Harving Festival

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La fiesta de la cosecha siempre había sido motivo de alegría en el pueblo.

Se celebraba en la primera quincena de octubre, más bien el segundo domingo del mes, y la plaza del pueblo se llenaba de música y comida, la gente iba y venía y bailaba y cantaba al ritmo de la música.

Kirishima siempre había sido fanático de estas fiestas. Sin embargo, no se atrevía a destacar demasiado porque la gente del pueblo miraba mal a su familia al estar conformada por dos mujeres y él siendo el único hombre.

Aunque Kirishima no lo comprendía —y tardó un buen tiempo en comprenderlo—, nunca había deseado tener otra familia. La suya era perfecta, tan trabajadora como cualquiera y sus tierras más fértiles y productivas que ninguna.

Cuando fue creciendo, empezó a ir solo a las fiestas. No porque quisiera, simplemente a sus madres no les apetecía acompañarle, más que nada para no hacerle pasar un mal rato. Kirishima sentía pena de ese hecho, y hubo incluso un año que no llegó a ir por ello.

Sin embargo, sabía que, si no iba, no le vería.

En esa única vez al año, se organizaban fiestas de máscaras al más puro estilo aristocrático. Sin embargo, los últimos años venía buscando siempre a la misma persona detrás de la máscara.

No sabía quién era. Solo se veían esa única noche en todo el año, como si fuera un pacto acordado entre ambos. Kirishima había tratado de seguirle, o de tan solo preguntarle su nombre, pero el otro nunca le respondía.

De hecho, hablaba poco cuando estaban entre la gente, como si estuviese asustado de que alguien le identificase. El pelirrojo lo dejaba pasar, pero sentía la tensión cuando alguien que no era él se le acercaba.

Esa noche, quería sacarle su nombre. Saber quién es. Y de quién parecía ocultarse siempre.

Cuando llegó, el fuego estaba encendido y la gente bailaba alrededor de él bajo el sonido hechizante de la música y la luz lunar.

No fue difícil encontrarlo. Destacaba siempre, con un traje negro y antifaz naranja. Kirishima sabía que iba a llevar la misma indumentaria que llevaba trayendo durante años, básicamente él también lo hacía, porque si no, no había manera de identificarse.

Le sonrió y, aunque apartó la mirada, se acercó a él. Kirishima se había dado cuenta con el tiempo que se enfadaba fácilmente.

—¿Nunca me vas a decir tu nombre? —preguntó divertido.

—No necesitas saberlo, idiota.

Kirishima rió. La verdad era que tenía razón, porque el tiempo había convertido todo en nada más que una simple curiosidad al no poder descubrir nada acerca del chico misterioso de la fiesta de la cosecha.

Kirishima tampoco le había dicho nada acerca de él. Era una especie de trato no pactado, pero un trato después de todo.

Parecía que ambos solo existían el segundo domingo de octubre y, el resto del año, tan solo se desvanecían.

Quizá eso hacía esas horas tan preciadas. Porque no sabían si el siguiente año se iban a volver a ver. A tocar. A sonreír.

Por eso aprovechaban todo el tiempo disponible. Y todo eso lo hacía aún más especial, porque la incertidumbre hacía que disfrutaran más las pequeñas cosas.

No sabían si ese sería su último baile, o solo uno de muchos en sus vidas.

Solo, bailaban.

31 days: Kiribaku october storiesWhere stories live. Discover now