i. méxico daddy

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EL SONIDO de la campana de la puerta me hizo salirme de mi trance

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EL SONIDO de la campana de la puerta me hizo salirme de mi trance. Me había quedado estática limpiando una mesa y sin darme cuenta, no había limpiado ni un carajo. La encargada del café estaba a punto de salir, pero no sin antes darme unas instrucciones.

—Cierras todo cariño, dejas las llaves en la piedra—me ordenó la dueña del local. Una señora chismosa y entrometida en todo, que me pagaba bastante bien por cubrir medio turno—. Te veo mañana.

Asentí con la cabeza con desgano. Ya era de noche y necesitaba dormir mis ocho horas. Realmente necesitaba dormir. Bufé para mis adentros, pues el encargado de limpiar las mesas no había venido a trabajar ese fin. Seguí limpiando impetuosa y al finalizar; tomé mis pertenencias y corrí hasta mi automóvil. Conduje hasta mi edificio con el sueño derribándome. Una vez llegué, saludé el portero como de costumbre y tomé el ascensor.

Dentro de el, observé a dos de mis vecinos favoritos, Chris Evans; él y yo nos llevábamos bastante bien. Éramos amigos íntimos, junto a un par más del edificio. Continuamente nos veíamos en un bar que se encontraba cerca de nuestros hogares, ahí, bebíamos y reíamos juntos. Era un sujeto agradable. Dave Franco; éste era de los tipos más graciosas que he conocido. Siempre tenía un buen chiste o una sutil manera de hacerte carcajear. A él, también le veía muy seguido en el bar.

A decir verdad, todos los vecinos jóvenes adultos de éste edificio nos gustaba encontrarnos los fines de semana en el bar. Se había hecho una rara y amigable forma de convivir. Aunque en muchas ocasiones, visité el bar entre semana para librarme de ir los fines. Incluso, podría admitir que era para beber más.

—Chris —le saludé con la cabeza. Él me devolvió el gesto—. Hola cejas —saludé al segundo sujeto, quien también se limitaría a sonreírme, soltando una risa.

—Eleonora —me respondió Chris.

—¿Cuándo me llamarás como todos lo hacen? —cuestioné quitándome apenas el delantal.

—Cuando me invites una copa del vino más costoso del mundo —respondió soltando una risita sutil, después, Dave se le terminó uniendo.

—Buena suerte con eso Chris —añadió Dave—. Cuando ella logre si quiera elegir un buen vino, entonces, estoy seguro Leo, que Chris te dirá como todos aquí.

—¡Bueno! ¿Por qué tanto ataque? —pregunté fingiendo estar ofendida—.A algunas personas nos agradan más otras bebidas. Disculpen por tener gustos distintos y mejores.

Chris y Dave se rieron ante mis comentarios, y yo, me les uní. Después de todo, las cosas siempre quedaban con una carcajada. Dave fue el primero en salir, tan sólo, nos sonrió como despedida. La música del elevador era tan relajante para mí y de alguna extraña manera me hacía sentir tan cómoda en casa.

— Por cierto, mira, él es mi amigo —me indicó a un chico que estaba detrás de él. Quien por cierto, no había notado cuando abordé. Lo busqué entre el robusto cuerpo del rubio y me encontré con un hombre de ojos verdes, barba de pocos días y un atuendo como si acabase de llegar de la mismísima playa—. Su nombre es Sebastian, se quedará unas semanas en mi apartamento en lo que la señora del 312 se termina de mudar.

—Oh genial —espeté alzando las cejas—. ¿Ya no hay más apartamentos disponibles, o algo así?

—Sebastian Stan —por fin se presentó. Me extendió su mano, y acepté el saludo. No pude evitar observar que tenía unas muy bonitas manos con unos cuantos anillos—. Y si lo hay, pero ese departamento es lo suficiente grande para mi estudio.

—Oh, entiendo. Soy Eleonora Sodi —me presenté yo sonriendo un poco—. Pero mis amigos me llaman Leo. Más te vale convertirte en mi amigo, porque en serio detesto que me llamen Eleonora. Y aun así, bienvenido, por cierto.

Sebastian me sonrió y quitó su mano de la mía. Chris se rió al escuchar mis palabras y yo lo acompañé en las risas. Y como era de costumbre, pintamos un aura entre carcajadas.

—Sería todo una aventura —contestó ladeando la cabeza divertido. Yo reí.

—Bueno caballeros, los veo en dónde el destino o la casualidad nos ponga. Tengan buena noche —me despedí haciendo una saludo flojo de militar con dos dedos.

Salí del ascensor y me dirigí hasta mi apartamento. Observé en la clase de sitio en el que estaba viviendo. Este apartamento no era tan grande como el 312, o quizá, yo no era tan ordenada como la del 312. De todas las maneras posibles, en un intento por ordenar todo mi maldito desastre, terminé recostada en el piso revisando los trabajos que tendría la semana que se aproximaba. Y pronto, me quedaría dormida ahí mismo.

[...]

En la mañana siguiente, desperté con un terrible dolor de espalda. De verdad había dormido en el piso, entre mi puff gigante y mi montón de ropa. Observé el reloj y para mi desgracia, iba tarde a la oficina, de nuevo. Recogí mi cabello en un un chongo, con mi desordenado fleco. Hice mis cosas personales y con velocidad, tomé mis perténencias y después salí corriendo al elevador. Pensé realmente en irme por las escaleras, quizá si bajaba velozmente, llegaría antes que el ascensor. Dentro de mi lógica, sonaba bien, sin embargo, era una pésima idea. Justo cuando iba salir corriendo, el ascensor llegó. Me introduje en el en una larga zancada y me puse de cuclillas, guardando mi laptop, cuadernos de trabajo y todo lo que fuese necesario para sobrevivir en la oficina, en mi bolso.

Su puta madre —bufé ya exasperada al intentar meter todo sin ningún orden.

—¿Estás bien? —me cuestionaron.

Mi giré a ver de quién se trataba. El bonito playero del día anterior, ahora portaba un traje elegante con camisa blanca pero sin corbata. Sin embargo, lo único que conservaba del día anterior, eran los anillos en sus dedos. Éste tenía en su mano unos papeles y tan solo pude observar planos, dibujos y números. Alcé una ceja curiosa.

—¡Ah! ¡Hola! —respondí sonriendo tímidamente—. Estoy de maravilla.

—Se nota. ¿Vas tarde? —y seguía preguntándome cosas. Miró el reloj de su mano y aseveró—. Si, seguramente vas tarde.

Me reí, dando como respuesta un sí, ya que para mí maldita suerte, no podía decir lo contrario. Y él, al notar mi expresión, me brindo una sonrisa a medias, como contenida. Se le veía muy adorable, aunque ciertamente se encontraba un poco nervioso, pues hacía poco contacto visual conmigo.

—Quizá si los intentas meter con más cuidado y calma quepan perfectamente —me recomendó esta vez mirándome—. Tienes los minutos suficientes en lo que éste ascensor termina de descender.

Asentí dándole la razón. Comencé a introducir todo con más orden y de hecho, todo cupo perfectamente. Me sentí aliviada y sonreí para mí misma. Me puse pie y colgué mi bolso en mi hombro derecho. Le lancé una corta mirada.

—Gracias —dije un poco agotada. Él mi miró y asintió con la cabeza sonriendo sin mostrar sus dientes.

—¿Puedo saber qué dijiste cuando subiste? Eso de... su...—

—Oh no, no lo digas —interrumpí sonriendo, sin intenciones de ser grosera—. En los estadounidenses no se escucha muy bien que digamos.

—¿Estadounidenses? —inquirió haciendo unas muecas. Quizá, él aún no comprendía que yo no era de los suyos—. ¿Hablas español?

El ascensor había llegado al destino de él. En cambio, yo debía bajar hasta el estacionamiento. Salió y se giró a observarme, esperando una respuesta rápida, pues aún se encontraba curioso. Así que antes de que se cerraran las puertas, contesté.

—Soy de México, papi.

Se cerraron las puertas y él se quedó bastante confundido por mi última palabra. No pude evitar reírme y amar cada centímetro de esa clase de expresiones. No muchos reaccionaban como lo hizo Sebastian, así que sin duda alguna, fue placentero.

darling  ━ sebastian stanWhere stories live. Discover now