Epílogo

92 19 16
                                    

Una semana después.

Mi hermano y sus amigos han comprado semillas de césped y demás ingredientes de jardinería para plantar lo que le quemaron al pobre Carlos. Mientras, él y yo nos acomodamos en unas hamacas al sol de la tarde a observarlos trabajar.

Casi todo ha vuelto a la normalidad, excepto porque he hecho nuevos amigos y además ahora tengo novio. Bueno, tenemos novio. Maite está oficialmente en una relación seria con Hugo. Resulta que no había ningún chico secreto ni ningún misterio que resolver. No había encontrado al chico ideal, eso era todo.

Por su parte, Lucas continuaba con su "dieta", como él la llama. No me ha jurado que dejará el alcohol, sin embargo, ya me demostró que se podía controlar en la fiesta de Carlos. Lo que sí que no va a dejar es el tabaco. No tiene remedio, según él. Ah, pero lo que sí dejará son los porritos. Eso lo he conseguido. Ya no volverá a estar colocado nunca más.

—Venga, Bea, ¿en serio?

—Sí. Tienes que prometerlo —le eché una mirada fulminante y acto seguido me hizo la promesa del meñique.

En casa, las cosas habían ido mejor esta última semana. Mi hermano y mis amigos me hicieron ver que Flores no tenía culpa de lo que le pasó a mamá. Ni yo tampoco. Es cierto que nunca la conoceré, pero Pablo me ha prometido que me contará cosas sobre ella, aunque más le vale tener una caja de pañuelos y su hombro para consolarme.

Ah, casi se me olvida. Mi hermano y su querida novia siguen juntos y para colmo la invita a comer el domingo. Tendré que acostumbrarme a soportarla. Quizás con el tiempo podamos ser amigas. Es obvio que no puedo juzgarla sin conocerla del todo, así que creo que voy a hacerle mañana un interrogatorio masivo. «Lo siento, Eli».

Despejo la mente, respirando una inmensa paz, para mirar directamente a Carlos, que está justo a mi lado. ¿Quién iba a pensar que las cosas acabarían tan bien? Jamás habría imaginado que acabaría con el mejor amigo del chico que me gustaba.

—¿Más batido de chocolate? —Me pregunta.

Alzo mi vaso para que me lo rellene y hacemos un pequeño brindis. Una vez más nos reímos de los pardillos que tenemos enfrente. Sus padres se pusieron hechos una furia con Carlos por cómo acabó la fiesta y teóricamente está castigado. Y digo "teóricamente" porque anoche se escapó a escondidas para reunirse conmigo en mi jardín para nuestra primera cita romántica.

—Bea —dice cogiendo mi mano.

—Carlos —le miro sonriente con un pequeño brillo en los ojos.

—¿Te apetece una segunda cita el viernes que viene? Para entonces dejaré de estar castigado. O no, mejor: ¿qué te parece una cita doble? Con Maite y Hugo —añade y yo sonrío emocionada dando palmaditas.

La fiesta caóticaWhere stories live. Discover now