Expediente 6. El último exorcismo.

60 17 3
                                    

El padre Mauri se santiguó antes de traspasar la puerta cerrada tras la que se encontraba el endemoniado. Aferró con fuerza la Biblia que tenía en su mano y rezó una oración buscando la fuerza necesaria para realizar su trabajo.
-Hazme ser tu voluntad, Señor. Dame fuerzas para desterrar a este mal al infierno del que salió -musitó en voz baja -. ¿Estáis preparados?
Jade y Lorenzo, a su lado, dijeron que sí, pero ninguno de los dos estaban preparados para lo que iban a encontrar al otro lado de esa puerta.
Entraron y enseguida notaron el extraño olor que impregnaba aquella pequeña y oscura habitación, un olor a putrefacción. El cuarto solo contaba con una estrecha rendija, a modo de tronera, por la cual entraba un compacto rayo de luz que incidía sobre la figura de un niño atado a una silla de madera. Sus manos y piernas estaban sujetos con gruesas correas de cuero, inmovilizándolo por completo. Su cabeza se hallaba inclinada sobre el pecho y mantenía la vista fija en un punto del suelo, sin demostrar que la presencia del sacerdote y de sus dos acompañantes le perturbara lo más mínimo. A su lado había un joven sacerdote que el padre Mauri conocía de otras ocasiones, se llamaba Gerardo y junto a él uno de los familiares del niño, uno de sus tíos supuso el padre Mauri.
Mauricio indicó a sus amigos que se situasen tras él y que no intervinieran hasta que él solicitase su ayuda, luego saludó a Gerardo y al tío del niño con una inclinación de su cabeza.
Jade miró al niño que tenía frente a ella. Calculó que tendría ocho o nueve años, delgado y de cabello oscuro y ensortijado. Permanecía absorto mirando algo que tan solo él podía ver, mientras se balanceaba adelante y atrás de forma pausada. Un hilo de baba pendía de sus labios abiertos que de vez en cuando movía sin llegar a emitir palabra alguna.
El niño levantó la cabeza de repente y los escrudiñó con la mirada.
-Padre Mauricio -dijo con una voz cavernosa que en ningún momento era la de un niño de corta edad -. Veo que ha traído a unos amigos suyos. Amigos muy especiales, ¿No es así?
Mauricio Castellar no contestó. Acababa de ponerse la sobrepelliza y una estola de color violeta y la besó con devoción. Luego rezó una corta oración antes de abrir la Biblia por una página que tenía señalada.
-¿No va a presentarnos, padre? -Dijo el desconocido.
-Quiero hablar con Benjamín -dijo el padre Mauri, encarando al ser que poseía al niño -. Te ordeno que nos dejes hablar con él.
-Benjamín no está aquí, padre. ¿No quiere hablar conmigo? ¿No desea preguntarme cómo está su nietecito? Él está aquí, con nosotros... Desea tanto ver a su abuelo.
Mauricio les había advertido antes de entrar que bajo ningún concepto deberían escuchar lo que aquel demonio pudiera decirles, pero en ese momento a él mismo le costaba obedecer sus propias órdenes.
-Quiero hablar con Benjamín, demonio. Te lo ordeno en el nombre de Nuestro Señor.
El demonio con apariencia infantil se rió. Su risa soñaba atroz en sus oídos.
-Dios no está aquí, padre -rugió.
-Te conozco demonio. Eres el príncipe de la mentira y las blasfemias, pero sé que me temes. Tengo a Dios de mi lado y tú nada puedes hacer contra su poder.
-Tú no sabes nada, vejestorio -dijo el demonio -. Hay alguien aquí con nosotros que no teme a tu Dios. ¿Quieres conocerlo?
Lorenzo miró al padre Mauri y este asintió. Ambos conocían que tarde o temprano aquello iba a suceder. El demonio que perseguía a Lorenzo siempre estaba al acecho.
-Ha preguntado por ti, Lorenzo -dijo el demonio mientras giraba su rostro hasta encontrar la mirada del policía -. Tú le perteneces y jamás podrás huir de él.
-¿Quién es ese demonio del que hablas? ¿Dime su nombre? -Gritó Mauricio.
-Su nombre es...
El demonio no llegó a terminar la frase, una risotada fue lo que siguió.
Conocer el nombre del demonio daba poder al exorcista sobre él, les había explicado el padre Mauri momentos antes, pero no creía que fuese tan sencillo sonsacárselo.
-¡Que le jodan, padre! -Fue la respuesta de aquel ser -. ¡Hijo de una ramera! Tu madre está pudriéndose en el infierno, aquí con nosotros. Tu padre es un cabrón estéril y tú el hijo de puta de mil padres...
Él niño se agitó en la silla como si hubiera sido sometido a una descarga eléctrica.
-¡Dejaste morir a tu único nieto! ¡Lo mataste con tus sucias manos! ¿Cómo esperas salvar a este otro niño?
Mauricio había dado un paso atrás, más afectado de lo que estaba dispuesto a reconocer. Jade le vio tropezar y rápidamente se adelantó para sujetarlo.
-¿Qué tenemos aquí? -Dijo el demonio relamiéndose -. Una pequeña brujita. Ven con nosotros hija mía. Nosotros podemos enseñarte lo que nadie más puede.
Jade miró al niño y sintió una tremenda compasión por él. No dijo nada, tan solo ayudó al padre Mauri a sentarse en una silla que Lorenzo había traído de un rincón de la sala.
-Estoy bien -dijo el sacerdote, tratando de incorporarse.
-Descanse un momento padre Mauri. Luego podrá continuar.
Lorenzo se acercó hasta el niño, que sonrió al verlo.
-Pronto serás de él.
-Por qué no viene él mismo. ¿Acaso tiene miedo de nosotros?
-¿Miedo? -Se rió el demonio -. Él no le teme a nada. Vosotros seréis los que tengáis miedo.
-Dile que estoy esperándolo. ¡Quiero que esto termine ya! -Gritó Lorenzo.
El niño volvió a agitarse como si una corriente eléctrica corriera por su cuerpo. Sus pupilas desaparecieron mostrando tan solo la esclerótica. Su boca se abrió en un grito inaudible y su rostro se transfiguró en una horrible mueca. Lorenzo sintió como el aire a su alrededor se enfriaba. Su respiración se transformó en vaho.
-Lucas -pronunció el demonio y Lorenzo supo que aquel era su verdadero nombre, el nombre por el cual sus padres le llamaban.
-¿Quién eres? -Preguntó el policía.
Las oscuras pupilas del niño volvieron de nuevo y su mirada se clavó en la de Lorenzo.
-¿No me recuerdas? ¿No recuerdas a tu propio hermano?
Lorenzo dio un paso atrás. Una oleada de confusas imágenes había invadido su mente. Unos tras otros, como flashes, los recuerdos se sucedían sin descanso proyectados en su cerebro. Imágenes de un niño a quien creyó conocer, un niño cuyo nombre conocía, pero que nunca había pronunciado.
-¡Roberto! -Dijo y reconoció que aquel era el nombre de su hermano fallecido antes que él naciera.
-Soy yo, hermanito.
-Pero, ¿por qué...?
-Nuestros padres me prometieron tu cuerpo en mi lecho de muerte, pero nunca cumplieron su promesa. Una nueva vida, me dijeron, un cuerpo nuevo que no estuviera muriéndose como el mío. Una segunda oportunidad.
Lorenzo empezaba a comprender aquella pesadilla. Sintió a su lado a Jade y su presencia le dio ánimos para seguir escuchando.
-Tengo tanto derecho a existir como tú, Roberto -dijo Lorenzo.
-Fuiste engendrado para albergar mi alma. Ellos me lo prometieron y tú me lo vas a entregar.
-No lo haré -replicó el policía.
-Lo harás, aunque tenga que arrebatártelo yo mismo...
Lorenzo sintió como una fuerza descomunal le empujaba haciéndole volar hasta golpear la pared que había tras él. El golpe fue muy doloroso, pero Lorenzo volvió a ponerse en pie. El padre Mauri fue quien le ayudó a levantarse.
-No es el momento -dijo -. Recuerda lo que dijo Bernadette. Solo estando todos juntos podremos acabar con él.
Él niño volvía a agitarse en la silla, sus manos y piernas seguían atados con las correas, sin embargo algunas de ellas empezaban a ceder.
El padre Mauricio se plantó delante del niño con un crucifijo en sus manos, enfrentándose al mal con la única fuerza de su fe.
-Deja en paz a este niño, bestia del inframundo. Vuelve al infierno del que saliste -musitó.
Él sacerdote rozó el rostro del niño con el crucifijo y un alarido sobrecogió a todos. De repente la bombilla desnuda que iluminaba la habitación estalló en mil pedazos, sumiéndolos en la oscuridad.

Los expedientes secretos. (Terminada)Where stories live. Discover now