Capítulo 10

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UNA HISTORIA EN LA ESTACIÓN

"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la insensatez, era la época de la creencia, era la época de la incredulidad, era la estación de la luz, era la estación de la oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación".

 Historia de dos Ciudades, Charles Dickens.


JUNE

Despierto, aterrada por la alarma. No sé cuántas veces ha sonado ya, pero cuando mis ojos enfocan el objeto rectangular sobre la mesita de noche, descubro que el reloj electrónico marca pasadas las nueve.

—¡El trabajo!

Anoche recibí un correo electrónico. Hoy empiezo mi primer día, o más bien tendría que hacerlo dentro de poco. Creo que tendré que aumentar el número de alarmas hasta acostumbrarme a madrugar otra vez.

Me levanto tan apresuradamente que doy un paso en falso fuera de la cama y caigo al suelo, enredada entre la sábana.

—¡No me hagas esto cama! —Me quejo de dolor y giro sobre mi cuerpo, contemplando el descuidado espacio bajo mi cama. Jamás he limpiado ese lugar, pero me sorprende encontrar una hoja doblada que aparentemente no tiene ni una sola partícula de polvo encima.

La alcanzo y le doy una ojeada, descubriendo que no es mi tipografía, de hecho, estoy segura que le pertenece a un doctor. Es terriblemente ilegible. Y mi raciocinio me asegura que proviene del gigoló. La noche pasada debió perderla entre todo lo que ocurrió.

A juzgar la cantidad de caracteres aprecio que hay mucho escrito en ella, y por lo mismo me origina cierta curiosidad. No debería, pero mientras me dirijo al baño, de paso la guardo en mi bolso para de este modo descifrar su contenido en el metro y de camino a la oficina, recordando que mamá hizo una excepción la noche pasada, dejándome el teléfono celular. Debería hablar con ella al regresar.


Los pétalos de cerezo son guiados por el viento y tropiezan en las zancadas de quien cruza el patio en dirección al edificio de secundaria. Pero no es lo único que se entromete en su camino, una multitud de estudiantes también yacen aglomerados, imposibilitando su paso.

Desesperadamente empuja a los muchachos que visten uniformes oscuros de estilo militar y a ciertas adolescentes que más bien lucen un estilo marinero. Todos ellos mantienen expresiones de gran asombro y estupefacción que oscilan entre el suelo y la terraza.

—¡Kaito! —Seiji se acerca gritando y estrepitosamente cae de rodillas al suelo manchado de rojo.

Seiji es apenas un adolescente de diecisiete años y realmente no sabe qué diablos hacer. Tan sólo contempla el cuerpo exánime de su hermano menor y luego al resto de personas que empiezan a murmurar:

—No pudo soportar el peso de su naturaleza.

—¿De qué hablas? —cuestiona otro.

—Era gay.

—¡No es así! —chilla Seiji invadido por el enfado. Su hermano sufría de acoso escolar debido a ese mal entendido.

Seiji, en la mente de un niño ignorante, lo único que deseaba era poder aclarar las cosas. Kaito no era gay, y tampoco era su culpa que todos pensaran de esa manera, de hecho, todo empezó por Takamura, un compañero de su hermano que lo inventó todo por la envidia que sentía de Kaito ya que era un muchacho estudioso, comprensivo, afectuoso y cordial. Muchos lo idolatraban, pero claro que antes de los rumores.

¡Kaito tiene novia! Seiji quiere gritar, pero las palabras se atascan en su garganta mientras lágrimas de impotencia ruedan sobre sus mejillas.

¿Y en dónde está ella ahora? Debía encontrarse junto a Kaito. ¡Debió impedir que saltara!

El día en que su escuela hizo un homenaje en nombre de su hermano, Seiji sale del colegio sosteniendo la fotografía de su hermano menor, dejando atrás a sus padres porque no puede tolerar verlos tan destrozados. En un pasillo cercano al sitio en el que se llevaron a cabo los honores, escucha la voz de quien era la novia de Kaito.

Cuando sus ojos encuentran la delgada figura piensa acercarse, pero se detiene sorprendido cuando define al muchacho sostener la mano de aquella, y precisamente tenía que ser Takamura, quien justamente empezó los rumores.

—Ibas a terminar con él de todas formas. —Él dice y los intestinos de Seiji de inmediato se retuercen.

—Ya, pero creo que Kaito nos vio. —Ella contesta.

—Que él saltara no fue nuestra culpa.

¡Pero claro que fue una de las causas! Piensa mientras observa con desprecio al sujeto. Todo encaja a la perfección.

—Seiji... —suelta ella conmocionada al percatarse de su presencia.

Seiji la contempla con verdadero odio y decepción. Jamás pensó que se pudiera originar tal rencor y aversión en el interior de una persona, pero así es como sucedió.

—Se burlaban de mi hermano... —Seiji empieza mientras se acerca lentamente a ellos, sintiendo como si la gravedad de pronto aplicara su peso en mayor fuerza sobre él—. Todo el tiempo sentía vergüenza y asco de sí mismo porque era así como hicieron que se sintiera gracias a falsos rumores—. Contempla a Takamura—. Pero al final, cuando uno de sus más importantes soportes era su novia, ella también lo traiciona. ¿En dónde estabas cuando Kaito tomó la decisión de saltar?

Era en parte su culpa. La traición de esa mujer lo llevó a tomar tal decisión final. Su hermano, aunque era una persona cordial, estaba muy herido, pero mantuvo la fe por ella, por quien al final de todo ni siquiera dudó en traicionarlo. Pero claro que Kaito debió verlos juntos.

Así fue como Seiji se dio cuenta de que las mujeres eran la peor decisión de todas. No se podía confiar. Eran embusteras, el mayor peligro que podía existir. Más valía tenerlas a una distancia prudente, pues no se sabía con certeza cuándo podían traicionarte.


—Treinta de noviembre. —Leo en la orilla derecha inferior, encontrándolo extraño ya que es la fecha de ayer—. El día en que saltaste.

Estaba a punto de pensar cuán nostálgico y triste me parecía, pero con eso último más bien llegó a parecerme un poco escalofriante.

¿Desde cuándo Duncan escribe? ¿Quiénes son Kaito y Seiji?

¿Debería preguntárselo?

Siento un extraño pesar en el pecho.

—Avenida Flushing y Broadway. —Escucho el altoparlante y doy un salto fuera de mi asiento, arrugando la hoja un poco mientras intento meterla de regreso en mi bolso, avanzando hacia la puerta. Está tan atestado de gente que cuando la alcanzo sólo puedo contemplar la forma en que termina de cerrarse justo en frente de mis narices.

¡No puede ser!

Llegaré muy tarde en mi primer día.


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La inocencia prohibida ✓Where stories live. Discover now