Blanket forts and fairy lights

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Los bosques encantados siempre habían sido objeto de interés del pequeño Kirishima.

Cuando le leían cuentos acerca de ellos, solía cerrar los ojos para imaginarse los árboles, el viento y las hadas revoloteando encima de luciérnagas, cuyo brillo se veía por todas partes.

Su mayor sueño era visitar uno y encontrar un unicornio para que le diera el poder de la magia y ser capaz de volar como las hadas.

Claramente, eso nunca pasaría, pero Bakugou no se atrevía a decírselo. Básicamente, porque no soportaba ver a Kirishima triste.

Y es que no era culpa del rubio, porque estaba seguro de que nadie querría ver a Kirishima triste. Era horrible. Sus ojos se apagaban y parecía que todo él se volvía tan oscuro como su cabello. Su voz, normalmente animada e incesante, dejaba de escucharse.

A Bakugou no le gustaba eso. Era como ver otro Kirishima, y no le agradaba.

Por tanto, cuando el mismo niño se dio cuenta de que nunca podría ir a un bosque encantado y tampoco podría conocer a un unicornio, Bakugou se sintió mal por él y quiso ayudarle a alegrarse de alguna manera.

Tuvo toda una semana para pensar en qué podía hacer para animar a su amigo. Muchas ideas se pasaron por su cabeza, y descartando las imposibles y las que no podrían hacer por tener menos de diez años, terminó por concluir en una genial idea que sería capaz de realizar con un poco de ayuda.

Se vio en la necesidad de pedir favores a su madre —una mujer que adoraba meterse con su hijo y no se lo puso nada fácil a su orgullo— y a las madres de Kirishima —unas mujeres muy diferentes a su madre, y mucho más amables—.

—¿A dónde vamos, Bakugou? —preguntó Kirishima cuando, después de clase, el niño le cogió de la mano y le tiró en dirección contraria a su casa.

—Hoy te quedas en casa.

—¿Qué? Espera, tengo que avisar y tienen que...

—Está todo hablado, no te preocupes.

Kirishima no preguntó más, y le siguió con curiosidad por saber a qué se debía ese repentino cambio de planes en su rutina diaria.

Saludó a los padres de Bakugou en cuanto entraron, y olió lo que parecía tarta de queso, pero Bakugou no le dio tregua y le obligó a subir las escaleras hasta su habitación.

Sin embargo, cuando entraron, todo estaba a oscuras. Kirishima se asustó al escuchar la puerta cerrarse tras él, y buscó instintivamente la mano de Bakugou, apretándola en cuanto la encontró.

—¿Por qué está todo tan...?

No pudo acabar su pregunta, puesto que las luces se encendieron. Sin embargo, no eran luces como tal, sino guirnaldas de luces típicas de Navidad que alumbraban toda la habitación y le daban un toque mágico.

El centro de toda aquella luz venía de una especie de fuerte hecha con sábanas y que estaba rodeado por las guirnaldas.

Bakugou vio la cara de asombro y la posterior sonrisa de Kirishima, tan amplia que parecía que no le iba a caber en el rostro.

—No es exactamente un bosque, pero...

—¿Bromeas? ¡Es genial! ¡Muchas gracias! —le abrazó—. ¡Eres el mejor amigo del mundo!

Bakugou aceptó el abrazo con un suspiro y una sonrisa, y Kirishima corrió junto a él hacia el fuerte de sábanas que, en esos momentos, suponía un escondite para ambos.

El de cabellos oscuros tomó uno de los cuentos que había ahí, cortesía de la madre de Bakugou, y empezó a leer con la emoción que el rubio solo le había escuchado a él.

Y entonces supo que, solo por esa sonrisa que iluminaba más que cualquier luz, habría valido la pena cualquier esfuerzo.

31 days: Kiribaku october storiesWhere stories live. Discover now