Leyendas urbanas (1)

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La tarde estaba nublada y las nubes amenazaban lluvia. Una lluvia que hubiera aliviado el bochornoso calor tan poco frecuente a finales del mes de octubre y que, sin embargo, no terminaba por llegar.
Martín y Lozano iban de camino hasta una vieja parroquia del barrio de Carabanchel para entrevistarse con uno de los candidatos que el comisario Salcedo había propuesto para que formase parte del recién creado Grupo de Apoyo e Información: G. A. I. Un nombre que le había gustado mucho a Carlos Lozano.
—Por fin un nombre interesante en el departamento de policía —había dicho.
Martín, heterosexual y muy a su pesar, soltero, no era intransigente en lo referente a los gustos sexuales de su compañero. Para él, cualquiera tenía derecho a ser como quisiera y nadie debería objetar nada al respecto. Carlos era su amigo y estaba dispuesto a defenderlo de quien opinase en contra de él. Su compañero era una persona seria, correcta y buen trabajador y eso era lo único que le importaba.
—Se llama Mauricio Castellar, pero todos le llaman padre Mauri—dijo Lozano, leyendo el expediente —. Tiene cincuenta y nueve años y lleva veinticinco a cargo de la parroquia Nuestra Señora de la luz.
—¿Dice algo el expediente de por qué puede sernos útil? —Preguntó Martín.
—Se comenta de él que ha realizado varios exorcismos bajo la aprobación de la Santa Madre Iglesia. Se le considera uno de los pocos exorcistas acreditados de los que se tiene noticia.
—¿Un exorcista? Suena a película de terror, ¿no crees?
—Ya lo creo. Pero quizás pueda sernos útil si hemos de enfrentarnos con algún demonio...
—Creo que ya hemos llegado —aclaró, Martín, al ver una pequeña edificación que apenas se distinguía de los edificios colindantes de no ser por la cruz que coronaba su azotea.
Entraron en la silenciosa parroquia y el eco de sus pasos resonó por su vacío interior. A esas horas no había ningún feligrés y la iglesia aparecía desierta, tan muerta como las esperanzas de Martín de encontrar alguien que pudiera ayudarles.
—¿Desean algo, caballeros? —Les preguntó un joven al que no habían visto por estar agachado tras el altar mientras hacía unas reparaciones en el suelo de la iglesia. Un suelo que necesitaba algo más que unas cuantas chapuzas.
—Buscamos al Padre Mauricio —explicó Martín.
—El padre Mauri ha salido, pero no creo que tarde en volver. Nunca lo hace. ¿Son ustedes los policías que iban a venir a entrevistarse con él?
—Efectivamente. ¿Ha dicho usted que tardará poco?
—El padre Mauri suele tomar un tentempié a estas horas. Le pueden encontrar en el bar de la esquina. Vayan a verlo, si quieren, o pueden esperarle aquí.
—Esperaremos aquí.
—Está bien. Yo seguiré con lo mío.
—Es usted sacerdote, ¿verdad?
—Soy el ayudante del padre. Me llamo Ignacio, pero todo el mundo me llama Nacho. Es un placer conocerles.
—¿Se dedica también a los arreglos?
—Alguien tiene que hacerlo. Esta es una pequeña parroquia y el cepillo no da para mucho. Ya, sabe, la crisis y todo eso.
—Entiendo.
La puerta de la entrada se abrió en ese momento y un hombre, grueso y bastante encorvado entró en la iglesia. Llevaba el cabello canoso muy corto, como el de un militar y su sotana era casi tan vieja como o él mismo. Al verles, levantó la vista y les observó con atención.
—Ustedes deben de ser los policías con los que tengo que hablar.
Martín presentó a su compañero y a sí mismo y le tendió la mano al párroco.
—Mauricio Castellar. Es un placer conocerles —dijo el sacerdote, saludándoles a su vez —. Hagan el favor de acompañarme, en mi despacho podremos charlar con mayor comodidad.
Ambos policías le siguieron hasta un cuartucho bastante oscuro y desprovisto de muebles, exceptuando una mesa y varias sillas, pero lleno hasta rebosar de cajas de cartón cerradas.
—No acostumbro a tener invitados —se disculpó —. ¿Les apetece tomar algo? Creo que tengo una botella de vino en alguna parte, entre esas cajas. Son alimentos para las familias necesitadas del barrio.
—No, gracias, no se moleste —dijo, Martín —. Señor Castellar, me ha sido recomendado para formar parte de un grupo de personas con el objetivo de estudiar y valorar unos sucesos...
—Ya, cazar fantasmas —le interrumpió el padre Mauri.
—Es una forma de decirlo —asintió Lorenzo —¿Está usted al corriente, imagino?
—El arzobispo me lo notificó hace unos días.
—Quisiera saber, señor Castellar...
—Llámeme padre Mauri. Todo el mundo lo hace.
—Pues bien, padre Mauri, quería saber qué puede aportar usted a este grupo. Nos han informado que ha participado en algunos exorcismos, pero no sé por qué puede interesarnos algo así.
—¿Han visto alguna vez al diablo?
—¿Cree usted en el diablo?
—¡Claro! Forma parte de mi trabajo. Además he estado en su presencia y puedo decirle que no es tal y como lo representan. Puede adoptar la forma que quiera, desde un ama de casa hasta un niño pequeño. Muchos de los casos que se les presentarán llevarán su huella, aunque al principio no lleguen a saberlo. Les vendría bien mi ayuda en esos casos.
—¿Y está usted conforme en ayudarnos? —Preguntó Martín.
—Yo hago lo que me ordenan y mis superiores me han ordenado que trabaje con ustedes, claro, siempre que estén de acuerdo.
—Por mi parte no veo por qué no. Puede resultarnos de utilidad en ciertos casos, como usted bien dice.
—Entonces no se hable más. Me pongo a su entera disposición. ¿Qué es lo que desean que haga?
—Acompañarnos. Debemos entrevistarnos con otra persona y para eso necesitaré de su experiencia con la gente que seguro que acumula después de veinticinco años al frente de esta iglesia.
—Ser sacerdote es algo parecido a ser psicólogo. Escuchas a la gente y tratas de ayudarlos dentro de tus posibilidades. En eso tengo bastante experiencia.

2.

La feria de esoterismo abría sus puertas durante quince días en un pabellón de la Casa de Campo. Uno de los pulmones de Madrid, como solían llamar a ese gran recinto en la zona oeste de la capital.
Martín y Lozano, acompañados del padre Mauri se habían acercado hasta allí para encontrarse con otro posible miembro del grupo.
Infinidad de casetas, a cual más extravagante, ocupaban el amplio espacio de aquel pabellón diseñado en un primer momento para eventos de otra índole como exposiciones artísticas o congresos. Martín miró a su alrededor y pudo reconocer a los adivinos y videntes, armados de sus cartas del tarot o sus bolas de cristal. Los vendedores de amuletos y velas de todo tipo y los sanadores que ofrecían sus servicios por una no desdeñable suma de euros. Había masajistas, acupuntores, expertos en quiromancia o el arte de leer el futuro en las líneas de la mano y de muchas mancias más. Le sorprendió ver la cantidad de gente que asistía a aquella feria y que prácticamente abarrotaban todo el pabellón.
—Buscamos a una joven de diecinueve años que debería trabajar aquí —dijo Martín a sus compañeros —. Pero con toda esta gente nos va a resultar difícil encontrarla.
—El esoterismo está de moda —dijo Lozano.
—Así es y también debe dejar sus buenos ingresos — replicó Martín —. Has visto el precio de esa pirámide de cristal, vale doscientos euros...
—No es de cristal —dijo una voz femenina a sus espaldas —, es de orgonita y es un instrumento muy poderoso.
Los tres se volvieron a un tiempo para encontrarse con la mirada risueña de una jovencita que vestía de una forma bastante estrafalaria. La túnica de color verde turquesa que vestía, las docenas de pulseras de todos los colores que llevaba en sus muñecas, los collares que adornaban su cuello e incluso el color azul verdoso de su cabello, le conferían una apariencia un tanto estrambótica.
—¿Y tú eres...?
—Me llamo Jade y creo que están aquí por mí si no me equivoco y no suelo equivocarme muy a menudo.
—¿Jade? ¿Es tu verdadero nombre? —Quiso saber Martín.
—No, es mi nombre artístico, en realidad me llamo Natalia Sánchez, pero no es muy pegadizo, ¿a qué no?
—Jade está bien.
La jovencita sonrió.
—¿Así que crees que estamos aquí por ti? ¿Sabes quiénes somos?
—Lo que no sois es asiduos a este tipo de ferias. Se os nota que estáis muy perdidos. Además, se ve a la legua que sois policías.
—¿Tú crees? —Preguntó Martín, divertido.
—Lo sé. Sois esos polis que vienen a entrevistarme, ¿a qué sí?
—Estás en lo cierto. Hay que reconocer que tienes facultades de adivina, creo que encajarás en nuestro grupo.
—Es verdad que adivino el futuro, pero en este caso no he tenido que usar mis poderes, tan solo he usado la lógica.
—Me llamo, Martín, soy inspector de policía —dijo, luego señaló a sus acompañantes —. Él es mi compañero, el subinspector Lozano y el padre Mauri que también forma parte del grupo.
—Encantada. ¿De qué quieren hablar conmigo?
—Estamos buscando personas que tengan dones excepcionales para formar un grupo dedicado a la observación y análisis de temas paranormales.
—Nunca hubiera imaginado que los poderes fácticos se tomasen en serio estos asuntos. Siempre he pensado que a las personas como yo nos tomaban por chalados.
—Algunos seguro que lo piensan, pero hay otros que se toman estos temas muy en serio —dijo Martín —. Cuéntanos qué sabes hacer.
—Bueno, si estuviéramos hace unos siglos, seguro que me llamarían bruja y acabaría en la hoguera—dijo la jovencita y miró de reojo al padre Mauri.
—No tengo nada en contra de las brujas modernas, niña —dijo el sacerdote dándose por aludido —. Siempre y cuando no uses escoba, ni tengas un gato negro y por supuesto no pactes con el maligno.
—En casa tengo un cepillo para barrer, escoba no. Por el gato no debe preocuparse, el mío es un persa de color blanco y el único pacto que he hecho es con mi casero. Pacte con él pagarle puntualmente el alquiler a principios de mes. En cuanto a que se trate del diablo de eso no estoy tan segura.
El sacerdote sonrió ante el jocoso comentario.
—Me cae bien la brujita.
—¿Cómo puedes demostrarnos que posees esos dones? —Preguntó Martín.
—No puedo. Mis dones no son algo que pueda usar a voluntad. Sé interpretar las cartas del tarot y de vez en cuando tengo visiones del futuro, pero tanto como demostrarlo va a ser imposible.
—Hagamos una prueba. Échanos las cartas y veremos de qué eres capaz.
Jade accedió a regañadientes.
—Sigo diciendo que la adivinación no es algo tan fácil como normalmente se cuenta. A veces no consigo ver nada y otras parece que el camino se despeja y alcanzo a ver algo, pero son como flashes. Nunca he visto nada relevante.
—Inténtalo al menos.
—De acuerdo.

3.

El pequeño espacio, la parte trasera de una de las casetas prefabricadas, en el cual habían entrado y en el que apenas cabían los cuatro, olía a incienso y en él se respiraba una extraña paz.
—¿Quién de vosotros hará las preguntas? —Preguntó Jade.
—Yo mismo —dijo Martín —. ¿Qué he de preguntar?
—Algo que te interese saber. Algo oculto del pasado o de un futuro próximo.
Martín dudó unos segundos, pensativo.
—No se me ocurre nada —dijo.
—¿No hay nada que quieras saber? Por ejemplo, qué te deparará el futuro o si encontrarás a esa persona tan especial que andas buscando.
—¿Cómo...? —Preguntó Martín, sorprendido —. ¿Cómo sabes que no estoy casado o que hay alguien en mi vida?
—Eso puede verse a la legua, inspector. No llevas anillo de casado, ni marca alguna de que lo hayas llevado. Además tu ropa, aunque correcta, necesita un buen planchado, algo que si tuvieras una esposa no sucedería, los hombres sois un desastre para estas cosas. También me he fijado en como miras a las mujeres, a mí, por ejemplo. Si tuvieras a alguien en tu vida me mirarías de otra forma.
—Tus dotes de observación son dignos de un detective. Pero, dime, ¿de qué forma te he mirado?
—La forma de mirar que tienen los hombres solteros. Créeme, tengo bastante experiencia en ello.
Martín no supo que decir, ni como sentirse.
—Ahora piensa en algo que te gustaría saber, lo que sea.
—Está bien, ya lo tengo. Me gustaría saber como será el nuevo caso que nos asignen.
Jade asintió y procedió a sacar una baraja de cartas de tarot de uno de los cajones de la mesa frente a la que se hallaban sentados.
—Corta por la mitad —dijo la joven, entregándole el mazo de cartas. Martín lo hizo —Y ahora escoge seis cartas, coloca la primera carta en el centro en posición vertical y la segunda carta sitúala sobre la primera en horizontal, después, las cuatro cartas restantes en los cuatro puntos cardinales, sur, oeste, norte y la última en el este. Esta lectura se llama la cruz celta.
Martín cogió seis cartas del mazo y las colocó como le había indicado.
Jade procedió a levantar la primera de las cartas que resultó ser la emperatriz.
—Esta carta define el problema en sí. Una figura femenina será el centro de atención de tu nuevo caso. Una mujer poderosa y enigmática. —a continuación levantó la segunda carta. El loco. Un extraño bufón a punto de caer por un precipicio.
—¿Qué significa?
—Está carta te representa a ti, el caminante o iniciado, son los obstáculos que encontrarás en el camino, significa que irás dando palos de ciego hasta que la verdad te sea revelada y que deberás tener cuidado de no precipitarte en el abismo que se abre a tus pies. Tú serás tu principal obstáculo.
Jade volteó la tercera carta. Esta vez la expresión de su rostro se volvió seria.
—La Muerte —dijo Martín, notando como su boca se secaba —. ¿Significa lo que creo?
—No. No significa que te vaya a ocurrir una desgracia, aunque eso sí, la muerte siempre es un cambio y será una parte muy importante de tu nuevo caso. Esta carta representa la ayuda externa que recibirás.
Jade le dio la vuelta a la cuarta carta.
—Esta representa tu pasado —. La carta era la Rueda de la Fortuna —. Su significado es que nunca has sujetado las riendas de tu vida, siempre has tenido influencias que te han guiado o por las que te has dejado llevar y eso es lo que está carta te está diciendo. Eso sí, tendrás que tener coraje para afrontar el futuro por ti mismo.
Jade volteó la quinta carta.
—La Luna. Las cartas te preguntan si estás dispuesto a abandonar la oscuridad de la noche y abrazar la luz del día... La última carta representa el futuro inmediato con el que te encontrarás.
Jade dio mi a vuelta a la carta muy despacio, como si se tratase de un peligroso animal que en cualquier momento pudiera herirla.
—¡El diablo! —Exclamó el padre Mauri.
—¿Quién significa? —Preguntó Martín con bastante ansiedad.
—Es alguien maligno —dijo, Jade, con un extraño tono de voz —. Alguien que ha permanecido oculto durante mucho tiempo y que ahora quiere abandonar su mundo de sombras. Alguien que preguntará por ti, Lorenzo.
Jade parecía fuera de sí. Su mirada permanecía clavada en un punto de la pared y su respiración era agitada. Su nariz comenzó a gotear sangre y está cayó sobre las cartas que había en la mesa. Fue el padre Mauri el primero en darse cuenta de que algo anormal le sucedía, rápidamente arrancó las cartas de sus manos y las arrojó al suelo. La joven despertó asustada.
—¿Qué... Qué ha sucedido?
— Creo que el diablo de esa carta te ha poseído, niña —dijo el sacerdote.
—Sí, ya recuerdo. Había una mujer, muy guapa y con el cabello negro y muy largo. Me miraba a los ojos y yo no podía apartar la vista de ellos, luego me tomó de las manos y sentí que no podía soltarme. Me susurró unas palabras... No, no recuerdo lo que dijo...
Lozano, más pálido de lo normal miraba las cartas manchadas de sangre que aún había sobre la mesa.
—Sertab —dijo.
—¡Esa es la palabra que escuché! —Exclamó Jade.
—Está escrita con sangre sobre la mesa.
Todos miraron atónitos hacia donde señalaba Carlos Lozano. En la mesa, como si de una broma macabra se tratase estaba escrita aquella palabra: SERTAB.
—¿Qué significa? Preguntó Martín.
—No lo sé —contestó Jade —. Nunca la había escuchado antes.
—Querida —dijo el padre Mauri —, creo que han quedado demostrados tus dones.
—Sí —afirmó Lorenzo Martín —. Bienvenida al grupo. Por cierto, ¿cómo supiste mi nombre de pila? Nunca te lo dije...

 Por cierto, ¿cómo supiste mi nombre de pila? Nunca te lo dije

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Los expedientes secretos. (Terminada)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu