Capítulo 11: EL APOCALIPSIS

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—¿Estás...? ¿Estás enfadado? —le pregunté bastante nerviosa.

No dijo nada, se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación. Salió del cuarto. Me di prisa por llegar hasta el umbral. Temía lo peor, sin embargo, el pánico cesó cuando lo vi salir por la puerta de entrada. Caminé hasta la ventana y vi que estaba sentado en las escaleras del porche. Joder. No debí contárselo.

Carlos estaba enfadado, pero no sabía exactamente con quién. Lucas era su mejor amigo y seguramente lo odiase en ese instante por haber intentado besarme. Esa fiesta de mierda se estaba convirtiendo en una puta pesadilla. No soportaba esto. Necesitaba despejarme de todo. Salí del lugar y fui a buscar a Maite. Necesitaba a mi amiga.

Maite no estaba en ningún rincón de mi casa. ¿Se había ido a casa? ¿Se había ido con Hugo? La llamé por teléfono y saltó el contestador. Joder. Fui al baño y me senté en el váter. Todo esto era demasiado para una noche. Decidí echarme agua en la cara, secarme y salir a buscar a Fran.

Mi mejor amigo estaba en la habitación de mi hermano. Por esa razón no había ido a buscarlo a él. Pablo me preguntaría qué ocurre. Además, mi cara lo decía todo. Aquello era lo peor. No sabía qué hacer, estaba parada en el salón, a medio camino entre el baño y la habitación de Pablo.

Necesitaba tiempo para pensar. Necesitaba aire. Y supe que debía salir al jardín. Sentí pánico cuando Carlos me miró. Me senté a su lado y pasé las manos por mi pelo. No podía hacer otra cosa más que hablar.

—Era lo que querías escuchar.

No se oyó una mosca, salvo la respiración de ambos y las voces lejanas de otros.

—No debí preguntar. No quería saberlo.

—Bien —lo dije por decir algo—. Lucas no quiso hacerlo y no lo hizo. Déjalo estar.

—No, Bea, tú no lo entiendes. No sabes nada de él. —Hizo una pausa corta—. ¿Sabes por qué nos hemos peleado?

El temor recorrió mis venas. Tragué saliva y negué lentamente. Él miró al suelo.

—Lucas no sabe controlarse. Se deja llevar por los malos momentos. Se la pega cada vez que pasa algo que no le gusta. Siempre hace igual. ¿Y a que no adivinas quién está siempre para ayudarle? Yo, ¿cómo no?

Parecía mentira que yo estuviese ahí, escuchando como el mejor amigo de Lucas me contaba la vida de Lucas. Aquello había llegado a un punto en el que no quería estar. «Ojalá esta fiesta se acabase ya».

—No quiero seguir escuchando.

Lo dije sin rodeos. Le miré a los ojos y él pareció ver lo que de verdad sentía en ese momento. «Incomodidad» podría ser la palabra adecuada. «Decepción» podría ser otra más. Carlos negó con la cabeza y tomó mi mano.

—Lo siento. Arreglaré esto con él mañana.

—¿Mañana domingo o mañana lunes?

El sábado había pasado a la historia.

—Domingo. —Soltó una carcajada y luego bajó la voz—. Espero que no estés enfadada conmigo.

No dije nada, sólo le di un beso. Él lo siguió hasta que alguien vino muy espantado hacia nosotros. Agitó muy fuerte a Carlos y luego se arrodilló ante mí. Fruncí el ceño.

—¡Dime la hora, dime la hora! —insistió meneando las manos en al aire.

Este tipo parecía del instituto, seguramente estaba en la fiesta. Lo miré confusa.

—Las ocho y cinco.

El chico llevaba unas gafas mal puestas, parecía ir pedo. Pasó sus manos por la cara y se puso bien las lentes.

—No puede ser.

Carlos y yo nos miramos, estupefactos. El chico señaló los árboles de la izquierda. Supe entonces dónde había visto a este chico antes... ¡Era de mi clase de ciencias! Nada tenía sentido cuando miré la sombra de los árboles. No pude moverme. Aquello era increíble. Los árboles proyectaban una penumbra formada por medias lunas.

—Tenemos que ir adentro. ¡Ya!

Sin tiempo a pensar, nos agarró a ambos de la mano y nos adentró en casa. Echó el cerrojo de la puerta y puso su espalda sobre ella. Mi hermano y sus amigos salieron de la habitación y se quedaron desconcertados.

—¿Qué pasa? —preguntó Ismael.

Advertí que el chico de ciencias estaba pensativo divisando el suelo y con una mano rascándose la barbilla. Una chica salió de la cocina asustada. Su respiración era muy agitada y apenas le bastó para decir:

—Ha dejado de amanecer. ¡Esto es el apocalipsis!

Abrí los ojos como platos y volví a mirar la hora. Se suponía que ya debería haber amanecido, no oscurecido. Tenía que haber una explicación. Todos mirábamos absortos a Luis, el chico que va a mi clase de ciencias. La chica de la cocina estaba menos asustada y le dieron un vaso de agua. Luis había salido de su estado pensativo y había empezado a bajar las persianas como un loco. Ismael, Fran y mi hermano le ayudaron mientras el resto no daba crédito a lo que sucedía.

—¿Por qué estáis bajando las persianas? —Fui la primera en atreverse a hablar.

Cuando terminaron, Luis se sentó en el suelo y me miró.

—Podríamos perder la vista si lo miramos demasiado.

Moví la cabeza, atónita.

—¿Puedes explicar un poco mejor lo que ocurre?

—Que no tenemos gafas protectoras, mirar el anillo luminoso es peligroso.

Sonreí tontamente. «¿Anillo luminoso? ¿DE QUÉ DIABLOS ME ESTÁ HABLANDO?». Carlos sonrió al mirarme, supongo que si eso era el fin del mundo agradecía haber pasado su última noche conmigo.

—¿Qué? —repuso la chica.

—¡Es un eclipse!

A los segundos, sonaron muchos «Aaaah» y varios «Ohhh». Ya decía yo que eso debía tener una explicación. Qué susto, por un momento pensé que esto era un apocalipsis real. Dios mío, a punto estuve de decir una tontería.

La fiesta caóticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora