Expediente 2. Sombras del pasado (1)

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1.

Lorenzo Martín se levantó cansado aquella mañana. Fue al baño y se miró sin ganas en el espejo comprobando que sus ojeras eran mayores y que la barba, sin afeitar, parecía un desolado campo de rastrojos cubiertos por una incipiente nevada. Sus ojos azules aún conservaban aquella chispa de agudeza e ingenio que unos años atrás, no muchos, le habían valido las miradas de deseo de las mujeres, pero los años pesaban y casi con cincuenta ya no era lo que se dice un jovenzuelo.
Después de afeitarse y ducharse y tras vestirse con un traje sobrio y formal de color gris y de elegir una corbata color burdeos, salió de su apartamento en una zona residencial de la capital y tomó el metro hasta la comisaría donde trabajaba.
Carlos Lozano le esperaba junto a la entrada de la comisaría con un café todavía caliente que Martín supo agradecer.
-Buenos días, inspector. El comisario ha preguntado por nosotros, no creo que debamos hacerle esperar.
Lorenzo observó a su compañero al que veía todos los días y del que, sin embargo, no sabía apenas nada.
Era bastante más joven que él, rondaría por la treintena. Alto, de cuerpo musculoso, pero sin exagerar y con el cabello largo y recogido en una coleta, a juego con sus ojos y con los trajes que llevaba con elegancia. Negro azabache, tan oscuro como el plumaje de un cuervo.
-¿Cuánto hace que nos conocemos? -Preguntó Martín, mientras seguía a su compañero por los abarrotados pasillos de la comisaría -. ¿Dos, tres años?
-Sí, casi tres años. ¿Por qué lo pregunta?
-Porque creo que después de todo este tiempo, deberíamos tutearnos. ¿No crees, Carlos?
Carlos Lozano le miró extrañado.
-Me parece bien. Hace tiempo que iba a proponérselo.... Esto, proponértelo, pero...
-Es culpa mía. Algunos piensan que soy huraño y antipático, pero no es eso... Es solo que me cuesta entablar relaciones con las personas.
-No creas, a mí me pasa lo mismo. Me es muy difícil encajar...
-¿Y eso por qué? Me pareces un joven agradable y...
-No te hagas ilusiones, no eres mi tipo.
Martín le miró sin comprender, luego de repente todo encajó en su mente y volvieron a su cabeza todos aquellos chismes que había escuchado en alguna ocasión en referencia hacia su compañero. Quizás no eran solo habladurías.
Habían llegado frente al despacho de su superior y fue Carlos quien golpeó con timidez la puerta acristalada.
-Pase -Se oyó decir desde en interior -. ¡Ah! Son ustedes dos, estaba esperándolos. Hay un nuevo caso para ustedes. Uno que espero puedan finalizar y esta vez saquen algo en claro.
-El caso anterior estuvo clarísimo, comisario Salcedo -dijo, Martín -. Ya le pasé el informe y...
-En su informe dijo que esa joven murió de miedo y que tras sus pesquisas no logró sacar nada en claro. Dijo que no había motivos para sospechar que alguien la agrediera y que las cámaras de vigilancia del andén del metro no grabaron nada sospechoso, aparte del extraño comportamiento de la joven.
-Eso es exactamente lo que escribí...Nosotros no vimos nada sospechoso en aquella estación. ¿Quién sabe por qué motivo aquella joven tuvo el ataque de pánico que la llevó a la muerte?
-¿Está usted seguro, Martín, de que eso es cierto? ¿No vieron nada extraño?
-¿Y que podríamos haber visto? ¿Un fantasma...? -Martín sostuvo la mirada de su superior, tratando de aparentar lo que sus palabras presuponían, normalidad.
-No, no, claro... Dejémoslo -se resignó el comisario, aunque poco convencido -. Además, el caso está cerrado, afortunadamente. Ahora déjenme explicarles porque les he hecho venir. ¿Conocen ustedes a don Sebastián Laredo?
Martín negó con la cabeza y fue su compañero quien asintió con una exagerada exclamación.
-¡El escritor! ¿Se trata de él?
-En efecto. Don Sebastián Laredo es uno de los escritores más leídos hoy en día. Sus novelas se convierten en auténticos bestsellers en cuanto se ponen a la venta. Se trata de una persona culta y nada dada a fantasías y por lo visto tiene un grave problema.
-¿Qué tipo de problema? -Preguntó Martín, pensando en qué iban a endosarles otro de esos casos de difícil resolución.
-El problema es que dice sentirse acosado por alguien.
-¿Algún lector al que se le ha ido la olla? -Sugirió, Lozano.
-No, no lo creemos... - dudó el comisario Saldedo -. Más bien se trata de otro tipo de acoso.
-Créame que no llegó a entenderlo, comisario. ¿A qué se refiere usted? ¿Algo sexual?
-Lean el informe -dijo a su vez, entregándoles dos pequeñas carpetas -. Cuando hayan terminado de leerlo sabrán a que me refiero.
Martín tomó una de las carpetas y le entregó la otra a su compañero.
-Ante todo quiero discreción en este asunto -continuó diciendo el comisario -. Han de evitar en todo momento que este caso trascienda a la prensa y bajo ningún concepto deben hablar con nadie, salvo entre ustedes dos y yo mismo. Manténganme informado, Laredo es un viejo amigo y esto es un favor personal que yo le hago. ¿Lo han entendido?
Ambos policías asintieron. No era la primera vez que les sucedía, sobre todo tratándose de personas vips, para quienes la prensa era como el mismísimo demonio.
-No quiero demorarlos más -dijo el comisario Salcedo, invitándoles a dejar su despacho -. Recuerden, total discreción...
-No se preocupe, comisario-dijo, Martín -. Puede contar con nosotros para... lo que sea.
-Lo sé. Solucionen este caso y yo lo tendré en cuenta.
Salieron del despacho como se suele decir, con la mosca tras la oreja. Todo aquel secretismo y la ausencia de explicaciones eran algo que no le agradaba al inspector Martín. Pero sabía que a veces no quedaba más remedio que tragarse la píldora, por muy amarga que está supiera.
-Creo que será mejor que antes de nada leamos este expediente -dijo.
-Estoy de acuerdo -contestó, Lozano -. Por cierto, ¿qué dijo en el informe de esa joven en referencia a las imágenes grabadas por las cámaras de vigilancia?
-Dije que, en vista de la mala y casi nula calidad de esas imágenes, no podía arriesgarme a declarar que lo que en ellas aparecía no fuese un fallo de la grabación. Dije también que era imposible saber si en aquel andén hubo alguien más, aparte de aquella joven y que de haber sido así, nunca podría atestiguar que se tratase de una persona y no de otra cosa.
-O sea que no tuvieron más remedio que darle carpetazo al asunto, ¿verdad?
-No les quedó otra, Carlos. Aquella grabación era, ciertamente peculiar... Y lo que tú y yo vimos después, ¿como lo calificarías?
-No lo sé. Pero si sé lo que los demás dirían. Lo llamarían una alucinación.
-Sí. Fue mejor para todos silenciar lo que vimos, ¿no crees?
-¿Y qué vimos en definitiva?
-No lo sé. Te aseguro que no lo sé y a veces pienso que tampoco quiero saberlo.

2.

Martín no salía de su asombro. Acababa de terminar de leer el expediente del caso y aún no creía que aquello fuese en serio. Lozano le miraba divertido, sentado frente a él en la cafetería donde habían entrado para desayunar.
-¡Nos están tomando el pelo!
-Creo que lo dicen muy en serio, Lorenzo.
-Pero esto no es posible. Aquí dice que el tal Laredo asegura haber visto a alguien en el interior de su domicilio y que ese alguien no era humano... ¿Qué pretende insinuar?
-Creo que quiere decir exactamente lo que está diciendo. Me parece que nuestro aclamado escritor está viendo fantasmas.
-¡O está como un cencerro! -Exclamó, Martín.
-Tampoco me extrañaría. Tengo entendido que todos los escritores acaban un poco mal de la azotea.
-Su domicilio está en la calle General Martínez Campos, en el número siete -leyó, Martín -. Creo que deberíamos hacerle una visita.
-Sí, y de paso comprobar qué tal se encuentra de salud.
El edificio, viejo y peor conservado, se encontraba en muy malas condiciones. Para empezar frente al desastroso ascensor habían colocado un cartel que rezaba: «No funciona». Seis plantas más arriba los dos policías llegaron, jadeantes por el esfuerzo, frente a una puerta maciza de madera que en vez de timbre contaba con un tétrico aldabón de bronce que asemejaba la forma de una sonriente calavera.
-Quizás no está loco y solo está un poco obsesionado por este tipo de cosas -comentó Lozano, golpeando la puerta con el aldabón.
Unos segundos después la puerta se abría y un anciano de malhumorada expresión salía a recibirles.
-Buenos días. Soy el inspector Martín y él es mi compañero el subinspector Lozano.
-¿Les manda Salcedo? Hagan el favor de pasar -El anciano se hizo a un lado para que ambos policías entrasen y después cerró la puerta tras ellos con un sonoro portazo que debió de despertar a los demás inquilinos del inmueble -. Siempre están observando detrás de las mirillas. Estoy rodeado de cotillas y de gentuza... Pero, pasen, por favor. Están en su casa.
Martín se quedó mudo de asombro al contemplar la vivienda. Libros, cientos de libros ocupaban la mayor parte de las paredes. El resto del espacio lo ocupaban unos extraños objetos que llamaron su atención.
-Son amuletos y talismanes. Los colecciono, es una de mis aficiones. ¿Les apetece un café?
-Sí, gracias. Solo, por favor -dijo, Martín.
-¿Y usted, joven? -Le preguntó a Carlos Lozano, volviéndose hacia él.
-No, no gracias. A mí no me apetece nada. Todos estos libros tratan sobre lo mismo, si no me equivoco.
-No se equivoca, joven. Son todos libros de ocultismo.
-¿Es otra de sus aficiones? -Indagó, Martín.
-No, es mi trabajo. Mis novelas tratan sobre esos temas. Estos libros que ve usted aquí, los utilizo para documentarme.
«No me extraña que luego vea cosas». Pensó para sí el inspector.
-Me gustaría que nos contase qué le ocurre exactamente.
-Tomemos ese café y entraremos en materia. Antes de nada quiero dejar clara una cosa. No estoy loco ni he perdido la cabeza y aunque pueda parecerles un tanto excéntrico, he de decirles que no soy un friki de esos. Todo tiene una razón de ser y aunque a ustedes les parezca raro no quiere decir que lo sea. Ahora hagan el favor de sentarse.
La vehemencia con la que dijo esas palabras confirmó las sospechas del inspector Martín. «Como un cencerro»
El anciano escritor revolvió varios de sus cajones hasta encontrar lo que buscaba, después se sentó frente a los policías.
-Quiero que observen esta fotografía y que luego me digan, con total sinceridad qué ven ustedes en ella.
Don Sebastián Laredo les entregó una oscura y muy avejentada fotografía. Martín y Lozano la observaron con detenimiento y ninguno de los dos se atrevió a hablar.
-¡Venga! No sean tímidos...¿Qué es lo que ven?
-Parece... -Carlos no terminó de decir lo que pensaba, porque su compañero se le adelantó.
-Es un fantasma...
-Efectivamente, se trata de una fotografía tomada a un fantasma a finales del siglo diecinueve, cuando la gente pareció volverse loca con esa nueva ciencia que resurgía, el espiritismo. Naturalmente es falsa. Hubo muchos fotógrafos que se especializaron en crear fotografías de fantasmas, la demanda, ya saben.
Lozano asintió como si entendiera algo de todo aquel asunto.
-Pero no todas las fotografías eran falsas -continuó diciendo el escritor -. Hay unas pocas que, tras ser analizadas no pudieron ser tachadas de falsas.
Don Sebastián Laredo les entregó otra fotografía, esta bastante más nítida, pero igual de increíble.
-Observen. Esta fotografía fue tomada en un castillo en Escocia. En ella puede verse a una joven dama que no debería estar allí. Es la genuina foto de un fantasma.
-No sé a qué viene todo esto, señor Laredo -dijo, Martín, impacientándose -. Nuestro jefe nos ha hecho venir porque usted dice que alguien le está acosando.
-Yo nunca he dicho que se trate de alguien... Si no de algo. Algo que no es humano.
-Un fantasma, ¿no?
-Exactamente. Un fantasma, usted lo ha dicho. Y su trabajo consistirá en protegerme de él.
-¿Protegerle? ¿Acaso ha intentado hacerle daño?
-Ha intentado matarme...

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Los expedientes secretos. (Terminada)Where stories live. Discover now