EPÍLOGO

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PRIMERA PARTE: 
LA HISTORIA

     Elenora nunca se consideró una persona mala o de perversas acciones

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     Elenora nunca se consideró una persona mala o de perversas acciones. De hecho, consideraba que casi siempre su pensar estaba por el bien de las personas que la rodeaban más que por el suyo. No obstante, en ocasiones era tan egoísta. Tan, tan egoísta. El simple pensamiento de querer lo que ella quería, era egoísta, vil. No lo pensó mucho e hizo lo que ella deseaba. Pero la gran incógnita aquí era: ¿qué deseaba Eleonora Sodi? En realidad, ella deseaba muchas cosas. Deseaba un auto 64' Imapala color negro. Una casa en su país que diera una vista impresionante o al centro histórico o al bosque, de cualquier manera los dos eran mera naturaleza añeja. Quería fumar un puro, de los ridículamente costosos con su abuelo y su padre. Ella deseaba muchas cosas. Entre tantas de ellas, estaba él. Un treintañero que usaba barba, su sonrisa era cómo la purificación de los pecados y esos ojos tan crípticos y etéreos que le costaban describir con la vehemencia que los conformaban. Una obra de arte. Su voz se acompañaba de un cariñito al oído, un susurro de elocuencia y unos besos de desaire.

En su cabeza, ahora pasaban muchas cosas. Muchas de ellas tenían que ver con su familia y las buenas enseñanzas que le habían dejado. «Tienes que luchar siempre por lo que quieres, Eleonora. Y si alguien te dice que no lo puedes lograr, mándalos por culo y diles "Si puedo, porque si lo quiero, lucho por ello y lo logro"», le dijo su madre cuando todos dudaban de su valentía y viveza para ser alguien más grande de lo que todos apuntaban, justo cuando partía a independizarse. Su padre tendía a recordarle la teoría de la atracción de vez en cuando, aunque este se adentraba en la física explicándole en el campo cuántico, existe un lugar, un estado, una dimensión donde está exactamente lo que quieres; ¿cómo encontraba esa dimensión, en la que no tenía errores?

El viejo era todo un creyente de la pseudociencia y la ciencia. Eso la hacía recordar cómo sus padres eran una representación del amor puro y sincero, de amar a pesar de. Su padre, hermano menor de siete hijos, vivía a las afueras de la ciudad en un pueblo bastante religioso, lleno de costumbres y pacífico, a decir verdad. Trabajaba vendiendo frutas y verduras en una carretilla por las calles, ayudando a su padre. Sin embargo, en sus días libres, a él le gustaba irse a la ciudad, en el primer autobús que saliera por la mañana. Caminaba por la plaza cual vagabundo sin rumbo y gustaba de conversar con indigentes. Pasaba por las tiendas de zapatos y ropa admirando todo aquello que no se podía comprar. Empero, pasaba específicamente todos los días que pudiese por una pequeña librería en el centro, con la excusa de leer y comprar algo con los pocos centavos que tenía —posteriormente amó leer tanto como amó a su futura esposa—, ahí conoció a la madre de Eleonora, hija del dueño del negocio. Una mujer de ascendencia noruega e inmarcesiblemente hermosa.

darling  ━ sebastian stanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora