Madre

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Arella está pintada en la mente de Rachel como alguien a la que la marea podría derribar del más ligero empujón y luego arrastrar hasta las profundidades abisales.

Por ejemplo, cuando era niña, cada vez que ella intentaba ocultarse de Trigon tras la falda de su madre, él no tenía ninguna dificultad en separarlas de un tirón y llevársela a un lugar apartado donde ella no podría escapar de su furia, mientras Arella veía cómo se llevaba a su hija sin que nada pudiera hacer más que rogar por que Trigon se decidiera a dejarla libre pronto.

Quizá era por eso que Rachel albergaba tanto odio contra ella. Porque Arella nunca tuvo el coraje suficiente para pedir el divorcio y alejarla de allí.

—Él no siempre fue así, ¿sabes? —le contaba ella a su hija de diez años mientras la arropaba en la cama antes dormir—. Él siempre era atento conmigo y me quería mucho, por eso me casé con él. Cuando supo que estaba embarazada de ti se amargó mucho, es cierto... ¡Pero fue por la sorpresa, nada más! Sé que algún día volverá a ser como antes y todos seremos una familia otra vez.

Hablaba con tal convencimiento, con una luz en sus ojos que borraban el rastro de tristeza que siempre tenía, que Rachel le creía en ese momento. Luego miraba el pómulo hinchado, el ojo morado y los cardenales en sus brazos, y volvía a pensar que todo estaba perdido.

Incluso Malchior se lo diría unos años después, cuando Rachel le comentara sobre las cosas tontas que decía.

—Esa mujer tiene serios problemas. Si ella quiere seguir al lado de ese imbécil, que lo haga, pero sin arrastrarte a ti en el proceso.

—Yo no creo que sea porque lo ama —le dijo ella a su vez.

—¿Entonces por qué?

Rachel hizo un mohín con la boca, después se puso seria.

—Creo que le tiene miedo.

Arella lloraba, lloraba muchísimo. Casi siempre tenía los ojos acuosos e hinchados y, en esos momentos, Rachel se sentía bien. Era una satisfacción cruel, porque pensaba que el sufrimiento era el menor castigo que se merecía por traerla a un mundo donde el infierno se había desatado, con una madre que no podía protegerla y un padre que no la quería.

Y, sin embargo, aún estaban las noches en las que ella le cantaba para hacerle de dormir y para reemplazar los gritos de la mañana por algo precioso y dulce que se quedara con ella en la noche. También guardaba los besos sobre su rostro y cabeza, con la esperanza de que estos sustituyeran a los dolorosos moretones. Y aún conservaba en su memorias las veces en que, contra marea y todo, se enfrentaba a Trigon con tal de recibir los golpes en su lugar.

Arella no fue capaz de protegerla, pero hizo lo que pudo aunque para Rachel eso no fue suficiente.

Quizá nunca lo fue.

Es por todo eso que ella está pintada en su mente como alguien a la que marea podría derribar de un pequeño empujón y luego arrastrar hasta las profundidades abisales. Y existen veces en las que Rachel solo desea ver cómo las olas la sumergen a afondo.

Otras, solo quiere lanzarle un bote salvavidas.

Porque, aunque en ella se acumulen la ira y el resentimiento, ambas emociones hechas un embrollo furioso e incandescente en su interior, Arella sigue siendo su madre.

Y no hay nada en el mundo que pueda cambiar eso.

My inner demonsWhere stories live. Discover now