Protege lo que amas

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Los engranajes de su cabeza se movían sin descanso. Más ideas y conclusiones se aglomeraban en la bolsa donde acumulaba información, pero sin detenerse, y a Rachel no le daba tiempo de asimilarla toda. El cuervo le hablaba desde su interior, llenándole el cuerpo de odio y ponzoña.

Tener a aquel pajarraco allí había sido revelador. Se sentía bien saber que el vacío que no sabía que tenía se había llenado.

Con el cuervo, cosas que no estaban allí se materializan delante de su nariz. Las latas de cerveza vacías y los dientes de Trigon, amarillos de tanto fumar. Las bolsas de basura que se acumulaban en el pórtico de la casa y los platos sucios amontonados en la cocina. El olor a hospital en la habitación de Arella y la sonrisa tóxica de su padre, tan confiada y siempre nauseabunda. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

Rachel no se percató cuando bajó el último peldaño de la escalera. De un momento a otro apareció allí, su presencia ausente y oscura rasgando el silencio que se había instaurado en la sala.

Trigon sonrió al verla, arrugando los labios en torno a uno de sus cigarrillos. La miró por un momento, pero luego desvió su mirada hacia el encendedor que traía en la mano, intentando prenderlo.

—Que sepas que tus gritos se escucharon desde aquí —dijo, sentado con desparpajo sobre su sofá, empeñado en encender una diminuta llama con el aparato, sin conseguirlo—. Debiste de hacer un verdadero desastre allá arriba. Tu novio subió a verte, pero como no viene contigo, supongo que las cosas no salieron bien.

Rachel permaneció callada, inquietantemente callada. El aire de la sala de pronto se había vuelto denso y caliente, y el silencio entre ambos solo era interrumpido por el chasquido que producía el pulgar de Trigon apretando el encendedor, deseoso de una chispa para su cigarrillo.

—¿Gustas? —sonrió su padre desde su asiento, señalando con los ojos la cajetilla de cigarros que había sobre la mesa del centro—. No te regañaré, si eso piensas. Creo que ya estás grandecita para tomar tus propias decisiones, como huir de casa, por ejemplo. Ah, claro, si me ayudaras un poco con este encendedor de mierda, créeme que lo apreciaría mucho... —dijo, apretando el encendedor otra vez, pero sin mayor respuesta que el chasquido de siempre.

La chica fue acercándose cada vez más hacia su padre, sus pasos hechos susurros sobre el piso sucio y desgastado. Cuando llegó al lado de él, le arrebató el cigarro de sus labios y se lo llevó a su propia boca. Luego tomó el encendedor y, al primer intento, prendió una llama, ante la mirada fastidiada de Trigon.

Exhaló una bocanada de humo, sin mayor apuro. Hacía tiempo que no fumaba y hacerlo le hizo recordar vagamente a Malchior, un sucio dragón que reptaba entre las vagas columnas de sus recuerdos.

—Hay basura en la entrada y me parece haber visto una rata muerta en el baño —dijo ella, hablando por primera vez. Trigon, a su lado, permanecía impertérrito—. Hay comida que se pudre en la nevera y óxido en las cañerías. La única habitación que está más o menos limpia es la de mi madre, pero eso es obvio porque ella no se movía de allí.

Rachel volvió a suspirar un aliento de humo, que ascendió en un espiral hasta el techo. Trigon se removió en el sofá, acomodándose para que no le doliera tanto el trasero.

—Mi pregunta es esta —dijo ella, sin importarle que las cenizas del cigarrillo cayeran al suelo—: Si les faltaba el dinero para pagar las medicinas de Arella y para arreglar la casa —posó sus ojos llenos de odio sobre él—, ¿cómo es que tienes suficiente para comprarte cerveza y cigarrillos?

Trigon no reaccionó al verse descubierto. Es más, se desparramó sobre el respaldar de su sillón, como si con él no fuera la cosa, y desde su cómoda postura suspiró.

My inner demonsWhere stories live. Discover now