Una fuerza imparable.

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Lorenzo Martín permanecía impasible frente a aquel monstruoso ser, sin miedo alguno.

Había comprendido al fin cual era su verdadero cometido y se entregaba a él sin reservas. Huir no era la solución. Enfrentarse a él, tampoco. Tan solo debía ceder, pero cuando aquel ser se cernió sobre él, dispuesto a devorar su alma, se preguntó si no estaría equivocado. Claro que ya no había tiempo para remediarlo.

En cuanto aquella criatura se introdujo en su interior, Lorenzo comprendió que su error era desastroso.

El demonio logró desalojar la conciencia de Lorenzo con suma facilidad, enviándola a un lugar muy lejano. Aquel lugar del que él procedía. Al fin había recuperado lo que tanto tiempo atrás le habían prometido. Por fin era carne y sangre. Ahora vivía y era libre, su máximo anhelo.

Miró a su alrededor y comprendió que aquellos insignificantes seres humanos que le acechaban desde las sombras, ocultos y asustados, no eran ninguna amenaza para él. De todas formas lo más prudente era destruirlos.

Se acercó hasta el primero de ellos y saboreó su miedo, palpable incluso a varios metros de distancia. Se trataba de un joven a quien, por los recuerdos del anterior dueño de su nuevo cuerpo, reconoció como Carlos Lozano. Compañero suyo y amigo.

—No debes temerme, Carlos —dijo aquel ser que poseía el cuerpo de Lorenzo —. El final ha llegado para todos vosotros. Debéis uniros a la oscuridad o perecer en la menguante luz.

Carlos observaba sin decir nada. Sabía que había llegado el momento de actuar, lo había comprendido instantes antes de que Lorenzo se sacrificase por el bien común. Esa había sido, en definitiva, la revelación que tuvo.

En ese momento una luz cegadora aturdió al demonio y algo parecido a una parálisis le inmovilizó. Carlos desenfundó su arma, apuntó y disparó y mientras lo hacía rogó a quien pudiera estar escuchando que su amigo le perdonase.

El impacto del proyectil pilló por sorpresa al demonio. Aquello era lo último que había esperado. Aquel insignificante ser había disparado contra el cuerpo del que, se suponía, era su amigo y el dolor, un dolor insoportable, se adueñó de él. La bala le había alcanzado en el centro del pecho, abriendo un terrible boquete por el que se escapaba su vida y también su alma.

Todas aquellas molestas criaturas llegaron hasta él con oscuras intenciones, haciendo que, por primera vez, sintiera un miedo atroz. Acababa de comprender su terrible error. Al poseer el cuerpo de Lorenzo, su anhelado cuerpo, se había transformado en un ser tan débil como él y ahora estaba a merced de sus enemigos.

Jade, que había abandonado su escondite, llegó junto al demonio cuando este se derrumbaba. La herida en el pecho de Lorenzo era mortal, pero sabía, lo supo momentos antes, cuando tuvo su visión, que era la única forma posible de acabar con aquel demonio. Por eso había contactado en silencio con el resto de sus compañeros, haciéndoles ver cuál era la única opción posible.

La telepatía no era uno de sus dones, pero en ese momento funcionó. Todos comprendieron cual era su misión, incluido Lorenzo, que en ningún momento puso objeción alguna.

—Lo siento —le había dicho Jade, comunicándose con él a través de sus pensamientos.

—No debes sentirlo —contestó Lorenzo —. Lo único que lamento es que... Tú y yo...

—Hubiera sido maravilloso estar contigo.

—Sí, lo hubiera sido... Haz que los demás lo comprendan. Sé que Carlos no llegará a entenderlo del todo. A él le toca la parte más difícil. Dile que no le culpo por lo que ha de hacer. Es la única opción que tenemos.

—Lo haré —dijo Jade, mientras las lágrimas bañaban su rostro —. Lorenzo, quiero que sepas que...

—Lo sé, Natalia. Yo también te quiero; pero, como siempre, no me di cuenta de mis sentimientos hasta que fue demasiado tarde... Perdóname.

Jade no pudo seguir hablando. Apenas podía respirar, pero hizo todo lo posible por rehacerse y terminar su trabajo.

Les explicó a los demás cual era su misión y al contactar con Carlos, supo que no tendría fuerzas para explicarle lo que debía hacer.

—¿Por qué yo? —Fue lo único que preguntó.

—Porque eres su amigo —contestó Jade.

Un largo silencio sobrevino entonces hasta que fue roto por la voz de Carlos.

—Está bien. Lo haré.

Cuando momentos después el demonio se acercó hasta él, el resto de sus compañeros cumplió con sus tareas. Mat fue quien produjo aquel súbito destello que cegó a la criatura. Lo había conseguido recurriendo, de nuevo, a su ingenio. Tan solo había tenido que recuperar una de las baterías que aún funcionaban y conectarla a una de las lámparas que usaba para iluminar aquel lugar. El exceso de voltaje había hecho que, literalmente, la lámpara estallase con un deslumbrante destello.

Bernadette, por su parte, había recurrido a su innato poder para inmovilizar a esa criatura. Tan solo imaginó que lo retenía y así había sido. Nunca hubiera imaginado poder hacer algo así y se dio cuenta de que aún tenía mucho por descubrir.

El demonio, ya sin fuerzas para controlar aquel débil cuerpo, sentía su muerte muy cercana. ¿Qué le sucedería si moría en aquella dimensión? ¿Volvería al lugar del que vino o se precipitaría en el más insondable de los abismos? Eso era algo que experimentaría en cuanto el corazón de ese cuerpo dejase de latir, aunque creía tener todavía una posibilidad.

Los ojos de Lorenzo se abrieron de golpe y trató de hablar sin conseguirlo. Solo con un supremo esfuerzo pudo pronunciar una palabra:

—Natalia...

La joven se arrodilló junto a él.

—¡Lorenzo! ¿Eres tú?

El policía asintió.

Todos entendieron que aquel ser había huido finalmente, abandonando el cuerpo que había robado para no morir con él.

—No hables —ordenó la muchacha —. Conserva tus fuerzas...

Lorenzo negó con la cabeza.

—No... hay... tiempo...

Carlos había sacado su teléfono y avisaba a los servicios de emergencias. Los demás observaban impotentes como la vida de Lorenzo se escapaba a borbotones por la terrible herida de su pecho.

La ambulancia tardó once minutos en llegar a aquel apartado lugar. 

Los expedientes secretos. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora