Capítulo 17: UNA VEZ MÁS, EL ALCOHOL

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—¿De verdad que estás bien? —Me preguntó mi mejor amiga antes de irme.

Asentí con la cabeza. No era del todo cierto y ella lo sabía:

—Bea, ven aquí. No he terminado contigo —me aproximé a ella—. Cuéntame. Sé que te ocurre algo. ¿Qué pasó exactamente con Carlos? ¿Por qué se enfadó? ¿Fue por lo de Lucas?

—Estoy algo confundida. Le dije a mi hermano lo que me pasaba, que estaba mal con Lucas por lo de la fiesta de Fran y que no podía olvidarle de la noche a la mañana. Pero a mí quién me gusta ahora es Carlos. Entonces Pablo tuvo la maravillosa idea de juntarme con Lucas en el deshollino de la abuela para que hablase con él y quedáramos bien. Sí, fue bien, vale, pero cuando Carlos se enteró se enfadó conmigo. Me gritó que era igual que Lucas. Y ahora no quiere ni verme —me lamenté.

—¡Corre y atrapa a ese gilipollas si no quiere que lo mate! —Maite chilló en el jardín—. ¡¿Cómo se atreve a tratar así a mi mejor amiga?! ¡Me vengaré!

Hizo que me riera a más no poder. Tanto que tuve que ir al baño. Ella me acompañó y tuvimos que esperar a que dos personas entraran. ¡Peor que en el instituto!

—¿Tú crees que a Hugo le gusto de verdad? —Me formuló Maite en voz baja una vez dentro del aseo.

—Está clarísimo. Será que no se le nota.

Me abrazó muy fuerte. Le devolví el abrazo, muy feliz por ella. Al terminar, salimos del cuarto. Nada más alzar la vista, ambas vimos a Carlos. Maite y yo nos miramos y el mensaje que intercambiamos fue claro: «Es la oportunidad». Nos despedimos y le seguí hasta la puerta de la cocina. Entró a servirse algo y cuando salió, sin verme aún, fue al salón con un vaso de cerveza en la mano. Estuvo veinte minutos de reloj hablando con dos amigas. Mientras tanto, conseguí un asiento en el sofá y continué esperando el momento oportuno para hablar con él sin que tuviera escapatoria.

Después, se puso a bailar cuando sonó reguetón con una chica del instituto. Quería vomitar. Supuse que me había visto sin que me diese cuenta y lo estaba haciendo para enfurecerme. Me largué a la cocina y me serví un chupito de lo primero que pillé: vodka caramelo. Como si me acabara de tomar azúcar al rojo vivo, me quemó la garganta. Le siguieron un par más. Me vi con la suficiente fuerza como para enfrentarme a él y fui al salón donde lo había visto por última vez. Me escondí entre la gente hasta llegar al fondo junto a la ventana y me colé detrás de la cortina. Me sentí como una patética detective. Estaba bebiendo con unos amigos y moviéndose al ritmo de J Balvin. Pasaron cinco minutos hasta que caminó hacia la entrada de la casa. Salí de mi escondite y fui tras él.

Detrás de un grupo de amigas, lo vi observar la cola de gente que esperaba para entrar al aseo. Finalmente subió las escaleras. Subí cuando él ya había llegado arriba y no podía verme perseguirle. Estaba oscuro cuando llegue al piso de arriba. Se escuchó una puerta cerrarse. Me asomé al pasillo y vi que en una habitación se colaba la luz por la rendija de debajo de la puerta. Supuse que sería el baño.

Tras asegurarme de que no había nadie más allí arriba, me puse junto a la puerta. Arrimé la oreja a la espera de no oír nada. Sólo había silencio, el único posible omitiendo el estruendo de la música de abajo. Se oyó un chorro cayendo sobre agua durante un minuto entero, lo juro. El ruido de la cadena del váter me alertó y me puse en posición. Cuando abrió la puerta, no tuve ni que empujarle porque retrocedió de la impresión al verme, entré lo más rápido posible, cerré la puerta y la bloqueé con mi cuerpo.

Por un momento, pensé que me había equivocado de persona y que no era él a quien había encerrado en el baño a propósito. No obstante, aún conservaba algo de cordura y, sí, era Carlos.

La fiesta caóticaWhere stories live. Discover now