iv. lo es

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ME HABÍA quedado profundamente dormida y la verdad es que no me di cuenta en que preciso momento terminé rendida en el sofá

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ME HABÍA quedado profundamente dormida y la verdad es que no me di cuenta en que preciso momento terminé rendida en el sofá. Tan solo, escuché unos murmullos que me hicieron moverme de la incomodo asiento, por ende, enseguida todo mi cuerpo comenzó a doler por la tan menos ergonómica posición en la que decidí dormir. Me desperté enseguida al escuchar de nuevo esos murmullos de fondo, dándome cuenta que me había quedado dormida en la sala. Sebastian estaba somnoliento, pues decía un par de cosas que no lograba entrar en contexto. Honestamente el inicio dejé de prestarle atención cuando me volví a tumbar en el sofá, exhalando por lo agotada que estaba.

Pero de pronto, él me comenzó a llamar. Abrí los ojos y me giré a verlo, pues la luz tenue de la lampara de noche logró iluminar un poco su pálido rostro. Sus ojos verdes estaban más destellantes que nunca y sus pupilas estaban tan dilatadas que parecía que pronto todo su ojo se convertiría en un iris negro. Me percaté que aún se encontraba ebrio, pues la forma en la que decía mi nombre era floja y extraña.

—¿Qué pasa? —cuestioné yo en el borde del sofá, un tanto angustiada por él—. ¿Cómo te sientes?

—Ven aquí —me ordenó suavemente—. Ven Leo.

Yo, un poco indecisa me acerqué y me senté en el piso. Él, tenía sus manos en sus rodillas se talló toda la cara y se rio mientras hacía eso. Después, me volvió a observar con esa misma mirada de antes. Tan profunda e hipnotizante.

—¿Te he dicho lo hermosa que eres? —me dijo, sonriendo, cerrando los ojos y con esa misma voz—. ¿Te he dicho lo mucho que me gustas?

Me quedé helada. No sabía que decirle ante tal confesión, aunque ciertamente, me sentí muy aliviada por ella. Es que aunque no fuese la mejor forma de decírmelo, me sentía bastante plena al saber que yo le gustaba tanto como él a mí. Aunque después pensé, que quizá sus pensamientos y sentimientos de ahora no sean los mismos que los de mañana. No quise emocionarme de más, sin embargo, no pude evitarlo.

—No, no lo habías dicho —contesté seriamente.

—Pues eres bellísima, una dulce perla blanca mexicana —me dijo, tirándose en el recargo del sofá—. Y me gustas muchísimo. Tú. Mucho.

Estalló en risa. Y yo, continuaba dándole vueltas al asunto que acababa de pasar hace segundos atrás. Sebastian comenzó a exigir alcohol, así que le dije que lo llevaría hasta su apartamento donde él tenía su propio alcohol. Caminamos por los pasillos y él se encontraba más serio que hacía un rato. Quizá se encontraba mediando todo lo que había dicho. En el ascensor, continuó callado y tan solo se limitaba a bostezar y a quedarse dormido y despertar en cuestión de segundos. Ya en su apartamento, buscó en su bar su bebida favorita y nos sirvió un vaso a ambos. Él se sentó en una silla cerca de la barra y lo elegí otra un poco separada de él. No quise indagar mucho en el tema anterior, pues aun me era un poco incómodo y extraño.

—Mi vida es una puta mierda —masculló soltando una risa cansada—. Soy una persona asquerosa.

Mi corazón se sintió presionado cuando dijo esas palabras. No sabía porque diablos estaba pasando para que dijera eso sobre él, cuando a mí me quedaba más que claro que era todo lo contrario. Se bebió el vaso entero y volvió a servirse, mientras que yo me limitaba a darle pequeños sorbos para no ser descortés el rechazarle la bebida.

darling  ━ sebastian stanWhere stories live. Discover now