Witch

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Kirishima suspiró mientras bajaba su varita.

Entre que los hechizos no le salían y todo lo acontecido recientemente, no tenía ánimos de continuar con la práctica. Así que decidió sacarse la túnica negra que llevaba encima la ropa y la metió en la mochila. Se adentró en el bosque, y cuando comprobó que nadie le seguía, echó un pequeño hechizo a su cabello para que cambiase de color.

Guardó la varita y siguió caminando hasta pasar la frontera. Pocos metros después, ya estaba entre el gentío de gente que iba y venía del mercado de la plaza.

Se hizo paso hasta una taberna cercana y tomó asiento. No pasó demasiado hasta que una cabellera rubia se le acercó y le dedicó una mirada hastiada.

—¿Tú por aquí otra vez, pelirrojo?

Kirishima sonrió mientras ponía los brazos encima de la mesa.

—Sé que me has extrañado, lo veo en tu mirada.

—Casi no duermo —rodó los ojos—. ¿Lo de siempre?

Kirishima asintió, y Bakugou llevo el pedido, ausentándose por unos momentos antes de volver con una taza humeante de chocolate caliente. El pelirrojo sonrió mientras tomaba la taza con ambas manos, con cuidado de no quemarse.

Bakugou se sentó en frente suya con un suspiro.

—Siempre te las apañas para venir en mis descansos, ¿verdad?

—¿Qué puedo decir? Tengo un don —rió.

—Ahora eres brujo —ironizó, y aunque Kirishima sabía que era broma, no pudo evitar soltar una risa nerviosa—. Hace mucho que no te pasas, ¿qué te ha pasado?

Esa era su particular manera de decirle que le había extrañado. Kirishima también lo había hecho, y mucho. Había sido muy difícil ocultar su total ausencia de concentración en las clases.

—Cosas del oficio —se encogió de hombros—. Hemos estado ocupados en el taller.

Era mentira, claramente, porque lo que él tenía de artesano era menos infinito. Pero con magia podía hacer el apaño de serlo.

—Ya veo. Supongo que con todo esto de las guerras, tendréis bastante trabajo.

—Sí, eso no lo dudes. Parecemos esclavos.

Kirishima suspiró mientras tomaba un sorbo de su chocolate. Lo último no era mentira. Los magos estaban trabajando como esclavos, entrenando para luchar contra los humanos ante la inminente guerra.

Otra más.

—Debe ser jodido —Bakugou puso sus manos detrás de la cabeza—. Yo iría si mi viejo me dejase. Es muy protector.

—No deberías, es peligroso —advirtió Kirishima—. Tu padre hace bien en protegerte.

—¡Esos desgraciados se cargaron a mi madre! ¿Te crees que me importa el peligro que tenga? ¡Y una mierda!

Pegó un golpe en la mesa, y gracias al sonido de la gente, los vasos y el laúd, el sonido pasó desapercibido.

Kirishima solo pudo desviar incómodo la mirada. Era consciente de que no podría decirle a Bakugou que él también era mago —o brujo, como les decía él—. Y entendía el motivo de furia del rubio, pero no todos eran asesinos.

Él no era un asesino.

Pero Bakugou no lo comprendería. Le odiaría si lo descubriese.

Y si Kirishima no soportaría algo, eso sería su odio.

—Sé que estás furioso, pero eso...

Su frase quedó a medio acabar cuando distinguió una mirada amarilla que se le clavaba con fijeza. Sintió su corazón pararse por unos segundos, y Bakugou le pasó la mano delante de la cara.

—¿Estás bien? —preguntó el rubio, pero Kirishima aún tardó un rato en contestar.

—Sí...

Kirishima rogó porque no le hubiese reconocido. 

—¡Kirishima! ¿Qué tal?

No tendría esa suerte.

—Mina, hola —le sonrió tensamente.

—¿La conoces? —arqueó una ceja Bakugou.

—¡Claro que sí! Aunque me sorprende encontrarlo por aquí —la chica de pelo rosa pasó un brazo por sus hombros—. ¿Nos disculpas un momento? Tenemos que ponernos al día.

Sin esperar permiso, Mina prácticamente tiró de Kirishima y lo arrastró a una habitación de personal autorizado.

—¡¿Qué demonios haces aquí?!

Kirishima agachó la cabeza. No tenía justificación alguna para su presencia ahí. No una razonable, al menos.

—Kirishima, sé que siempre te ha disgustado esto de las guerras, ¡pero reacciona! ¡Es peligroso! —le puso las manos en los hombros—. Yo estoy poniéndome en constante peligro haciéndome pasar por humana. ¡Tengo incluso que ocultar mi piel! —señaló su piel morena, y no rosa—. Incluso tú tienes que ocultar tu color de pelo.

—¡Yo solo quería...!

—¡No sé lo que querías, pero vuelve a casa! —ordenó—. Y no te vuelvas a aparecer por aquí, o yo misma te delato. Sabes que está prohibido a menos que estés infiltrado.

—¡Está bien, me iré! Solo déjame despedirme, ¿vale?

—Kirishima...

—Solo una despedida. No querrás despertar sospechas, ¿verdad?

El pelirrojo le suplicó con la mirada y Mina negó.

—Lo siento, Kirishima. Yo me inventaré algo por ti —suspiró—. Creo que esto va más allá de una de tus travesuras.

Empezó a murmurar palabras y entonces el chico se dio cuenta de la varita que sostenía, medio escondida, en su mano derecha.

—¡No!

Sin embargo, no le dio tiempo a decir nada más, porque la chica completó el hechizo y Kirishima desapareció, reapareciendo en los alrededores de la torre de magia en la que estudiaba. Su cabello volvía a ser negro, y entonces escuchó el grito de Kaminari llamándole a lo lejos, diciéndole que las clases ya empezaban.

Kirishima apretó los dientes, consciente de que no podría regresar sin ser descubierto, y dio media vuelta, entrando en la torre.

Mientras se ponía de nuevo la túnica y sacaba su varita, pensó en lo injusto que era todo.

Y deseó, por primera vez en su vida, ser humano.

31 days: Kiribaku october storiesWhere stories live. Discover now