Capítulo 3: LA ABUELA

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Me hallaba en la calle con Carlos y su brazo echado por mis hombros, cuando vi a Lucas hablando con un amigo. Oh, Dios. Genial. Me zafé del brazo de Carlos.

—¿Qué pasa? —replicó.

—¿Qué pasa de qué? —Me hice la inocente.

—Nada... —Se rindió. Bien.

Quería conocer a Lucas, pero no sabía cómo. Me senté en los escalones de la entrada. Carlos, al rato, me imitó. Yo pensaba mientras en cómo conocer a Lucas. No sabía si acercarme y preguntarle cómo iba la noche. O en sí pedirle a Maite que lo conociera ella antes, pero sabía que me había dicho que no porque era para mí. O, tal vez, no hacer nada y a la mierda, no obstante, yo quería conocerle y me sentiría orgullosa si lo hiciera. Así sin más, solté:

—¿Hoy no estás con Lucas?

—No, hemos tenido una discusión —dijo serio.

—Oh —susurré. Era cierto que no lo había visto mucho con él, ni tampoco habían venido juntos.

Se formó un silencio. A veces, me gusta el silencio. No es por nada, pero siempre estoy pensando y en ese momento tenía la mente en blanco. Él estaba mirando a Lucas, lo supe porque giré intuitivamente la cabeza al oír tropezar a una chica con tacones en las escaleras. Él irrumpió el silencio que había:

—Sé que te gusta.

—¿El qué?

—Lo sabes, no me hagas repetírtelo.

—Pero ¿el qué? —Estaba confundida—. No sé de qué estamos hablando ahora.

—De Lucas. Todo esto venía por Lucas.

—Ah, Lucas. No me gusta.

Lo dije como si fuera lo más normal del mundo, pero no lo era, ¿no?

—Vale, vale, pero yo sé que te gusta. Que tú no te lo quieras creer es distinto.

—¿Qué? —exclamé y el miedo hizo que la Fanta se me subiera al esófago.

—Pues eso —dijo tan a gusto, pero mi exclamación no era para él.

Me levanté de golpe y corrí hacia mi abuela que venía en dirección a mi casa. Oh, Dios, si llegaba a descubrir que habíamos montado una fiesta en mi casa... No me quería imaginar el castigo que supondría. Empecé a pensar qué decirle, mientras ella se aproximaba por el camino con una cara como diciendo «¿Qué pasa aquí?» y esa era la verdad:

—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué tenéis la música tan alta?

Vale, mi abuela se pensaba que sólo escuchábamos música.

—¿Ése es tu novio? —me preguntó tan cotilla como siempre.

—¿Quién? ¿Qué? ¡No! Abuela, por Dios. Es un amigo de Pablo.

—¿Y qué hace aquí? Son ya las doce de la noche —dijo comprobando la hora en su reloj. Vaya, el tiempo había pasado muy rápido—. Estaba acabando de ver la película que estaban echando en la tele. ¿Dónde está tu hermano?

—Voy a buscarlo, espérate aquí. Si entras te vas a quedar sorda, abuela —le dije.

«Buena esa, Bea». Corrí hacia la casa y al pasar por al lado de Carlos, le supliqué juntando mis manos:

—Carlos, entretenla.

Él sólo sonrió. Entré en la casa e intenté no abrir mucho la puerta para que no se viera el gentío que teníamos dentro. Salté entre la gente, pero no lo vi por ninguna parte. Divisé a Maite y le pregunté si sabía dónde estaba.

—Mmm... —Se quedó pensativa un momento y, luego, dijo—: Creo que ha ido a tu habitación con Lucas e Ismael.

—¡¿Qué!? —chillé como una loca. Si hace un momento estaba fuera.

—Iba a decírtelo, pero no te veía.

Fuimos hasta allí lo más rápido posible. Vale que tuvieran allí su alcohol, sin embargo, deberían de habérmelo dicho. Esperaba que no estuviesen cotilleando. «Oh, no, mierda. Tengo una foto de Lucas en mi armario. ¡No, no, no!». La puerta estaba cerrada, así que la abrí rápidamente y pasamos Maite y yo. Estaban los tres allí, bebiendo a palo seco. Tres borrachos en mi cuarto y uno era Lucas, aquello no podía acabar bien.

Lo primero que hice fue abrir el armario y arrancar la foto de Lucas, mientras él se llenaba el estómago de Jagger. Metí la foto entre las camisetas del cajón y, a continuación, los miré a la cara. Ismael acababa de cerrar la puerta, mi hermano seguía sentado en mi silla del escritorio, Lucas le pegaba otro trago a ese líquido repugnante y a Maite se le hacía la boca agua con el vodka de mi hermano. Menudo cuarteto, como para sacarlos de allí.

—¿Qué mierda hacéis?

—¿Es que no me ves, hermana? —dijo mi hermano, estúpidamente.

—Ja, ja —le respondí de mal humor.

—¿Quieres? —me preguntó Lucas.

«¡Oh, Dios! ¡Es un amor!». Casi me derretí allí en medio, aunque lo que en verdad ocurrió fue que me quedé embobada en su preciosa cara, mientras mi hermano le decía:

—No, tío, mi hermana no puede beber.

—¿Por qué no? —le preguntó Lucas.

—Uno, es mi hermana. Dos, es menor. Tres, no ha pagado. Cuatro, no sabes ligar.

—Chúpamela.

Ellos hablando y yo en otro planeta, gozando la belleza, la amabilidad y la generosidad de Lucas al ofrecerme de su botella. Pese a que odio exactamente esa bebida.

—Que te la chupe Ismael.

—Cómete la mierda, Fran —le replicó Lucas a mi hermano.

—Soy Pablo, borracho de mierda.

Mi hermano le tiró algo de mi escritorio a Lucas. No desperté de aquel maravilloso momento hasta que Maite me empujó queriendo porque ni moviendo las manos delante de mi cara me habría espabilado. Recé porque Lucas no se hubiese dado cuenta.

—¿Qué? Ah, no, no quiero, gracias —respondí sonrojada media hora después de que me lo dijera. Malditos pensamientos impertinentes.

—Hermanita, ¿por qué no mueves tu culo de aquí? —me dijo Pablo.

—Ah, pues, no sé, ¿puede ser porque este es mi cuarto? —Hice una pausa, algo se me estaba olvidando... —. Y, por cierto, la abuela está fuera. —Conseguí recordar el verdadero motivo por el que estaba allí.

—¿Qué?

—Que tu abuela, a-bu-e-la —le grité partiendo la palabra en onomatopeyas a propósito—, ¿me oyes?

—No soy sordo.

—Pues sal a explicarle por qué tienes la música tan alta.

—¿Qué música?

Los efectos del alcohol afectan a todos, incluso a mi hermano. Joder... Menudo percal*.

—Oh, Dios, qué puto borracho —se tronchó Lucas.

«Espero que no se mee en mi cama». Un momento, Lucas estaba sentado en mi cama. «Esto tiene que ser un sueño. Tengo que decirle a Maite que me pegue una torta».

—Vale, vale, ¿qué le digo? No estoy para pensar mucho.

Le eché de mi habitación. Después, observé mi cuarto, a Ismael, a Lucas, a Maite, el reloj que daba las doce y cuarto, las botellas, mi cuarto, mi cuarto con borrachos... Guau, qué desastre.

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*Percal: asunto.

La fiesta caóticaWhere stories live. Discover now