Ghost hunters 👻

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Eso no era para nada una buena idea.

Se dejaba arrastrar porque no sentía el deseo ni de caminar por aquellos senderos tan oscuros en mitad de la noche.

No debieron escaparse de la casa de Bakugou, porque seguramente los padres de este estuvieran preocupados cuando vieran que no estaban —si es que no lo habían notado ya—. Por tanto, estaban metidos en un buen problema en cuanto regresaran.

Además, ¿qué iban a hacer unos niños de cinco años contra unos terribles fantasmas? ¿Tenían alguna oportunidad? Vale, que en las pelis todo salía genial —aunque de unos buenos sustos no se salvaban—, pero... eso no era una película y no estaban sus sábanas ni sus peluches para abrazarse a ellos.

—Katsu... no es buena idea, vamos a casa...

El rubio le miró con una mueca de desagrado.

—¡Vamos, no seas miedica! ¡No va a pasar nada!

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ante su seguridad, y el niño sonrió.

—Yo estoy aquí, ¿no? —puso la mano derecha sobre su pecho, aún sonriendo—. Mientras esté aquí, no te va a pasar nada. 

Kirishima quedó unos segundos sorprendido, pero después una leve sonrisa apareció en su rostro.

—¿Prometes no separarte de mí? 

Bakugou asintió y ambos cruzaron sus dedos meñiques en forma de promesa. Después de eso, Kirishima quedó más tranquilo y seguro de sí mismo, aunque se negó a soltar la mano de Bakugou porque había prometido que no se separarían, y si le soltaba, le daba miedo que la promesa no se cumpliera.

Siguieron el camino hasta que llegaron a una especie de cabaña que habían descubierto esta mañana en compañía de algunos niños mayores que ellos, que les había contado que por la noche había apariciones de gente que había vivido en esa cabaña mucho tiempo atrás. Una familia, para ser exactos, que murió un día de tormenta. Nadie supo las causas de la muerte, ni si alguien les había matado. Simplemente, un día no volvieron a salir de esa cabaña.

Bakugou, contrario a amedrentarse como cualquier niño de cinco años al que le cuentan historias de terror, quiso comprobar la veracidad de la historia, y no se quedaría en paz hasta que lo hiciera. Por tanto, convenció a Kirishima para que le acompañase. 

Kirishima aún no sabía cómo se había dejado convencer, pero estaba claro que ya no había vuelta atrás. O no la hubiese habido, si no fuera porque, cuando intentaron entrar en la cabaña, una voz les detuvo de hacerlo.

—Ni se os ocurra dar un paso más.

Ambos niños se quedaron paralizados y dieron lentamente la vuelta, Bakugou iluminando con su linterna a una mujer rubia de ojos rojos y a un hombre que se quedaba detrás suya. La mujer no parecía precisamente contenta, y Kirishima temió por su vida.

—Mamá... —el otro niño también parecía ser consciente del lío en el que les había metido.

Kirishima se escondió detrás de Bakugou, intentando escapar en vano de la mirada de la madre de este. 

—Venid aquí. Ahora.

Mientras Kirishima agachaba la cabeza y Bakugou desviaba la mirada al cielo, obedecieron y se pusieron delante de la mujer. Al rubio le cayó una colleja por la cual se iba a quejar, pero por la mirada de su madre se calló. 

—Estás castigadísimo, Bakugou Katsuki.

Kirishima esperó su sentencia, pero no le cayó ningún golpe.

—En cuanto a ti, Eijiro, ya les diré a Aiko y Yuki lo ocurrido y ellas decidirán tu castigo.

El niño no se quejó, solo asintió. Sin embargo, el menor de los Bakugou no se iba a quedar callado, porque si no, no era él.

—¡Yo le obligué! —le excusó—. ¡Eso también tendrás que decirlo!

—Tú te callas si no quieres más castigos —ordenó su madre, y aunque hubiera podido contradecir, el rubio se calló y miró a Kirishima con un gesto de disculpa.

Este negó con la cabeza y le apretó la mano ligeramente. Prefería el castigo que le impusieran a entrar en esa casa y arriesgarse a no salir. Volvieron a casa de Bakugou en coche, porque se suponía que Kirishima iba a pasar la noche ahí, y en el camino el rubio preguntó cómo les habían encontrado.

Su padre respondió que se habían preocupado al no encontrarlos en la casa, y salieron a preguntar si los habían visto. Se cruzaron con unos niños que les contaron lo sucedido esa mañana, y supusieron lo que ocurría. Tras la explicación, ambos suspiraron mientras Katsuki juraba venganza entre dientes.

Kirishima, agotado de tantas emociones, acabó rendido antes de llegar a la residencia. Sin embargo, se negaba a soltar la mano de su amigo aún en sueños, murmurando algo como que había fantasmas. Y Katsuki tampoco lo ponía fácil, porque había prometido no separarse de él, y pensaba cumplirlo.

Así, sus padres acabaron por cargar uno cada uno hasta el cuarto del niño. Cuando Katsuki tocó el colchón, cerró los ojos y se quedó completamente dormido con Eijiro a su lado.

Sus manos no se separaron en toda la noche.

31 days: Kiribaku october storiesWhere stories live. Discover now