Capítulo 5: LA PELEA

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Le conté la historia de cuando probé el Jagger. No paraba de reírse (supongo que porque estaba borracho porque la anécdota no era para nada graciosa) hasta que alguien golpeó la puerta. Esa vez nadie había llamado. Se escuchó otro golpe y algo se rompió. Abrí la puerta fugazmente y vi que se acababa de formar una pelea. Había mucha gente delante como para ver quién se estaba peleando. Me acerqué apartando a la gente del medio y pude comprobar que eran Pablo y Carlos. Mi hermano le propinó un puñetazo en toda la boca.

—¡Oh, mierda! —grité—. ¡Pablo! ¡Para!

Miré atrás para buscar a Lucas. Estaba hablando con Ismael, incluso parecían discutir. Me acerqué aceleradamente hacia ellos y les dije casi sin aliento:

—Separadlos.

—¡No! Esta pelea se veía venir desde hacía semanas. Tienen que saldar deudas —dijo Lucas muy despreocupado. Mira, qué imbécil.

Miré desesperada a Ismael. Él era mi salvación. Éste respondió a mi propósito, dándole un codazo a Lucas y diciéndole:

—Acho*, tío. Van a destrozar la casa. Hay que separarlos. Que lo aclaren en otro momento.

—Gracias —dije.

Lucas me vio y me fulminó con la mirada. Luego, se fue. Contemplé ansiosa cómo los despegaban. Pablo tenía la nariz sangrando y Carlos el labio partido. Casi le metieron un puñetazo a Lucas cuando se había acercado. «Mi príncipe. Oh, perdón, mi no príncipe. Es un capullo borracho».

Cuando no había peligro, la gente se dispersó y me aproximé hasta donde estaban. Mi cara se colmó de horror al ver la sangre de Pablo tan cerca. Parpadeé y deshice la mueca de espanto.

—¿Estás bien?

—Sí —dijo casi molesto.

—¿Cómo se te ocurre pelearte aquí? —le reproché.

—No me digas qué hacer.

—Ven que te limpie.

—Puedo hacerlo yo, no eres mi madre.

Aquella palabra fue una puñalada en el pecho. Apenas reaccioné cuando las lágrimas ya me llenaban los ojos. Fue el recuerdo de mi madre, a la que sólo conozco por fotos, mi madre, la que nunca me vio, a la que nunca vi, la que nunca pudo estar por mi culpa, porque yo la maté... La maté con mi vida.

—No, perdón, Bea, no quería decir eso.

Fui corriendo al baño, necesitaba estar sola. «¿Por qué Pablo tenía que ser tan cruel?». A lo lejos, le escuché gritar mi nombre.

Oí como algo se hacía añicos, pero no quería volver. Quería llorar. Cerré la puerta del baño de un portazo, eché el pestillo y me miré al espejo. Tenía lágrimas por las mejillas y salían aún más por los ojos. Apenas podía ver nítido mi reflejo. Me sequé la cara y fue en vano porque luego volví a lamentarme.

Cuando era pequeña, no le daba importancia a no tener madre. Siempre había sabido que mamá murió cuando yo nací, por eso no la recordaba, porque para mí nunca había existido. Éramos Pablo, papá y yo, nadie más. Sin embargo, cuando empecé a tener uso de razón, empecé a culparme de que fui yo, yo la maté. Lo peor fue cuando mi padre conoció a Flores y dijo que se iba a casar con ella. Flores remplazaría a mi madre. Ella nunca podría ser mi madre. En la boda, ni siquiera la miré. No podía creerme que aquello estuviese pasando. No podía creerme que alguien ocupara el puesto que mi madre no pudo tener conmigo, ¿y por qué? Por mi culpa. Yo era la responsable. Aquella bebé de tan sólo unas horas.

Poco a poco habían menguado las lágrimas, así que me las volví a secar. Ya sólo escuchaba los suspiros. Hasta que alguien me los arrancó del susto al tocar la puerta.

—Está ocupado —dije con voz casi inaudible.

—Soy yo. ¿Puedo pasar? Necesito limpiarme, lo voy a llenar todo de sangre.

Era Carlos. Qué oportuno.

—Ve a otra parte —le dije, siendo borde.

—Tu hermano está en la cocina y no hay otro sitio.

Nunca se rendía. Me miré al espejo para ver si ya no tenía los ojos tan rojos ni tan hinchados y le abrí la puerta. Pasó lentamente, observándome con atención. Abrió la boca, quizás para decir algo, no obstante, la volvió a cerrar. Estaba sangrando aún. Lo miraba estupefacta desde que había entrado. Cerró la puerta y abrió el grifo del lavabo. Hizo una mueca de dolor cuando se echó agua en el labio partido. Ni siquiera me había dado cuenta de que seguía embobada, como en otro mundo, mirándole. Por ello, apenas no lo escuché cuando me dijo:

—¿Tienes algo para que me cure?

Reaccioné y busqué el botiquín. Saqué un poco de algodón y alcohol. Me alargó la mano para que se lo diera, pero lo ignoré. Eché unas gotas al algodón y acerqué la mano hasta su labio para curarle. Me di cuenta de que el corte era pequeño, aunque había sangrado. Mientras le palpaba débilmente, no dejaba de mirarme. Aquello me ponía nerviosa.

—¿Has llorado? —me preguntó al fin.

No quise responderle, por lo que el silencio volvió a inundar el cuarto de baño hasta que me dijo:

—Aquí también tengo. —Me mostró una herida abierta en el brazo, no era muy grande ni profunda, pero hubiera jurado que me mareaba al ver el rojo intenso.

—¿Cómo te has hecho eso?

—Creo que ha sido un cristal.

—Oh, mierda —farfullé.

Cogí otro trozo de algodón y lo empapé de nuevo. Cuando terminé de echárselo, le vendé mientras le respondía a su pregunta:

—Es culpa de mi hermano. —Me miró sorprendido. No esperaba que cediese—. Cuando se enfada, dice cosas que... me duelen.

—Lo siento, es culpa mía. Yo empecé la pelea porque... Joder, soy un auténtico gilipollas. —Hizo una pausa—. Cuando te vi con Lucas, me puse celoso y al ver a que tu hermano le daba igual... No sé, fueron muchas cosas al mismo tiempo, nos peleamos hace unas semanas y todavía no lo habíamos arreglado. Y también he discutido hoy con Lucas, creo que te lo he dicho antes.

Asentí.

Hubo otro profundo silencio cuando terminé de vendarle y me levanté para dejar el botiquín en su sitio. Salí mientras él se quedó dentro, sentado como una estatua. Mi hermano estaba entrando en la casa y ni siquiera le miré a la cara, sabía que venía hacía mí con Ismael y Lucas detrás. Anduve ligera de camino a mi cuarto hasta que vi que él aceleraba el paso, entonces eché a correr y cerré la puerta con pestillo.

A los segundos, se escucharon unos toques suaves.

—Beatriz, lo siento.

—Vete, Pablo.

En un silencio, parecía haberse ido. Alguien tocó la puerta, esta vez era Fran:

—Bea, ¿puedo entrar?

Le abrí la puerta y pasó. Se quedó de pie hasta que yo me senté y me imitó.

—¿Cómo estás?

—Mi hermano es un capullo.

Simplemente, me abrazó. Me gustó porque ni siquiera me estaba pidiendo una explicación que no quería darle. Nos separamos, posiblemente, estuviésemos abrazados unos cinco minutos. Me alegré muchísimo de verlo. Me preguntó qué había pasado. Le pedí disculpas por no haberlo buscado antes, pero el embrollo que se había formado hasta entonces era imposible de desenredar.

Le empecé contando todo lo que había pasado desde que él había llegado hasta el preciso momento en que Carlos había entrado en el baño y le había curado las heridas. «Menuda noche». Fran estaba tan perplejo como yo. Nos tiramos charlando hasta las una y media.

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*Acho: expresión murciana.

La fiesta caóticaWhere stories live. Discover now