Vampires

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Miedo.

En ese momento, sintió miedo. Miedo de aquel ser que de vez en cuando por las noches, se dejaba ver entre la maleza, entre los arbustos de su pequeña casa en el campo y que él asociaba a los monstruos de los cuentos.

Sin embargo, nunca sintió tanto miedo como cuando lo vio de verdad. Con sus colmillos enterrándose en una figura, una pequeña liebre quizá. Sus ojos rojos le miraron directamente, y entonces, tembló.

Intentó ocultarse, pero su cabello sobresalía sobre los arbustos debido a que el matorral no le cubría en su totalidad aún estando agachado.

Escuchó pasos. El césped se abría paso ante el niño que había visto comiendo el animal, y agachó su cabeza, viendo sus cabellos oscuros dentro de sus pequeños brazos.

Pudo oír el ruido de las hojas tan cerca que se asustó, y se giró mientras con sus manos iba desplazándose hacia atrás.

Los ojos rojos de aquel niño le miraron con extrañeza, mientras su cabello rubio, con el sol brillando detrás suya como una aureola, le daba un toque de bondad que contrastaba con la sangre que caía de sus labios.

—¿Quién eres? —preguntó.

El niño de cabello oscuro no supo responder. Intentaba alejarse, pero algo le decía que aquel niño no era... tan malo como en un primer momento le había parecido.

Menos cuando le tendía una mano para ayudarle a levantarse, aunque esta era blanca y pálida en contraste con la suya, morena y casi oscura.

Aún así, aceptó la ayuda del desconocido y ya no tan aterrador niño.

—Me llamo... Eijiro —dijo, aún vacilante.

—Yo soy Katsuki —sonrió, poniendo ambas manos en sus caderas.

Parecía normal, se dijo Eijiro. Más normal que antes, por lo menos.

A lo mejor...

—Encantado —Eijiro sonrió, y le tendió la mano en señal de amistad.

A lo mejor, podían ser amigos.

Katsuki miró su mano y la tomó. Sin embargo, no la sacudió como Eijiro esperaba.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —preguntó al ver que el niño esperaba algo.

—Tienes que sacudir la mano. Así.

Eijiro le mostró cómo se hacía, lo cual extrañó más a Katsuki.

—¿Por qué?

El moreno arqueó una ceja.

—Porque es lo que hacen los amigos cuando se conocen.

—¿Amigos? ¿Qué es eso?

Eijiro parpadeó un par de veces, intentando comprender la pregunta.

—¿No sabes lo que es un amigo?

Katsuki le miró con extrañeza ante el tono de la pregunta.

—¿No...? Si lo supiese, no te lo estaría preguntando.

—Un amigo... —Eijiro trató de encontrar las palabras—. Es una persona. Y la ayudas. Y la quieres. Y esa persona te quiere. Y te ayuda.

—¿Y para qué necesito yo eso?

—¡Porque todos necesitamos un amigo!

—¿Si? Porque yo me noto muy bien sin...

El niño rubio calló cuando el otro le cogió de la muñeca y le instó a seguirle.

Caminaron un rato hasta llegar al límite del bosque. Se escucharon unas risas y pudieron ver a unos niños de más o menos su edad jugando entre ellos.

—¿Ves? Por eso se necesita un amigo. ¡Para jugar!

Katsuki se quedó mirando con intriga a los dos niños que jugaban alegremente en el campo, y se preguntó por qué reían.

—¿Ríen porque están jugando?

Eijiro asintió, y empezó a hacerle cosquillas a Katsuki, aunque este no parecía inmutarse.

—¿¡No tienes cosquillas?! —preguntó un perplejo niño.

—¿No? —arqueó una ceja—. No sé ni lo que haces.

—¡No sabes lo que son las cosquillas! ¿En qué mundo vives?

Decidido a hacerle comprender lo que eran las cosquillas, Eijiro se puso a pensar en dónde su madre solía hacerle reír.

A Eijiro le solían afectar bastante las cosquillas en el estómago, así que indicó al rubio que no se moviera y empezó a hacerle cosquillas.

Eijiro vio su objetivo logrado cuando Katsuki empezó a reírse. Al principio fue un poco, pero luego no podía contener las carcajadas, e incluso se tiró al suelo.

—¡Vale, ya para!

Satisfecho, Eijiro se apartó con una sonrisa de oreja a oreja mientras Katsuki le miraba mal desde el suelo.

—Eso son las cosquillas. Ahora ya lo sabes.

—Me hubiera gustado no saberlo.

—¡Es divertido!

—Es una arma mortal.

Eijiro contuvo la risa y Katsuki le preguntó qué le pasaba ahora.

—¿Las cosquillas peligrosas? ¡Para nada! Solo puede que te duela un poco la tripa, pero es de tanto reír.

Katsuki estuvo a punto de replicarle los peligros que tenían eso que llamaba cosquillas pero entonces detectó una figura moviéndose entre los árboles. Miró alrededor y vio a un pájaro salir volando de entre los árboles con hojas completamente marrones.

—Me tengo que ir.

Eijiro miró el mismo pájaro, que se alejaba ya por el horizonte.

—Pero aún es... —le miró, pero calló al ver que ya no estaba en el mismo lugar—. Es pronto...

En el sitio que había estado antes, había una flor blanca. Era muy bonita, y Eijiro la cogió como recuerdo.

Mientras el viento soplaba con una inusual fuerza, Eijiro le preguntó al aire si algún día se volverían a ver.

O quizá aquel niño solo había sido su imaginación, como le dijo su madre cuando le contó la historia.

Con todo, guardó la flor en su habitación, en el cofre donde guardaba las cosas valiosas, con la esperanza de dársela cuando se volviesen a ver.

31 days: Kiribaku october storiesWhere stories live. Discover now