Despedida

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Su madre lucía tan frágil como un suspiro. Rachel no la recordaba tan mal desde su última visita y, apenas la vio postrada en la cama, más cercana a un lecho bajo tierra que a la vida misma, pensó que Arella bien podía ser una entidad extraña y fantasmal que había abandonado este mundo hace mucho tiempo.

—Mamá... —la llamó con suavidad, dando pasos cuidadosos dentro de la habitación.

—Rachel —sonrió la mujer; las ojeras bajo sus ojos estirándose en dos hendiduras moradas que intentaban opacar la alegría que le producía ver a su hija de vuelta—. ¿Cómo te va, cielo?

Arella hizo el esfuerzo de incorporarse en la cama, pero de solo apoyar sus brazos en el colchón para levantarse, estos se doblaron bajo su propio peso como las ramas de un árbol seco. Rachel voló hasta ella y la sostuvo por la espalda, ayudándola a recostarse de nuevo.

—No... no es nada, cielo... estoy bien...

—Mamá, te traje visita —le dijo mientras la arropaba con las sábanas y señalaba hacia la puerta de la habitación, desde donde Garfield asomaba su despeinada cabeza.

Ingresó tímidamente en la pieza. Al principio, al muchacho le aturdió la vista del rostro lívido y descompuesto de Arella, su cuerpo destilando el olor rancio de las medicinas del hospital. Aunque, al siguiente momento, pareció comprender algo, algo invisible que flotaba en el aire y solo su sexto sentido podía comprender.

Fue cuando sonrió, con esa risa despreocupada que solía irradiar calor en el cuarto más gris y polvoriento de la existencia.

—Creo que debimos haber traído flores —dijo él, sin dejar de sonreír—. Rae, dime por qué no trajimos flores para esta bella dama.

Arella estiró las comisuras de sus labios con dolor; arrugas risueñas bailaron alrededor de su boca y su ojos.

—Él me agrada... —murmuró a su hija, como dando su aprobación.

—Es un amigo, mamá —se apresuró a decir ella, para evitar que su madre sacara conclusiones apresuradas—. Me trajo a la ciudad.

—¿Amigo? —soltó el chico, con falso tono dolido, caminando hasta tomar un lugar en el colchón, sentado al lado de Rachel—. Rae, linda, creo que estamos en esa clase de relación en proceso de los amigos que están a un paso de convertirse en algo má... ¡Auch!

Ella le hizo callar hincando el codo en sus costillas y, con solo una mirada furibunda, le hizo recordar que Trigon estaba esperándolo abajo con lata de cerveza en mano, listo para atacarlo con preguntas personales y amenazarlo, si hacía falta, para que se alejara de su hija.

—Ahora no, imbécil —le reprochó.

Arella rio, en una carcajada gutural y cansada, pero feliz dentro de todo. Rachel creyó que la realidad había hecho implosión sobre su cabeza, porque su madre acababa de reírse. Ni siquiera la recordaba así en los años en los que ella aún estaba en casa. Su risa era un sonido entrecortado a la vez que dulce, con el que podría reemplazar las imágenes en su memoria donde encontraba a Arella llorando.

—¿Cómo...? —murmuró ella, una vez su dolorosa carcajada hubo cesado—. ¿Cómo decías... que te llamabas?

—Garfield Logan —contestó el muchacho, orgulloso. Luego, con delicadeza, sostuvo una de las manos de Arella para besarle suavemente los nudillos—. Pero para los amigos (y las bellas damas) soy solo Gar.

A Arella el muchacho le cayó de perlas. Rachel lo palpaba en el ambiente. Su madre tenía un brillo perenne en los ojos azules, y Garfield parecía disfrutar de hacerla reír, pese a que ella tenía que intervenir cada tanto para que la enferma no sufriera un ataque de tos o se doblara sobre sí misma para evitar el dolor que le producía moverse tan poco.

Y es que pese al buen humor de su compañero, el estado de Arella era un árbol de otoño esperando a que los últimos vestigios de vida que cuelgan de sus ramas caigan al suelo para luego ser arrastrados por el viento.

Rachel comprendió, con un apretado nudo en el estómago, que quizá no quedaba ningún remanente de lo que su madre fue en una vida pasada: una mujer triste con ojos brillantes debido al llanto, aunque viva al fin. Ahora, en cambio, era un fardo de piel blanca y huesos desgastados, y un pañuelo morado amarrado alrededor de su cabeza era el único color en su cuerpo pálido.

Hubo un momento en que Arella la miró a ella y luego al muchacho. Estaba por hablarle a Garfield, cuando, incluso para alguien tan despistado como él, el chico entendió lo que quería decir y se adelantó, para no darle tantos esfuerzos.

—¡Oh! No se preocupe, no hay problema —y dicho esto se puso en pie y se dirigió a Rachel—. Esperaré afuera.

Rachel parpadeó y lo observó sin captar lo que quería decir. Miró el pequeño camino invisible que había hecho desde la cama hasta la puerta, y no despegó su vista hasta que el muchacho hubo cerrado la puerta con él afuera. Entonces se giró de vuelta a su madre.

—¿Arella, qué...?

—No es nada, cariño... —murmuró con pocas fuerzas, todavía recostada en la cama—. Es solo... tú tienes una vida... lejos de aquí...

Rachel tragó saliva. No le gustaba hacia dónde estaba yendo la conversación.

—Puedo hacerme un espacio entre las clases de la universidad. Vendría a visitarte cada fin de semana.

—No, Rachel, escucha... —habló clavando sus ojos en ella—. Viniste por mí... pero deber irte. Tienes que irte. Trigon... él...

—No me importa Trigon.

—Pero te hará... te hará la vida imposible... Ya te encontró una vez...

—¿Y qué más da? No he regresado para enfrentarme con él. Y no voy a dejar que pase lo mismo que hace años.

—Mi amor —suspiró ella, repentinamente más blanca, más cansada, más anciana—, vuelve a Jump City... y continúa tu vida. Tus estudios, tus amigos... incluso con ese chico tan simpático que me alegró la mañana... Vuelve y no regreses, cielo... No cometas los mismo errores que yo.

Rachel apretó los párpados y respiró fuerte por la nariz. Discutir en ese momento era inútil, así que asintió con sumisión y le dijo que se quedaría un par de días más antes de regresar. Le tomó la mano a Arella y se la apretó con suavidad, para después dejarla y salir de la habitación. Pero un momento antes de irse definitivamente, se detuvo en el marco de la puerta y miró a su madre.

—Volveré mañana —le dijo. Luego salió y cerró la puerta detrás de sí.

La última imagen que tuvo de Arella fue esa. El pañuelo morado sobre su cabeza, otorgándole un poco de vida a la palidez cadavérica de su piel, y haciendo juego con las ojeras acentuadas, los ojos opacos y una sonrisa débil en sus labios blancos.

Así, Rachel cerró la puerta a sus espaldas, sin saber que esa sería la última vez que vería a su madre con vida.

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¡Feliz catorce! Me tardé otra vez y lo siento u.u Pero he regresado con un cap recién salidito del horno.

Capítulo dedicado a liz020609 por ser un amor de persona y votar en cada parte de esta historia. ¡Un abrazote!

My inner demonsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora