Haunted House

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A Kirishima le gustaban los parques de atracciones. De verdad que sí. Le gustaba montarse en la montaña rusa, en la noria... En todo lo que la gente normal no se atrevería por miedo, Kirishima se montaba. 

Sin embargo, uno de sus mayores tabúes siempre había sido la casa encantada. Quizá era porque su abuela era muy supersticiosa y le había metido desde muy pequeño el miedo a las cosas sobrenaturales. No lo sabía, pero evitaba pasarse por ahí.

Hasta que Kaminari y Sero le retaron a entrar ahí. Y claro, era un reto, y Kirishima siempre cumplía los retos porque no tenía miedo. Claro que no, porque los fantasmas y esas cosas no existían.

Pero por si acaso, era mejor no entrar solo.

—Pelo pincho, es una idiotez. No pienso entrar en eso —Bakugou bostezó—. Lo que ahora mismo quiero es irme al maldito autobús a echarme una siesta.

—¡Solo serán diez minutos! —pidió Kirishima, poniendo las manos juntas en frente suya, a modo de súplica—. ¡Por favor, Bakugou!

Puso su mejor cara de pena, esa que funcionaba con su hermana y el rubio suspiró.

—Venga, vale, pero luego me compras un refresco.

—¡Hecho!

Kirishima le cogió de la mano y tiró de él para ir al lugar en cuestión. Kaminari y Sero miraban con diversión desde la distancia, asegurándose de que entraran.

El lugar estaba oscuro, y al principio parecía todo normal. Una momia muy poco realista se levantó en frente de ellos, y Kirishima se rió mientras Bakugou rodaba los ojos. Siguieron el recorrido y todo parecía normal, con elementos que asustarían más a un niño que a ellos.

Sin embargo, casi al final del recorrido, de la nada salió una guadaña que se clavó justo en frente de ellos. Kirishima gritó y se abrazó al rubio por instinto mientras este activaba su quirk y mandaba a volar la guadaña.

El hombre que hacía de La Muerte, sin embargo, parecía haber previsto que pasaría algo así y sacó otra, empezando a perseguirles. Kirishima echó a correr, arrastrando a Bakugou consigo.

—¡Idiota, lo que quiere es que retrocedamos!

—¡Nos iba a matar! —se quejó Kirishima, una vez estuvieron a salvo. Es decir, cuando la muerte ya no les perseguía.

—¡Claro que no! ¡Es una maldita atracción! —recordó—. ¡Además, no te va a pasar nada, idiota! ¡Yo estoy contigo!

Kirishima parpadeó sorprendido mientras se sonrojaba ligeramente. Bakugou agradeció que la oscuridad cubriese la mayoría de sus rostros al darse cuenta de lo cursi que eso había sonado, y fue él esa vez quién arrastró a Kirishima para salir con un murmullo de «mientras antes acabe, mejor».

La Muerte no volvió a salir, así que ambos pasaron el último pasaje tranquilamente. Salieron por la puerta que estaba al final, encontrándose con Kaminari y Sero.

Kirishima y Bakugou no se atrevían a mirarse, así que ambos tenían la vista en puntos diferentes cuando salieron, pero sus manos seguían enlazadas.

—¿Qué, mucho miedo, Kirishima? —preguntó Sero.

—Tus gritos se oían desde aquí —rió Kaminari.

—¡No he gritado! —exclamó el pelirrojo, ofendido.

—Menos mal —dijo Bakugou, rodando los ojos.

Kirishima le miró con reproche, pero luego recordó lo que le dijo anteriormente y se volvió a sonrojar.

—¡Bueno, podríamos ir a otro sitio! ¡A la noria! ¡O al ciclón...!

Los otros dos pusieron mala cara ante el último ofrecimiento, y Kirishima rió al verles, tratando de distraerles de su rostro rojo.

Sin embargo, sintió un tirón y vio a Bakugou moviéndose sin dejar de coger su mano.

—Me debes un refresco, ¿recuerdas?

Kirishima sonrió y asintió, apretándole ligeramente la mano.

Al final, algo de bueno iban a tener las casas encantadas.

31 days: Kiribaku october storiesWhere stories live. Discover now