03:30

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1.

Mauricio Castellar acababa de despertarse sobresaltado y miró el reloj que reposaba sobre la mesilla de noche. Marcaba las 03:30 de la madrugada. La mal conocida como la hora de las brujas, se dijo, no sin cierta sensación de incomodidad. Recordaba aún el sueño, o más bien la pesadilla de la que acababa de despertar y que era la misma que muchas otras noches le asaltaba. Había soñado con Joaquín, su nieto y él se le aparecía recordándole su incapacidad para ayudarlo.

Joaquín había fallecido en sus brazos, después de aquel desastroso exorcismo que nunca debió de haber hecho.

¿Dónde se hallaría ahora el alma de su nieto? ¿Qué clase de demonios torturarían su cuerpo y su alma?

El anciano se llevó las manos al rostro y lloró. Lloró como tantas otras veces, reprochándose el no haber podido salvarle. Lloró hasta que ya no quedaron más lágrimas en él.

Fue en ese momento cuando sonó el teléfono, sorprendiéndole por lo insólito de la llamada a aquellas horas. Al descolgar el aparato y responder con un «dígame», tan solo el silencio le contestó.

—¿Quién es? ¿Qué desea?

Mauricio había creído por un momento percibir el sonido de una respiración al otro lado del auricular, pero las palabras que escuchó helaron la sangre en sus venas.

«Abuelito, ¿por qué no me ayudaste?»

Mauricio estuvo a punto de dejar caer el aparato, más asustado de lo que nunca lo había estado en toda su vida.

—¡Joaquín! ¿Eres tú?

«El hombre malo quiere hacerme daño, abuelito». Dijo el niño.

—¡Aléjate de él, Joaquín! ¡Huye!

«No puedo».

—¡Tienes que alejarte de él!

«No me dejará. Te quiere a ti, abuelito».

Mauricio comprendió.

—Ya me tienes —grito el padre Mauri en voz alta —. Haz conmigo lo que quieras, pero deja en paz a mi nieto.

—Así será —Escuchó el anciano y luego todo su mundo se oscureció.

2.

Lorenzo Martín conoció la terrible noticia a primera hora de la mañana. Mauricio Castellar había fallecido esa misma noche a causa de un infarto fulminante.

La policía aún rondaba por el domicilio del sacerdote cuando llegaron hasta él. Por el camino había recogido al resto de sus compañeros. Mat, más silencioso que de costumbre. Carlos, visiblemente afectado y Jade, que a pesar de sus esfuerzos no podía dejar de llorar.

El forense todavía no había dado la orden del levantamiento del cadáver cuando los cuatro entraron en la pequeña vivienda del sacerdote, adosada a los muros de la que había sido su parroquia de toda la vida. El cuerpo de Mauricio seguía aún en el mismo lugar en el que Nacho, su ayudante, le había encontrado esa misma mañana. El rostro del anciano denotaba el terrible sufrimiento de su muerte. Sus ojos abiertos, sin vida, miraban el techo de la vivienda y sus labios habían quedado paralizados en una mueca de dolor.

—Parece que sufrió mucho antes de morir —dijo Nacho, acercándose hasta ellos y saludando a los cuatro —. Dicen que fue un infarto, pero yo no termino de creérmelo. El padre Mauri era una persona sana y muy fuerte, aún para su edad.

Lorenzo se fijó en la escena, comprobando hasta el último detalle y basándose en su experiencia profesional.

El teléfono inalámbrico estaba en el suelo, junto al cadáver del anciano. Sin duda, Mauricio trató de llamar a alguien al sentirse enfermo, porque todo daba a entender que su muerte se debía, tal y como le habían explicado, a un infarto de miocardio. No había signos de violencia a su alrededor, por lo que podía descartarse que su fallecimiento fuese debido a la irrupción de alguien en la vivienda. Si no hubiera sido por el comentario de su ayudante, Lorenzo habría creído firmemente en la hipótesis de una enfermedad coronaria, pero...

Los expedientes secretos. (Terminada)Where stories live. Discover now