Capítulo 8: LA PASMA

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Maite se rio y me pidió que le contara lo que había ocurrido durante el resto de noche. No supe por dónde empezar. Le conté la pelea de Pablo con Carlos. Ella me dijo que no la había visto porque estaba con Hugo.

—Entonces, le pregunté a Pablo por qué se había peleado y él me dijo que no era su madre... Ya sabes cómo me pongo con ese tema... Yo... —tartamudeé. Ella puso sus manos sobre las mías y apoyó su cabeza en mi hombro para consolarme. Sin querer se me había salido una lágrima—. Me fui corriendo al baño y lloré. Luego vino Carlos suplicándome que le abriese la puerta y le curé las heridas. Tras eso encontré a Fran al fin... Y lo que nunca adivinarás: fui con Carlos a mi habitación porque él tenía allí su alcohol y bebí con él.

—¡Joderrr! Ya sé: te lo has tirado.

—Sólo nos besamos un poco... —Ella levantó una ceja—. Y dormimos en mi cama hasta que Ismael echó mi puerta abajo.

—¡Sabía que iban por ahí los tiros! —Agarró mis mofletes con sus manos—. Eres mi ligona favorita. —Me abrazó muy fuerte.

Los chillidos de un chico nos hicieron separarnos y pudimos comprobar que éste aceleraba con su moto entrando en el jardín.

—¡¡QUE VIENE LA POLI!! —Casi me dejó sorda.

Mi corazón se puso a cien y sin darme cuenta mi hermano ya había salido corriendo de casa gritando que todos se escondiesen. Algunos se escondieron tras los arbustos, otros entraron en casa. Yo estaba paralizada y todavía de pie con el corazón en la boca. Maite me arrastró hasta dentro de casa y me sentó en una silla. Salí de mi estado de shock y pude comprobar que no se escuchaba nada de música. No había nadie en casa excepto Carlos en el sofá, Maite en una silla a mi lado, Pablo mirando por la ventana y yo algo pálida. Tragué saliva. Papá nos iba a matar por esto.

Se escucharon las sirenas acercándose. Pablo recogió con la escoba y el recogedor la lámpara rota, fue corriendo a la cocina, encendió el horno y se puso a preparar lo que parecía una masa de harina y huevo. ¿Pablo cocinando? Eso debió de ser un sueño. No, una pesadilla. Las sirenas se detuvieron. Se escucharon los neumáticos de un coche atravesando la gravilla el jardín y después unas puertas cerrarse de golpe. Unos pasos caminaron hasta el porche subiendo las escaleras y por la ventana de al lado de la puerta vi a un agente tocar el timbre.

Tragué saliva de nuevo.

—¡Ya voy! ¿Quién será a estas horas? —preguntó al aire con el bol de masa en la mano—. ¿No esperarás a tu novio, Maite?

Maite frunció el ceño y seguidamente me miró.

—Oh... Hola —dijo removiendo la masa con una cuchara—. ¿Puedo hacer algo por ustedes?

El agente miró el bol y, después, a Pablo. Repitió el gesto con cara extrañada y, al fin, habló:

—Un vecino nos ha llamado denunciando que había una fiesta en su casa con música muy alta.

—Oh... —Pablo cambió el tono—: Vaya, puede ser. Tuvimos un cumple a las ocho, pero ya terminó hace horas. Lo de la música alta quizá puede ser por él —señaló a Carlos y yo lo miré. Estaba dormido en el sofá—. Es sonámbulo. Se levantó hace unos minutos mientras yo cocinaba un bizcocho para desayunar mañana y encendió los altavoces.

—¿Un bizcocho a estas horas?

—Claro, tenemos la tarifa nocturna. Pagamos la mitad si encendemos el horno a estas horas —aclaró.

El policía alzó una ceja.

—¿Y la concentración de motos de fuera? —preguntó otro agente.

—¿La concentración de motos? —Mi hermano miró el jardín confuso, pero luego respondió como recordando—: ¡Ah, por supuesto! Mañana debo limpiarlas. —Hizo una pausa, sin embargo, dos policías lo miraron sorprendidos—. Es una apuesta. Me invitan a una cena con chuletones si se las limpio.

—Ah, cosas de jóvenes —le dijo un agente a otro, quitándole importancia.

El horno empezó a pitar. Supuse que era porque estaba ya caliente.

—Debo terminar el bizcocho, el horno me reclama. Si no tienen nada más que preguntar...

—¡Oh! Claro que no, todo está correcto, buenas noches —dijo el policía.

—Vigilen al sonámbulo —dijo el agente de la izquierda.

—Así haremos —terminó Maite.

Se cerró la puerta de casa y Pablo respiró aliviado. Yo escuché de lejos las voces de los agentes decir: «¿No te parece un poco extraño?», «No podemos acusar si no vemos que es cierto lo que ha dicho el vecino», «Sí, además, ya les hemos dado un buen susto si era cierto lo del vecino». Se escucharon risas y el coche desapareció del jardín.

La gente comenzó a salir de mi cuarto, del de Pablo y del baño. Los que estuvieron escondidos entre las matas entraron y todos gritaron victoriosos el nombre de Pablo. Volvieron a poner la música, pero bastante más baja. Tras eso, cantamos cumpleaños feliz a mi mejor amigo Fran. Maite y yo saltamos a su lado de la emoción.

La fiesta caóticaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora