personas llegan a tu vida y de repente hay muchas más". 

—El reino de la posibilidad, David Levithan.


JUNE

Abro la puerta lentamente y antes de cerrarla un grito atraviesa la sala.

—¿En dónde diablos estabas? —interroga mamá y me apresuro a cruzar la estancia, de camino a mi habitación. No tengo ganas de escuchar otro de sus sermones—. ¡Sabes que tienes negado quedarte fuera hasta tan tarde! —La escucho venir detrás de mí—. ¿Me estás escuchando?

Freno de lleno porque siento que ya no puedo más. De inmediato volteo y percibo la sorpresa en sus ojos cafés ante mi reacción. Tiene un gran parecido físico al mío.

—¿Por qué me haces esto? —estallo. Sé que no debería gritarle, jamás ganaré una pelea contra ella. No conseguiré nada rebajándome a este nivel, pero estoy tan dolida y molesta.

—Porque eres mujer —responde, levantando más la voz—. Y debes volver a casa temprano.

Niego con la cabeza al recibir una respuesta tan absurda como esa.

—Eres tan machista —riño.

—Me gustaría no serlo, pero mírate, si algo te pasa le culparían a esa falda y de paso porque tú la vestías.

¡En un absurdo!

—¡No va a pasarme nada! ¿Acaso no confías en mí? Por Dios, ¿cuál es tu problema? —Me encuentro en tan mal estado, que aún después de lo ocurrido en frente del cementerio soy capaz de recriminar.

—El problema no es contigo, sino con el resto del mundo. Ni siquiera puedes confiar en el calzón que llevas puesto, ¡no sabes en qué momento se te meterá en la nalga1!

Lanzo un suspiro de frustración que por poco parece un gruñido. Las sienes me empiezan a punzar.

—Todo esto es por papá, ¿cierto? ¿Te engañó y solo se fue? —La miro con insistencia—. ¿Por qué nunca hablas de él? ¿Por qué nunca hablas de esto y tan sólo te esfuerzas en joderme la vida?

Su mirada herida me dice que me he pasado de la raya, y cuando entro en razón ella avanza un paso. Se detiene como si quisiera decir algo, lleva una mano temblorosa hasta su boca y voltea, por lo que dejo de ver su rostro y tan solo la escucho decir:

—No te acuestes con el estómago vacío. La cena está en el horno. —Poco después la veo entrar en su habitación y sé que la he cagado, pero no es del todo mi culpa.

¿Tiene idea de lo increíblemente molesta que resulta ser con su exagerada sobreprotección? Sé defenderme, lo hice bien en las afueras del cementerio, hasta que Duncan apareció con una pala y su cara de maniático. Diablos, eso sí que me asustó.

No tendría tan mala suerte si mamá tan sólo dejara de lanzarme sus malas energías y confiara un poco más.

Me desplazo hasta mi habitación, arrojo el bolso en el suelo y, antes que encender la luz, en el cajón de la mesita de noche situada junto a la cama busco el frasco de píldoras para el dolor de cabeza.

Sitúo una de ellas en mi boca y de repente la ventana se abre tan inesperadamente que me la termino tragando sin ningún líquido, por lo cual, se queda atravesada a medio camino. A poco tardar empiezo a sentir la falta de aire.

La inocencia prohibida ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora