Expediente 8. El extraño ser del monte Abantos.

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1.

—Sí quieren puedo acompañarles hasta el lugar donde vi a ese ser —se ofreció Enrique Montemayor.

Les había guiado hasta un lugar que en plena noche resultaba inhóspito y poco acogedor. Hacia frío, un viento helado que se colaba por el cuello de sus abrigos les hizo encogerse buscando refugio dentro de sus prendas de abrigo. Se encontraban junto a un poco transitado camino de arena que se adentraba en el monte y ascendía hasta su cima. A su lado izquierdo, un profundo precipicio se despeñaba unos veinte metros más abajo, entre enormes rocas de granito que la erosión había arrancado a la montaña.

—Ahí fue —dijo el fotógrafo, señalando una zona más adelante. Se le veía algo nervioso y no era para menos, pensó Carlos que caminaba junto a él. Si en ese instante llegase a ver algo extraño, saldría corriendo y no pararía hasta llegar a Madrid —. Junto a aquellos pinos es donde le vi. Yo estaba más o menos por aquí.

Martín se acercó hasta el lugar que Enrique Montemayor les había indicado. Jade le acompañó. El precipicio estaba a unos diez metros de distancia. En plena noche y a oscuras no era fácil de ver. Cualquiera que no lo supiera podía tener un grave accidente.

Lorenzo se asomó al barranco tomando todas las precauciones. Nadie en su sano juicio hubiera intentado bajar por ahí ni cuando era de día. Era imposible por lo tanto que una persona hubiera bajado por ese lado. Sin duda su cuerpo destrozado aparecería entre las rocas del fondo.

¿Qué fue entonces lo que vio Enrique Montemayor?

Lorenzo Martín se agachó junto al borde del precipicio, atraída su atención por algo que le parecía haber visto. Se agachó para observarlo mejor y Jade se arrodilló junto a él.

—¿Huellas? —Preguntó la joven.

—¿Qué clase de fantasma deja huellas de zapatillas deportivas? —Preguntó a su vez Lorenzo.

2.

—Esta zona es muy transitada por senderistas —explicó Enrique Montemayor, cuando le pusieron al tanto de su descubrimiento —. Yo mismo uso zapatillas de deporte cuando vengo por aquí. Es el mejor calzado que puede usarse en un terreno tan escabroso.

Lorenzo admitió que el fotógrafo llevaba razón.

Mat tomaba una fotografía tras otra con su cámara digital infrarroja, mientras Jade y Mauricio tomaban datos geomagneticos del lugar con un pequeño aparato que habían adquirido recientemente y que servía para comprobar las fluctuaciones magnéticas del terreno. En muchas zonas denominadas lugares "calientes" esas alteraciones podían variar significativamente.

—Deberíamos grabar unas psicofonías —recomendó Jade y Lorenzo asintió.

—Encárgate tú de ello —dijo —. Yo intentaré hacer una experiencia en solitario.

—¿Quieres quedarte solo, aquí, en este lugar?

—Sí. Creo que podría llegar a ver algo.

—Eso es precisamente lo que me da más miedo —dijo Jade.

—No sucederá nada malo. Tan solo siento que debo hacerlo.

—Está bien. Se lo explicaré a los demás, pero no nos alejaremos mucho. Si tienes algún problema, grita y acudiremos al instante.

—Gracias, Natalia.

Jade le miró con sorpresa. Era la primera vez que la llamaba por su verdadero nombre.

—De nada, Lorenzo.

—A veces puedo llegar a ser muy egoísta y terriblemente mandón —se sinceró el policía con una sonrisa—, pero aprecio tu ayuda y tu interés por mí... Solo quería que lo supieras.

—Lo sé, Lorenzo —afirmó la joven —. Estoy aquí para serte de ayuda, pero a veces temo por ti. Ese demonio, o lo que sea, me da mucho miedo.

—También a mí, sin embargo estoy convencido de que he de llegar al fondo de este asunto. A lo mejor así puedo ser libre de una vez.

—Lo entiendo. Si yo tuviera a un ser como ese tras de mí, haría todo lo posible por intentar que se alejase. Debe de ser horrible.

—Lo es. Sobre todo cuando no recuerdas nada y todo son interrogantes.

—Ahora sabemos algo más. Bernadette dijo...

—Bernadette fue alguien muy especial para mí, Natalia, pero ya no siento nada por ella...

—Nunca te he preguntado nada sobre eso —reconoció la joven

—Sí, lo sé. Solo quería que lo supieras.

—Bien. Gracias por explicármelo... Ahora creo que iré a avisar a los demás de tu decisión y...

—No sé lo que ocurrirá al final de todo esto, pero si por alguna razón las cosas no salieran como las hemos previsto, yo quería que supieras lo mucho que te aprecio, Natalia...

—¿Qué tratas de decirme, Lorenzo? ¿Crees que algo puede salir mal? ¿Es eso lo que intentas decirme?

—No estoy seguro. La última vez que vi a ese ser pude comprobar a qué nos enfrentamos y me sentí indefenso. No sé lo que puede suceder en nuestro próximo encuentro... Me gustas, Natalia y si cuando todo esto termine seguimos vivos, me gustaría que tú y yo...

Jade puso un dedo sobre sus labios, impidiéndole seguir hablando.

—Cuando todo termine decidiremos que hacer... —dijo la joven.

—Está bien... Ve, anda...

Jade se alejó de él sin volverse a mirar y Lorenzo sintió un nudo enorme en su pecho que le impedía respirar. Después se concentró en lo que debía hacer.

3.

Lorenzo Martín se había quedado solo, aunque sabía que no lo estaba. Aquellos seres invisibles que pululaban a su alrededor se habían reunido esta vez en torno a él. No podía verlos, ni escucharlos, pero eso no significaba que no estuvieran allí.

«Lorenzo». Escuchó una voz que le llamaba por su nombre y se giró en la dirección de donde parecía provenir, sin ver a nadie.

«Él vendrá a por ti». Sonó de nuevo aquella voz de mujer.

«Vendrá a por ti». Esta vez la voz era la de un hombre.

—¿Por qué no lo hace? ¿Por qué no viene de una vez? —Preguntó Lorenzo en voz alta —. ¿Acaso tiene miedo?

«Él no le teme a nada». La voz masculina habló justo tras él.

«Te destruirá». Volvió a decir la voz femenina.

Unas risas infantiles sonaron muy lejanas, casi tan lejos como el eco del trueno que presintió en ese momento. Una tormenta se acercaba por el horizonte, muy lejana aún.

—Decidle que venga —casi gritó Lorenzo —. Lo que sea que tenga que suceder que sea aquí y ahora.

«Él te espera, Lorenzo». Habló la voz femenina. «Cuando estés dispuesto acudirás a él».

—Ya estoy dispuesto...

«Todavía no. Antes alguien deberá morir. Entonces ese será el momento»

—¡Morir! —Gritó el policía —. ¿Quién morirá?

«Alguien a quien aprecias»

«No puede ser de otra forma»

«Así ha de suceder»

Las voces cesaron al fin y Lorenzo se sintió abatido. Alguien, uno de sus compañeros, uno de sus amigos iba a morir y sin duda así sucedería.

Las voces lo habían dicho.

Y nunca se equivocaban. 

Los expedientes secretos. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora