Antes

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Rachel miró la hora en la pantalla de su teléfono. Las 2:37 a.m. Malchior le dijo que estaría allí hace media hora. ¿Dónde diantres se había metido?

Le mandó un mensaje. Sus manos temblaron e hicieron temblar el móvil también; los dedos se le enredaban cada que tocaba alguna tecla de la pantalla.

Donde estas?

Esperó unos momentos en los que permaneció mirando la pantalla en espera de una llamada, un timbre, las dos rayitas azules. Pero él no contestó, así como no contestó sus siete mensajes anteriores. Ni sus tres llamadas.

Rachel se encogió en su abrigo de lana, de frío y de inquietud.

Volvió a ver la hora. Las 2:39. ¿Es que Malchior no podía apresurarse?

Entonces su teléfono vibró.

En la puerta de tu casa

Suspiró, aliviada. Extrajo de debajo de su cama la mochila que había ocultado durante todo el día para que sus padres no la pillaran y, silenciosa como un gato, abrió la puerta de su habitación procurando que las bisagras no hicieran ruido. Miró a ambos lados del pasillo, por precaución. Entonces, cuando estuvo segura de que no había ni un alma deambulando alrededor, avanzó un par de pasos, pero se detuvo al percibir que la mochila de pronto le pesaba en la espalda. Intentó ignorar la sensación y caminó un poco más, sin detenerse esta vez, aunque las piernas le flanqueaban y dentro de ella albergaba el deseo de volver a su cama y esperar a que las sábanas se la tragasen y la escupieran en otra parte del planeta, lejos de allí. Continuó cruzando el pasillo, con sudor en la frente y el corazón guardado en un puño, para que sus latidos enloquecidos no despertaran a nadie.

Pasó al lado de la habitación de sus padres y pudo oír con claridad los ronquidos de Trigon, tan sonoros como gemidos de ultratumba o los de un oso hambriento en su caverna. Pensó en dejarle una nota a su madre, pero apenas consideró la idea, la arrugó en una pelota de papel y la tiró al tacho de basura.

Bajó las escaleras de la segunda planta y caminó a través de la sala de estar. Vio al fondo de la estancia la puerta de su casa, hecha un rectángulo de madera desgastada, oscura gracias a la luz azul de la noche. Avanzó, con la lentitud y el silencio de un ladrón, en dirección a la salida. Estaba tan cerca.

Hasta que escuchó un ruido en el piso de arriba.

Rachel pegó un brinco. Atravesó corriendo la sala, abrió la puerta principal, salió y la cerró de un golpe, sin importarle si la oían o no.

El frío de la madrugada se introdujo en sus pulmones, sofocándola por un momento hasta que pudo recuperar la compostura. Se alejó del pórtico de la casa, respirando con dolor y alivio al mismo tiempo. Lo había conseguido.

-¿Lista para irnos, preciosa?

La voz aterciopelada de Malchior a sus espaldas le devolvió algo de la realidad. Se giró para verlo y se encontró con su figura alta y despreocupada extendiéndose como una hoja sobre el capó de su auto; solo le faltaba encender un cigarrillo para completar la escena.

-Solo sácame de aquí -dijo, acercándose.

Se subió al asiento del copiloto y Malchior no tardó en tomar su lugar enfrente del volante. El auto despertó en un rugido de lata destartalada y tuercas sueltas y, tras varios intentos fallidos, por fin se puso en marcha.

Rachel vio, a través de la ventanilla del conductor, cómo la casa donde había pasado sus diecisiete años se desvanecía en la lejanía, cada vez más borrosa y cubierta de neblina. Casi sonrió. Dejó escapar el aire que le pesaba y se encogió en su asiento, lista para iniciar un viaje de no retorno.

Se fue sin que no le importara nada más que ella misma.

Continuará...

My inner demonsWhere stories live. Discover now