Capítulo 2: LA SORPRESA

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El viernes después de que mis padres se marcharan de viaje de novios, me quedé en casa con mi hermano haciendo una lista de lo que tendían que comprar, la música que iríamos a poner, etc. Como era indudable, la fiesta se acabó celebrando en mi casa. La tarde del sábado vinieron Ismael y Carlos a las cuatro a mi casa. Sin previo aviso. De repente, tocaron al timbre. Yo fui a mirar por el agujerito de la puerta y los vi a los dos con el casco de la moto en la mano. Rápidamente llamé a mi hermano para que viniera. Sé que ellos escucharon «¡¡Pablo!!» y sé que les abrí la puerta con una soltura que ni yo me la creía. Les saludé. Lo que no logré entender era por qué no había venido Lucas con ellos. Carlos es su mejor amigo. Supongo que tendría algo que hacer y más tarde vendría.

—Venimos a ayudar —dijo Carlos.

—Qué bueno que fuese aquí —exclamó Ismael entrando a la casa y mirándola con suma atención—. Aquí perfecto. Y encima tenéis un camino precioso para quien quiera salir a tomar el aire.

—Sí, hombre, ¿qué te crees? Mi casa tiene estilo —añadió mi hermano. Los otros rieron y yo seguía ahí parada con un soso hola que hacía más de un minuto que lo había dicho.

—¿Qué? ¿Lo tenéis todo preparado? —preguntó Carlos pasando su brazo por encima de mis hombros.

—No —le dije, sin apartar su brazo.

—¡¿Quéééé?! —se sulfuró poniendo ambas manos en su cabeza—. ¿Cómo que no tenéis preparado nada?

—Hombre, algo sí, pero faltan cosas —le aclaré—. Qué dramático.

Puse los ojos en blanco.

—Tengo que llevar los altavoces al salón y colocar la lamparita de bola de disco que hay en mi cuarto —dijo mi hermano.

—También queda que traigan la comida y la bebida. —Hice una pausa para recordar si había algo más—. Ah, y cerrar con llave si puede ser las habitaciones.

—¿Cerrar con llave? —saltó Ismael.

—¿Me vas a limpiar tú el dormitorio? —Reí falsamente y luego contesté—: No.

Ismael se quedó estupefacto y me miro como si fuese una alienígena, pero me daba igual. Todo parecía ir bien. Mientras Ismael y Pablo traían los altavoces, Carlos y yo movimos la mesita hasta delante de la tele. Colocaron los altavoces encima de la mesita y tapamos el sofá con plásticos y encima les pusimos unos fulares que mi madrastra tenía en el altillo para que así no se estropease el sofá si a algún imbécil se le derramaba la bebida. Una gran idea, mía por supuesto. También colocaron la lamparita de bola de disco y al apagar las luces se veía como en una discoteca. Mientras yo me ocupaba de cerrar las puertas, se escuchó el timbre. Me giré para ver si alguien iba a abrir, y, en efecto, iba mi hermano.

«¿Dónde estará Carlos?», me pregunté. Observé a mi alrededor y no lo vi. Terminé de cerrar las puertas y me dirigí a la cocina a guardar la llave. Pegué un grito cuando me encontré a Ismael. Yo creo que hasta salté del susto. Estaba agachado buscando algo.

—¿Tan feo soy? —me preguntó sarcástico.

—¿Qué haces? —le pregunté, sin responder a su pregunta.

—Tengo hambre —dijo extrayendo un paquetito de cuatro galletas de una caja de cartón.

—Joder, qué susto —exclamé dirigiéndome al armario y guardando la llave dentro de la taza que más bien era de decoración.

—¿Por qué has cerrado todas las habitaciones?

—La de mi hermano no. —¿Es tonto este? Sí. Sabía perfectamente qué quería decir—. Es un cumple, no una fiesta de ligues. —Aunque si iba a venir Lucas... jeje, entonces sí. No iba a preguntar si venía Lucas, así que opté por esta pregunta más general—: ¿Vienen todos?

La fiesta caóticaWhere stories live. Discover now